Entre sus primeras declaraciones como nuevo presidente de la Conferencia Episcopal Española, Monseñor Ricardo Blázquez indicó que las prioridades de la Iglesia en España son las mismas que las que marca para todo el mundo el Romano Pontífice. Por eso puede ser oportuno recordar algunas de las indicaciones que el Santo Padre nos ha dejado recientemente con su exhortación apostólica Evangelii Gaudium ([EG] ed. Librería Editrice Vaticana 2013]. «Prefiero una Iglesia accidentada, herida y manchada por salir a la calle, antes que una Iglesia enferma por el encierro y la comodidad de aferrarse a las propias seguridades» (EG 49); esta afirmación que realiza el Papa Francisco expresa la esperanza y el ardor que comporta la llamada a la Nueva Evangelización.
Este pontífice, que el Espíritu Santo nos ha regalado después del impresionante magisterio del Papa emérito Benedicto XVI, eligió el nombre de Francisco por hacer reverencia a ese gran santo, que, en el Bajo Medievo, revolucionó la Iglesia, ofreciéndole una renovación en el corazón de la misma. Quizá sea más providente de lo que parece la elección de Francisco por este mismo nombre, pues ¿no fue San Francisco el que, junto con sus hermanos, recorría las calles de Asís anunciando la paz y el amor de Dios a todos aquellos que la rechazaban?
Nos cuenta su mejor biógrafo que «su palabra era como fuego devorador, penetrante hasta lo más hondo del alma».El santo poverello —considerado dentro de la tradición franciscana como alter Christus, no solo por su identificación de corazón con su Amado Crucificado, sino también exteriormente por la estigmatización de las llagas— puede ser un modelo para este tiempo en el que la Iglesia quiere contestar a la llamada de este Francisco de nuestros días, que ve claro que el pueblo de Dios está destinado a involucrarse en la vida de nuestros hermanos y hermanas, en los cuales «la alegría de vivir frecuentemente se apaga, la falta de respeto y la violencia crecen, la inequidad es cada vez más patente» (EG 52).
“como el Padre me envió, así también yo os envío”
No nos pilla desprevenidos, sin embargo, esta exhortación, ya que en la pasada JMJ de Río de Janeiro, en concreto en el encuentro con los jóvenes en la Catedral de San Sebastián, el 25 de julio pasado, ya nos “hizo todo el lío” y nos invitó —o más bien nos urgió— con esa santa prisa que caracterizaba a un San Pablo o a un San Pedro en sus ansias evangelizadoras, a salir a la calle, a pasear por las plazas y anunciar el nombre de Jesucristo y la buena nueva del Evangelio.
En la Evangelii Gaudium llama a toda la Iglesia a colaborar en esta tarea evangelizadora, pues ninguno se puede sentir fuera de ella ya que ha recibido el mandato del mismo Señor, como nos muestra el Evangelio: «Id, pues, y haced discípulos a todos los pueblos, bautizándolos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo» (Mt 28,19).
Aparte de mostrar una creatividad excepcional a la hora de crear neologismos como “primerear” (cf. EG 24), podemos sacar varias ideas que definen el conjunto de la exhortación y que me gustaría comentar con brevemente.
«La alegría del Evangelio que llena la vida de la comunidad de los discípulos es una alegría misionera» (EG 21). La Iglesia es invitada por el Maestro a salir afuera y llevar hasta las periferias la alegría del Evangelio. Toda la Palabra de Dios quiere despertar esa salida de sí mismo en el Pueblo de Dios. Durante mucho tiempo hemos vivido con la tranquilidad de pensar que la Buena Nueva era transmitida en la misma Iglesia doméstica, en el seno de la misma familia. Sin embargo, hoy en día vemos que, empezando porque el mismo concepto de familia se ha perdido, no es así sino todo lo contrario. El ateísmo o el gnosticismo se han convertido en esa nueva tradición que se pasa de generación en generación y que los mismos medios de comunicación, la educación o las redes sociales promueven.
«Os exhorto a la solidaridad desinteresada y a una vuelta de la economía y las finanzas a una ética a favor del ser humano» (EG 58). El Señor ya nos avisaba en el Evangelio de que no se puede servir a dos señores (cf. Mt 6,24). El mundo ha elegido servir a uno de ellos y, como consecuencia, ha olvidado al otro. El dinero se ha puesto en el centro de todo, mientras que el ser humano ha sido relegado no ya a un segundo lugar sino al olvido mismo. Realizar esta elección implica echar al hermano del sitio en la sociedad que le pertenece y, por lo tanto, se deja de lado toda ética que implicaría dignificar la existencia humana y hacerla más digna. Decir no a Dios conlleva decir no al hermano y decir no a una serie de normas morales que nos ayudarían a crear una sociedad más atenta a las necesidades de sus ciudadanos.
pasión evangelizadora
Hay diferentes ámbitos en los que la Iglesia debe proponer un diálogo. El Estado, las ciencias y las otras religiones son una oportunidad de encuentro pues no se trata de detenernos en lo que nos separa sino de establecer puentes que nos ayuden a todos a lograr alcanzar el bien común y la paz. Defendiendo ante todo la dignidad del ser humano, pues Dios mismo la ha hecho a su misma imagen, mostremos al mundo la posibilidad de una justicia basada en la caridad que integre todos los aspectos de la vida del hombre. «Convertirse en pueblo es un trabajo lento y arduo que exige querer integrarse y aprender a hacerlo hasta desarrollar una cultura del encuentro en una pluriforme armonía» (cf. EG 220).
El Papa nos pone sobre aviso sobre una serie de problemas o dificultades que pueda tener cada comunidad en este momento de la historia. El Pueblo de Dios es el primer destinatario de esta llamada evangelizadora, ya que no podremos mostrar a Cristo si Él no está ya en nosotros. Y Él nos llama siempre a no guardar la vida, sino a darla; a formar comunidad, a no ser ya más empresarios de la fe, sino testigos que se dejan empapar por los problemas de la gente, que saben escuchar al otro y que son como cántaros en donde otros pueden acudir a beber el agua nueva que nosotros asimismo recibimos del Costado de Cristo. «¡No nos dejemos robar la esperanza! (…); ¡no nos cansemos de optar por la fraternidad! (…); ¡no nos dejemos robar el Evangelio! (…); ¡no nos dejemos robar la fuerza misionera!» (cf EG 86, 91, 97, 109).
A modo de conclusión, esta exhortación apostólica nos deja claro que no hay evangelización posible sin comunión entre los miembros del Pueblo de Dios. Somos discípulos misioneros; de nuestra docilidad y de nuestra entrega depende la vida de muchos hermanos nuestros que viven sin la alegría de haber conocido a Cristo. No podemos ser cristianos comodones, llevemos ya desde ahora una vida nueva, llena de la Resurrección de Cristo, ansiosos por contar a otros la maravilla de sentirnos amados de verdad, incondicionalmente.
Nuestra sociedad está sedienta de esta trascendencia, aunque intente calmar este ardor con la idolatría del dinero. Solo existe un Señor, y este no ha venido a ser servido sino que nos ha dado ejemplo y cada día muere en el altar por los pecados de los hombres, de todos nosotros. ¡No dejemos de alimentar la sed de almas, la sed porque otros conozcan al verdadero Señor de nuestras almas, que nos invita siempre a descansar en Él!, pues «aunque los montes cambiasen y vacilaran las colinas, no cambiaría mi amor, ni vacilaría mi alianza de paz —dice el Señor que te quiere» (Is 54,10). Cristo cuenta contigo: y tú, ¿qué le respondes?
Gema Risco