En la segunda mitad de la centuria, caracterizada por la bipolaridad alimentada por la Guerra Fría, estas dos concepciones ideológicas convirtieron al mundo en patético escenario de operaciones criminales, siempre justificadas por razones humanitarias de uno u otro signo.
el bienestar material, único horizonte de las ideologías postmodernas
El resquebrajamiento y posterior derribo del Muro de Berlín ha sido el episodio más significativo. El siglo XX será reconocido como el de las dos Grandes Guerras y el de otras interminables motivadas por la violenta relación entre globalización y tribalismo nacionalista disfrazado a veces de razones religiosas o étnicas, pero realmente promovidas por el deseo de establecer nuevos equilibrios de poder, por enfrentados intereses económicos, complejos históricos, etc.
Detrás de los pueblos y de las masas miméticas y cándidas que parecen salir a la calle reivindicando una dignidad, un territorio o unas determinadas condiciones sociales, se encuentran manipuladores grupos políticos de presión, los intereses de complejas entidades económicas nacionales y multinacionales, y líderes de dudosa reputación.
La finura analítica de la prensa se vuelve obtusa cuando oye la palabra religión o nación y ya no profundiza más, pues ha encontrado quién es culpable…: la religión. Así vemos los análisis de la guerra de la antigua Yugoslavia (un problema entre croatas católicos y serbios ortodoxos y bosnios-albano-kosovares musulmanes), la disolución de las repúblicas soviéticas reconvertidas en países musulmanes y los terrorismos europeos irlandés y vasco.
poderes políticos y económicos, un frente común contra la religión
El siglo XX ha sido también el de dos grandes Papas: Juan XXIII y Juan Pablo II. Sus contribuciones a la paz, al ecumenismo y a la concordia tardarán en ser reconocidas, pero están ahí. A los medios de comunicación les cuesta más ver el efecto de lo positivo de la religión que el de lo negativo, pero no cabe duda de que la religión ha tenido que ver con la reconstrucción de Europa, mal que les pese a los parlamentarios europeos. Esto es evidente si se considera el humanismo y la solidaridad surgidos de los movimientos obreros salidos del seno de las parroquias de los años sesenta, y la caída acelerada del Muro.
La religión tendrá un papel primordial en el siglo XXI con la revitalización de lo espiritual. Será la conciencia que se mantendrá al margen de los grupos de poder para poder criticar y denunciar los derroteros inhumanos derivados siempre del poder sibilino de mammona.
dominadores de masas disfrazados de adalides de la libertad
¿Qué se vio en el siglo XX? El resurgir de los nacionalismos, el crecimiento exponencial de la economía que intentaba rehacer los destrozos de las guerras, la desaparición del mundo rural en favor del urbano, la omnipresencia de los productos tecnológicos, los avances científicos; pero sobre todo un cambio de mentalidad: el hombre empieza a verse a sí mismo como un simple animal, aunque complicado; al universo lo percibe como un lugar cerrado en el que todo es materia y la cultura se le vuelve unidimensional. A todos los hombres se les presenta el bienestar material como el único horizonte, la vida efímera exige el disfrute inmediato y el rechazo de todo esfuerzo que no sea en pro de la supervivencia. El siglo pasado ha cambiado el agua del estanque.
Así, las dos visiones más gemelares y esquemáticas del mundo se trasmutan en una sola. Pero tenían que encontrar un oponente, un enemigo motivador. Como si Rómulo y Remo revivieran en cada generación, como si Caín y Abel se reencarnaran para deleite de los padres de las patrias. Estos hijos consideran que los fundamentalismos, los dogmatismos utópicos y los integrismos están del lado de la religión. Se consideran a sí mismos como los adalides de la democracia y de la libertad, del respeto al otro, abanderados de un nuevo humanismo siempre vivo desde la Revolución francesa.
Henchidos en su prepotencia, no advierten que son continuas refundaciones de los mismos mitos. Los detentadores de la perfección, o de la verdad, o del bien de la razón, se travisten ahora de relativismos que defienden la imperfección, las pequeñas verdades o los bienes mediocres. Necesitan lecturas fáciles para sobrevivir o imponerse en las masas, de una manera dogmática aunque disfrazada de tolerancia y pluralismo: no se puede no ser relativista, pluralista o antidogmático. Se ha trivializado la vida hasta robarle el sentido.
el necio orgullo de ser antirreligioso
Estos ideólogos de la posmodernidad nos definen una aldea planetaria como postcristiana. Todo se fragmenta, no hay ya asideros universales, ni absolutos, ni siquiera opuestos gemelares definidos, salvo en el terreno deportivo.
Se barrunta la oposición entre el primer y tercer mundo, la atomización nacionalista frente a la globalización y la separación radical entre pobres y ricos, pero los límites se difuminan. Todo se presenta como un caleidoscopio de formas y figuras difusas sólo definibles mediante conceptos trasversales: inmigración, deslocalización, calidad de vida, conflictos de género, fundamentalismos y enfrentamientos de las “trasnochadas religiones”, todos ellos cargados de ideología antirreligiosa.
Pero la historia no ha hecho más que empezar.