Dijo Jesús a sus discípulos: “Os aseguro que lloraréis y os lamentaréis vosotros, mientras el mundo estará alegre; vosotros estaréis tristes, pero vuestra tristeza se convertirá en alegría. La mujer, cuando va a dar a luz, siente tristeza, porque ha llegado su hora; pero, en cuanto da a luz al niño, ni se acuerda del apuro, por la alegría de que al mundo le ha nacido un hombre. También vosotros ahora sentís tristeza; pero volveré a vernos, y se alegrará vuestro corazón, y nadie os quitará vuestra alegría. Ese día no preguntaréis nada”. Juan 16, 20-23
Sólo hay una tristeza en el mundo, y es la de no ser santos, decía el poeta francés León Bloy. En este Evangelio el Señor se despide de sus discípulos en la Última Cena, antes de la Pasión. Y no les engaña: ““Os aseguro que lloraréis y os lamentaréis vosotros, mientras el mundo estará alegre”. El mundo estará alegre, con la falsa alegría del triunfo del mal; así como la paz del mundo no es la paz de Cristo, tampoco la alegría del mundo es la alegría de Cristo. Porque la paz y la alegría del mundo son el fruto de la muerte, y la paz y la alegría de Cristo son la victoria de la Resurrección.
La experiencia de conversión de todo cristiano es la experiencia de la mujer que va a dar a luz un niño. Los Santos Padres siempre decían que habían nacido de nuevo el día que recibieron la predicación del kerigma. Decía San Cipriano de Cartago que en su conversión experimentó algo increíble anteriormente para él: que viviendo en su mismo cuerpo, con el que tanto había pecado toda su vida anterior, por gracia de Dios, recibió un corazón nuevo y un espíritu nuevo, que le hizo cambiar de vida, y así comenzó a vivir como hijo de Dios.
No hay mayor alegría que la de vivir dentro de la voluntad del Padre. Vivir con Jesucristo nuestro Señor, con un corazón habitado por el Espíritu Santo, fruto de la promesa de nuestro Señor Jesucristo: que Él mismo, y el Padre hará su morada en nuestro corazón; y así, con el Espíritu Santo, la Trinidad misma se abaja y pone su morada en el corazón del humilde que se abandona a su Palabra.