Cuando se me invitó a colaborar en este blog, la indicación que se me dio fue que tratara temas de actualidad. Yo respondí que me sentía más cómodo abordando temas bíblicos. A lo cual se me contestó que eso entraba perfectamente en las orientaciones del blog, ya que, desde Adán hasta nuestros días, todo está en la Biblia.
Debo confesar que esa respuesta me sorprendió, porque eso de que «todo está en la Biblia» es precisamente uno de los principios que regían la lectura rabínica de la Escritura. Lo dice explícitamente un texto de la Misná, la codificación de la Ley oral reunida o compuesta a comienzos del siglo III por Yehudá ha-Nasí («el Príncipe»): «Vuelve y revuelve (en la Torá), porque todo está en ella; estúdiala, hazte viejo en ella, gástala, no te apartes de ella, ya que no tienes cosa mejor que ella» (Abot 5,22).
Ya se sea judío o cristiano, hoy seguimos manteniendo este principio, aunque quizá interpretado de forma algo diferente. En efecto, para el creyente, en la Biblia sigue resonando la Palabra de Dios, y por eso puede convertirse en faro y guía para su vida. Sin embargo, hoy ya no pensamos que la Biblia sea un libro de recetas en el que basta con buscar el texto adecuado para nuestra situación y aplicarlo sin más (como se encuentra en determinadas ediciones bíblicas patrocinadas por algunas Iglesias protestantes).
La Biblia es la Palabra de Dios porque en ella tenemos cristalizada la experiencia de fe de los creyentes que nos han precedido. Una experiencia que puede servir de modelo para que el creyente actual la haga suya. Así, esta experiencia siempre será única, ya que deberá llevarse a cabo teniendo en cuenta las circunstancias concretas de su hoy, que son distintas a las de otras épocas.