En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: «Cuando venga en su gloria el Hijo del hombre, y todos los ángeles con él, se sentará en el trono de su gloria, y serán reunidas ante él todas las naciones. Él separará a unos de otros, como un pastor separa las ovejas, de las cabras. Y pondrá las ovejas a su derecha y las cabras a su izquierda. Entonces dirá el rey a los de su derecha: «Venid vosotros, benditos de mi Padre; heredad el reino preparado para vosotros desde la creación del mundo. Porque tuve hambre y me disteis de comer, tuve sed y me disteis de beber, fui forastero y me hospedasteis, estuve desnudo y me vestisteis, enfermo y me visitasteis, en la cárcel y vinisteis a verme.» Entonces los justos le contestarán: «Señor, ¿cuándo te vimos con hambre y te alimentamos, o con sed y te dimos de beber?; ¿cuándo te vimos forastero y te hospedamos, o desnudo y te vestimos?; ¿cuándo te vimos enfermo o en la cárcel y fuimos a verte?» Y el rey les dirá: «Os aseguro que cada vez que lo hicisteis con uno de éstos, mis humildes hermanos, conmigo lo hicisteis.» Y entonces dirá a los de su izquierda: «Apartaos de mí, malditos, id al fuego eterno preparado para el diablo y sus ángeles. Porque tuve hambre y no me disteis de comer, tuve sed y no me disteis de beber, fui forastero y no me hospedasteis, estuve desnudo y no me vestisteis, enfermo y en la cárcel y no me visitasteis. Entonces también éstos contestarán: «Señor, ¿cuándo te vimos con hambre o con sed, o forastero o desnudo, o enfermo o en la cárcel, y no te asistirnos?» Y él replicará: «Os aseguro que cada vez que no lo hicisteis con uno de éstos, los humildes, tampoco lo hicisteis conmigo.» Y éstos irán al castigo eterno, y los justos a la vida eterna.» Mateo (25,31-46)
Nos resulta de algún modo misterioso y quizás preocupante pensar en el final de los tiempos. En este Evangelio, denominado en la Tradición como Juicio Final, Jesucristo nos enseña de modo magnánimo como será el restablecimiento de la gloria de Dios y de la plenitud de la Justicia divina ¡importante recordar esta realidad de la vida, tan patente, tal real! Además, antes de ese juicio, cada uno de nosotros, al morir, seremos juzgados por Dios. El Catecismo de la Iglesia Católica, señala en el número 678, como se llevará a cabo este juicio, denominado Juicio Particular: “Entonces se pondrán a la luz la conducta de cada uno y el secreto de los corazones. Entonces será condenada la incredulidad culpable que ha tenido en nada la gracia ofrecida por Dios. La actitud con respecto al prójimo revelará la acogida o el rechazo de la gracia y del amor divino”-
Sobre este Juicio hay un punto de Camino (número 168), muy esperanzador. Dice así San Josemaría: “Me hizo gracia que hable usted de la “cuenta” que le pedirá Nuestro Señor. No, para ustedes no será Juez –en el sentido austero de la palabra- sino simplemente Jesús. –Esta frase, escrita por un Obispo Santo, que ha consolado más de un corazón atribulado, bien puede consolar el tuyo”.
Este consuelo viene de vivir, mejor luchar por vivir, los grandes retos del panorama que nos dice Jesucristo en el Evangelio de hoy: ese dar de comer, dar de beber, visitar… es decir, vivir la virtud por excelencia, la única que permanecerá a eternamente, la caridad, que está en lo grande y en lo pequeño, por la que, como se recoge en el capítulo 10 de san Mateo, hasta dar un vaso de agua no quedará sin recompensa.
A veces, por nuestra situación interior, incluso por nuestro estado de ánimo, o por un golpe de la gracia divina, nos comeríamos el mundo; mientras que en el arco iris de las posibilidades humanas, otras veces, nos parece que es el mundo el que nos devora…; entre esos dos extremos, están tantas posibilidades pequeñas, de misericordia -activa y pasiva-, que una tras otras, hacen la existencia no sólo heroica, sino abierta a la gloria de Dios, a la que resplandecerá al final de los tiempos. Que nos animemos a que en ese Juicio Final Jesús sea entonces para nosotros nada más y nada menos que Jesús. Y ayudemos a los demás en esta dirección. No olvidemos que existen los pecados de omisión, y los pecados mortales y que ya, desde el años 1215, el Magisterio solemne de la Iglesia ha definido la existencia de un castigo eterno para los condenados y de un premio, también eterno para los que procuran alcanzarlo: “Jesucristo ha de venir al fin del mundo, para juzgar a los vivos y a los muertos, y dar a cada uno según sus obras tanto a los réprobos como a los elegidos; todos los cuales resucitarán con sus propios cuerpos que ahora tienen, para recibir según sus obras –buenas o malas-: aquellos con el diablo, castigo eterno; y éstos, con Cristo, gloria sempiterna”.