Mi hija Victoria (10 años), tan sentimental, empezó a llorar y no paraba. Era un mar de lágrimas. Pero, ¿por qué lloras, Victoria? Si ella está muy feliz y sus padres también, aunque se les escape alguna lágrima… Victoria, desconsolada, se emocionó cuando vio a Pedro, el padre de Mª Dolores, bendecir a su hija que acababa de tomar los hábitos.
Había sido una celebración entrañable, emocionante, trepidante y festiva. La fuerza del Espiritu nos llevaba a todos como si de una ola enorme se tratara. Nos arrollaba, nos mecía, nos estremecía tanta fuerza de Dios. Al final de la celebración se hicieron inevitables las lágrimas. Sobre todo en los pequeños, que no entendían… y en los mayores, que entendíamos pero nos emocionábamos porque algo tan incomprensible para el mundo se estaba haciendo carne ante nuestros ojos: la clausura dejaba de ser un tabú lleno de prejuicios, para convertirse en una forma de vida plena, donde las que la acogían se mostraban alegres, espectacularmente vivas, por la fuerza del Espíritu.
Victoria vio a Pedro, el padre, que con la voz entrecortada bendecía a su hija («hija, que el Señor te bendiga, te cuide, y te guarde para nosotros en la vida eterna») y no pudo contenerse. Clara, la amiga de Victoria, se sumó al desconsuelo por afinidad.
la mejor parte
María Dolores entró en el templo con un vestido de calle y con unos tacones de los que quitan el hipo; al terminar la celebración, vestía una falda negra larga, una camisa blanca y unos calcetines blancos con sandalia negra. La transformación era evidente. Pero a lo externo acompañaba lo interno. María Dolores estaba exultante, la alegría se le derramaba por los ojos. La sonrisa no desaparecía de sus labios ni una milésima de segundo. A los que la hemos conocido (a distancia) nos ha asombrado mucho la transformación… María Dolores era más bien seca, seria. Criada entre siete varones, se le había pegado algo de la brusquedad de los chavales… Ahora se muestra cercana, arrolladora, feliz.
Lola, como la llaman sus amigos, era (y es) valiente y decidida, tenía muchas inquietudes, quería crear una empresa, hacer muchas cosas… «Ahora, todo eso lo considero basura, porque he encontrado el verdadero amor de mi vida, la perla preciosa de la que habla el evangelio», nos dijo a todos en su despedida de la parroquia. Nos dijo también que desde pequeña había tenido una inquietud que no había sabido canalizar hasta ahora. «Gracias a mi padrino, fuimos un grupo de jóvenes a visitar a las dominicas de Lerma, y allí comprobé que las monjas son como nosotros, personas normales, que están entregadas a la oración, que han encontrado a Alguien que las llena completamente. Allí tuve un encuentro muy fuerte con el Señor, y ha sido como un puzzle de veinte mil piezas pequeñitas que Él ha ido enlazando como un verdadero artista. Durante un año, el Señor ha puesto un deseo muy grande en mi corazón de seguirle, amarle, hacer su voluntad; y ahora ha llegado el momento de entrar en la clausura».
Verdaderamente ha sido un paso del Señor para todos. Tiene veintipocos años y a todos nos ha impactado su decisión, que no ha sido repentina, aunque pudiera parecérnoslo así a los que la conocemos de hola y adiós.
una sola cosa es necesaria
Hemos estado en Lerma, acompañándola, junto con todas las comunidades de la parroquia de Santa Rita (Madrid). Es impresionante la alegría de las monjas de clausura. Es algo que siempre me ha llamado la atención. María Dolores entra en una orden, la de las dominicas, que está dedicada a la oración y a la predicación. Cualquiera puede llegar allí necesitado de una Palabra de parte de Dios, de un consuelo, una ayuda espiritual, y la comunidad entera detiene lo que esté haciendo para atender al visitante.
Yo, como soy muy práctica, le di a una de las monjas un papelito donde expresaba todo lo que nuestra familia necesita ahora mismo: «Que el Señor nos dé comunión, que nos dé a los padres sabiduría y discernimiento para educar a nuestros hijos, y que el Señor bendiga a cada uno de ellos, para que puedan conocerle, amarle y seguirle».
La clausura es un canal de bendiciones; hay línea directa con nuestro Dios. Si fuéramos inteligentes, valoraríamos este gran tesoro que tiene la Iglesia, y lo arroparíamos. Porque ellas son las que nos sostienen, a los de fuera.