Victoria Luque«En aquel tiempo, dijo Jesús a la gente: “El reino de los cielos se parece a un tesoro escondido en el campo: el que lo encuentra lo vuelve a esconder y, lleno de alegría, va a vender todo lo que tiene y compra el campo. El reino de los cielos se parece también a un comerciante en perlas finas que, al encontrar una de gran valor, se va a vender todo lo que tiene y la compra”». (Mt 14, 44-46)
¿Pero de qué tesoro me hablas, Señor? ¿Qué es eso, que una vez que lo he encontrado, lo estimo tanto, que lo demás para mí es “basura”, como dirá san Pablo? Donde esté tu tesoro ahí estará tu corazón, me dices en otra parte de la Escritura. Y muchas veces me veo hablando de cosas banales, afanándome en cosas del mundo, en las preocupaciones de la vida, en el afán por las riquezas, evidentemente ese no es el tesoro que tú quieres que encuentre. Esas ataduras me quitan la paz, yo sé que ahí no estás tú. ¿Cuál es tu tesoro, Señor? Ese, que una vez encontrado, el llanto se vuelve alegría, y la desesperanza, gozo…
Y me dices: “Procuráos mi doctrina y no la plata, la ciencia más bien que el oro puro, porque la sabiduría vale más que las perlas, y todos los objetos preciosos no la igualarán. Yo, la sabiduría, habito con la prudencia y poseo la ciencia y la reflexión. Temer al Señor es aborrecer el mal; la arrogancia y el orgullo, la mala conducta y la boca perversa las detesto” (Pr 8,10).
Es verdad, tú estás lejos del orgulloso, y los mentirosos no se acuerdan de ti. Tampoco los insensatos ni los que se afanan en el mal. Señor, cámbiame el corazón. Muéstrame el camino que he de seguir. Muéstrame ese tesoro que eres tú mismo, dame de tu sabiduría, para que estime en nada las riquezas y los afanes del mundo. Dame un corazón a tu medida, a la medida de la cruz, para que pueda reposar tranquila en ese lecho de amor donde me encontraré contigo. Porque si tú estás en mi cruz, ya no hay dolor, ya no hay lágrimas, ya no hay desesperanza. Habré encontrado el tesoro escondido.
Tendré ese mismo espíritu del vástago de Jesé, sabiduría e inteligencia, consejo y fuerza, conocimiento y temor del Señor. Hallaré gozo y corona de alegría, heredaré nombre eterno. Porque habré perseverado contigo en las pruebas y me sentarás contigo a tu mesa, Señor.