“En verdad, en verdad os digo: vosotros lloraréis y os lamentaréis, mientras el mundo estará alegre; vosotros estaréis tristes, pero vuestra tristeza se convertirá en alegría. La mujer, cuando va a dar a luz, siente tristeza porque ha llegado su hora; pero, en cuanto da a luz al niño, ni se acuerda del apuro, por la alegría de que al mundo le ha nacido un hombre. También vosotros ahora sentís tristeza; pero volveré a veros, y se alegrará vuestro corazón, y nadie os quitará vuestra alegría” (San Juan 16, 20-23a).
COMENTARIO
Jesús está pasando las últimas horas con sus discípulos a los que ama con corazón de hombre. Y los ama hasta el final.
Él es consciente de lo que está pasando, sabe lo que ellos no saben. Sabe lo que está tramando Judas a sus espaldas, o eso cree Judas. En realidad nada pasa a sus espaldas. Todo está claro a sus ojos, lo pasado, lo presente y lo futuro. De ese futuro quiere hablar a sus discípulos. Por eso les habla en futuro: Estaréis tristes. Os lamentaréis. Jesús lo sabe, no se lo va a ahorrar. Tendrán que pasar por ello. Les pone un ejemplo ilustrativo. La mujer en el parto. Es un mal momento, de angustia y, de dolor. Pero no es lo definitivo, lo definitivo es una vida que nace y que merece la pena. Por esa vida se puede soportar el sufrimiento.
Entre las cosas que nos ha enseñado Jesús está una nueva relación con el sufrimiento, eso que llamamos la cruz. Es un secreto, o una sabiduría que supera a la razón, que está enraizada en la fe. Vuestra tristeza se cambiará en gozo. ¿Cómo? ¿Se cambiará ella sola, por sí misma? No, volveré a veros. Ese secreto está basado en la fe y la fe depende de la promesa. Toda fe presupone una promesa, la fe es confianza en una promesa. Como en Abrahán. Sal de tu tierra y serás una bendición, padre de pueblos. Abrahán se fío y salió.
Aquí la promesa de alegría y gozo está basado en la fe en la promesa: volveré a veros. La fe en esa promesa permitirá considerar la ausencia, el vacío de la no presencia, como una etapa, un paso, más o menos prolongado, como los dolores de parto. Lo importante es creer en la promesa, fe que se transforma en esperanza. La esperanza unida a la fe la fortifica, la firmeza de la esperanza es la que hace fuerte a la fe. Esperamos la vuelta del Señor, eso nos mantiene firmes en la fe.
Y esa alegría de la esperanza nadie la podrá arrebatar.
El secreto cristiano reside en esa fe, y esa fe transforma la cruz instrumentos de muerte, en cruz gloriosa, en cruz fuente de luz. La cruz por sí mima es aterradora fuente de destrucción y muerte, pero en la perspectiva de la resurrección de Jesucristo se transforma en luz, se vuelve gloriosa. Esa es la alquimia de la fe. Nada racional, sólo confianza en la promesa. Eso es lo que Jesús en aquella hora quiso revelar a los suyos. Vuestra tristeza se transformará en gozo cuando vuelva a veros.
Pidamos al Señor esa fe que vence al mundo. Sin ella el mundo nos puede, y la alegría del mundo nos suena a burla.