En aquel tiempo, uno de los Doce, llamado Judas Iscariote, a los sumos sacerdotes y les propuso: «¿Qué estáis dispuestos a darme, si os lo entrego?»
Ellos se ajustaron con él en treinta monedas. Y desde entonces andaba buscando ocasión propicia para entregarlo.
El primer día de los Ázimos se acercaron los discípulos a Jesús y le preguntaron: «¿Dónde quieres que te preparemos la cena de Pascua?»
Él contestó: «ld a la ciudad, a casa de Fulano, y decidle: «El Maestro dice: Mi momento está cerca; deseo celebrar la Pascua en tu casa con mis discípulos.»»
Los discípulos cumplieron las instrucciones de Jesús y prepararon la Pascua. Al atardecer se puso a la mesa con los Doce.
Mientras comían dijo: «Os aseguro que uno de vosotros me va a entregar.»
Ellos, consternados, se pusieron a preguntarle uno tras otro: «¿Soy yo acaso, Señor?»
Él respondió: «El que ha mojado en la misma fuente que yo, ése me va a entregar. El Hijo del hombre se va, como está escrito de él; pero, ¡ay del que va a entregar al Hijo del hombre!; más le valdría no haber nacido.»
Entonces preguntó Judas, el que lo iba a entregar: «¿Soy yo acaso, Maestro?»
Él respondió: «Tú lo has dicho» (San Mateo 26, 14-25).
COMENTARIO
La institución de la Eucaristía es el gran regalo que Cristo nos dejó en tiempos de su Pasión. Es misterio admirable sobre el que nunca se escribirá lo suficiente y nunca se entenderá suficientemente. Misterio de amor incomprensible. Hondura de la misericordia de Dios.
Dios se hace hombre. Y este hombre transforma el trigo en su cuerpo y la uva en su sangre. Es un amor que merece todos los honores. Infinitos honores si fuera posible.
Y nos encontramos con que la Eucaristía primera del mundo, celebrada por el mismo Jesucristo queda tocada por el mal de Judas.
Habría que tocar cítaras y flautas, festejar de modo digno y adecuado la presencia del Señor entre nosotros en su forma sacramental. Es demasiado importante el asunto como para meter la pata. Sin embargo, la pata se metió.
Los discípulos se estaban peleando sobre quién era el más importante. Y esto obliga al Señor a dar supremo ejemplo de humildad. Se pone a lavarle los pies diciendo que hiciéramos nosotros lo mismo unos con otros. El comienzo de los tiempos eucarísticos queda mezclado con la miseria de los hombres.
Judas puso su parte de modo principal. Diríamos en lenguaje muy humano que estropeo el festín divino. Puso nota de dolorosa pasión en el nacimiento de la eucaristía.
No fue la cosa de repente. Se estaba preparando poco a poco hasta que llamó al aliado de los señores de este mundo, el dinero, para realizar su empresa mortal.
Judas busca a los príncipes de los sacerdotes para hablar de dinero y de Cristo. Por este orden: “¿Qué me queréis dar y yo os lo entregaré?” El dinero es magnífico amigo de los que se van separando del Señor: “Ningún criado puede servir a dos señores, porque o tendrá odio al uno y odiará al otro, o se irá con uno y despreciará al otro” (Lc 16,13)
Judas está haciendo lo que el dinero quiere, no lo que quiere Dios. Está despreciando lo divino en nombre de lo terreno. El dinero jugó su gran papel en la separación mortal del discípulo. Judas murió y Cristo también. El primero víctima de sí mismo con frutos de muerte. El segundo víctima de todos los hombres con frutos de salvación.
Las treinta monedas en el corazón de Judas pusieron en marcha los pasos deicidas: “Y desde aquel momento buscaba una ocasión propicia para entregarle”. Judas activa su nocivo nerviosismo y su diabólica ansiedad.
El evangelista deja por el momento en suspenso la escena y nos traslada a los preparativos de la Pascua. Cena que resultó ser sacramental.
En Judas todo se puso en marcha con el movimiento de dinero. La Cena del Señor se puso en marcha con la obediencia de los discípulos: “¿Dónde quieres que te preparemos sitio para comer la Pascua?”. Pregunta de aquellos que están bien formados por la gracia. Cristo les enseño a preguntar antes de actuar, y aunque fallaran multitud de veces, la enseñanza les quedaría bien esculpida en sus almas.
Estos apóstoles bien saben que la obediencia era alimento muy querido para el Maestro. “Los discípulos cumplieron las órdenes de Jesús y prepararon la Pascua”. En contexto de manjares eucarísticos resuenan aquellas otras palabras… “Yo tengo por comida un alimento que vosotros no conocéis… Mi alimento es hacer la voluntad del que me ha enviado y llevar a cabo su obra” (Jn 4,32-34).
Es verdad que un poco más tarde las pasiones de estos hombres les hará discutir sobre la propia importancia en relación con los demás ¡Ese honor mundano tan arraigado en los seres humanos! pero al menos han comenzado muy bien, preguntando al Señor sobre sus deseos relativos a la Pascua.
El Señor actúa como tal, manda y ordena. Es amigo pero también es Señor y Maestro ( Jn 13,13). Por una parte comunica, porque es amigo, y por otra ordena y manda porque es Señor. Todo un Dios que manda también sobre los vientos y las olas del mar (Mt 8,27)
Esta obediencia de los discípulos genera obediencia y docilidad en el dueño de la estancia en la que habría de celebrarse la Pascua. El bien como generador de bien; aquí se ve bien claro. El mal como generador de mal; se ve muy bien en la actitud de Judas: entrega a Cristo y acaba ahogado en profunda desesperación.
Momento dificilísimo para el Maestro cuando comunicó veladamente quién le iba a entregar. Aquel Corazón de Cristo, vulnerable por amor, recibe la honda huella de un desprecio fatal.
“Los discípulos se llenaron de mucha tristeza”. Aunque son cobardes, limitados y pecadores, el Señor supo a quienes se escogió (Jn 13,18). Tienen amor y por ello unión con los sentimientos de Cristo Jesús. Se ponen tristes porque Cristo está triste. Hay amor de verdad a pesar de la debilidad.
Judas y la Eucaristía quedan asociados. El que resultó traidor puso su nota de cruz a la mística del Amor. La primera eucaristía del mundo quedó dolorida por monedas sin valor, por actitud fraudulenta.
“El Hijo del hombre se marcha, conforme a lo que está escrito de él; pero ¡ay de aquel por quien el Hijo del hombre es entregado! Más le valdría no haber nacido”.