Solo un cito un antecedente, muy fácil de ampliar: «Noé… era un hombre justo e íntegro entre sus contemporáneos… Noé siguió los caminos de Dios» (Gén. 6,9) Y además conocía la madera, y sabía trabajarla, porque hacer un arca de tres pisos, de esos tamaños, calafatearla, y que flotase en medio de un diluvio, no era cosa fácil. De hecho fue el único barco que soportó el temporal. La Alianza de Dios con los hombres, tras su aventura, quedó testificada en la naturaleza. Entre la luz y el agua formaron el arco iris.
José también era hombre justo, y mucho tuvo que ver con el «Arca de la nueva y última alianza». Testigo de ella es otro arco iris que surge en la Palabra, filtrando la luz del Padre y mostrando todos los colores infinitos del Espíritu. La nueva tierra ya no solo emerge del agua que limpia el pecado, sino del agua y de la sangre que dan nueva vida. El justo José fue el primero que vio con sus ojos la nueva humanidad.
Un Justo en el Israel de Yavhé (Sal.1 y 111), no era solo el que cumplía la Ley. Era el que todo lo que emprendía lo llevaba a buen fin, porque venía de Dios. Era lo que los romanos llamaban el «paterfamilias», referencia de toda moral y de toda ley. «La calificación de José como hombre justo (zaddik) … ofrece un cuadro completo de san José y, a la vez, lo incluye entre las grandes figuras de la Antigua Alianza, comenzando por Abraham, el justo. Si se puede decir que la forma de religiosidad que aparece en el Nuevo Testamento se compendia en la palabra «fiel», el conjunto de una vida conforme a la Escritura se resume en el Antiguo Testamento con el término «justo».(Benedicto XVI La infancia de Jesús)
Si la justicia del Israel de siempre, podía medirse por el juramento hecho por Dios a Abrahán, al que María y José en sus cantos que recoge Lucas, llamaban «nuestro padre», es seguro que Jesús les conformó directamente a ellos en las muchas riquezas de esas fe, porque la esperanza de Abrahán era su propia persona, su presencia en medio de su pueblo. Jesus dijo: «Abrahán, vuestro padre, saltaba de gozo pensando ver mi día; lo vio, y se llenó de alegría». «Los judíos le dijeron: «No tienes todavía cincuenta años, ¿y has visto a Abrahán?». Jesús les dijo: «En verdad, en verdad os digo: Antes de que Abrahán existiera, Yo Soy» (Jn 8,56-59) José, -dice Mateo 1,2-, fundaba su dinastía, su genética, en el mismo Patriarca de la fe.
Lo que Jesús dijo a los judíos, debía de ser el orgullo de José, y de María, que lo aceptaban único sentido de sus vidas: el día que soñaba Abrahán, era el día de su hijo Jesús, el día de Dios habitando en medio de su pueblo. José y María lo vieron mejor que Abrahán. Lo vieron cada mañana, cada mediodía, cada tarde y cada noche. Y se alegraron más aún. Estrenaron la alegría eterna, inmensa, plena de la Iglesia, que es su justicia. Los que guardaron la ‘estirpe de Abrahán’, con la fe y bendición divina, fueron María y José, y los términos empleados para describir el estado de ánimo del viejo Patriarca, el gozo y la alegría profundas, coinciden con los que se atribuyen a todos los que «vieron el día de Jesús» según nos cuenta el Evangelio, los que creyeron en él, José, María, Isabel, Zacarías y el niño Juan, los pastores, los magos, todos lo vieron y se alegraron. Los más afortunados, no solo lo vieron, sino que se «quedaron con él aquel día» que lo vieron (Jn 1,39), lo oyeron, y lo acariciaron con sus manos…(1Jn,1), en la medida que se puede acariciar la Palabra de Vida. Era el día que le amaneció a José treinta años antes, y en el que vivió el resto de sus días, hasta hoy.
Y es que la justicia de José es la que hace limpios de corazón, bienaventurados, que ven y tocan al Dios que nadie había visto jamás, hasta que se hizo hombre y se llamó Jesús.
Manuel Requena