Es arrolladora, cálida y humilde. Porque lo primero que dice, casi al inicio de nuestra conversación, es que “si no fuera por Juan Pablo II no me conocería nadie, yo no he hecho nada”. Y en cierto modo tiene razón, ella ha sido la voz, la imagen, el vehículo transmisor de un papado pleno de vivencias y acontecimientos históricos. Pero también es verdad que Paloma, informadora católica, con un bagaje cultural y profesional enorme, es mucha Paloma.
-¿Para informar sobre la vida de la Iglesia, es necesaria una experiencia previa, un encuentro personal con Jesucristo?
-No lo creo. Yo no soy de ningún movimiento de la Iglesia… yo soy católica, apostólica y romana, todo eso sí. Y además tengo unos principios que me los han inculcado en el colegio y en la familia, pero cuando hay buena voluntad, cuando el periodista va a informar y cuenta lo que está viviendo, si no tiene mala fe…
-¿Se puede hacer este trabajo aun sin fe?
-Sí, yo he aprendido muchísimo del que ha sido durante muchos años el enviado especial de L´Unitá (diario comunista italiano), Alcheste Santini. Alcheste tenía una gran amistad con el cardenal Cassaroli y un respeto absoluto por JPII, sus crónicas son críticas en algunas cosas, que también es justo que se digan, pero ha sido una de las personas más respetuosas con JPII.
-¿Ha visto a lo largo de estos años, en su grupo de informadores, que ellos mismos, de alguna manera se transformaban al contacto con la figura de JPII?
-Sí, han cambiado muchísimo. Había una chica judía en nuestro grupo, que se ha convertido a la religión católica (y los judíos no son fáciles). Ella empezó pensando “voy a cubrir la información de este papa polaco que llega…” y hoy es una mujer que, además, ha encontrado una fuerza grande en la fe. Perdió a su hijo de muerte súbita, fue a darle de mamar y lo encuentró muerto… y le ayudó muchísimo JPII y todo lo que había escuchado a lo largo de los años siguiendo la información papal. Otro caso, por ejemplo, fue el de Doménico del Río, que llamaba a JPII “Karol, el Grande”; éste al principio era muy crítico con la Iglesia, incluso con JPII, y se transformó completamente; cuando estaba muriéndose, a un colega suyo del Corrière de la Sera, le dijo: “Dile al Papa que le comprendo perfectamente, y que me ha dado tanta paz”. Te inspira respeto (también Benedicto XVI) cuando lees sus discursos… yo no he conocido a ningún periodista que vaya a hacer la información vaticana y que odie al Papa, no; pero que necesiten ser “tocados”, sí. Yo creo que de alguna manera Dios te ayuda, porque estás haciendo una labor que en cierto modo es evangelizadora. Si Dios ilumina a los misioneros, también a nosotros, algo nos ha de llegar…
-Kiko Argüello, el iniciador del Camino Neocatecumenal, comentaba en la última JMJ en Madrid, que España, que vivía un erial de vocaciones, ahora comienza a reverdecer.
-JPII ha sembrado, de eso no hay duda. Lo cual no quiere decir que el Papa hablara en un país, y al año siguiente los seminarios estuvieran llenos, no. Pero a los jóvenes les ha dejado inquietudes, preguntas (con respuestas que se las daba el propio Papa), y era exigente con ellos. El joven quiere que se le exija… yo creo que el relativismo, la superficialidad, el “póntelo, pónselo” han destrozado a la juventud; en cambio el Papa JPII les decía: “Os gusta el cantor, pero no os gusta lo que canta”, porque él era exigente con ellos. Yo creo que la juventud tiene unos valores grandes, lo que pasa es que en algunos países (y en España en los últimos años), estos valores se los han quitado, los han enterrado, pero hay que volverlos a sacar. Los chicos se han cansado ya de movidas y de pasar de todo, porque han visto que eso solo crea paro, desilusión, verlo todo con ojos llenos de angustia… pero llega la JMJ y conocen una juventud distinta, unida, solidaria, que tiene alegría.
-Usted ha estado muy unida a JPII, ¿ha llegado a considerarse amiga de él?
-No, yo creo que del Papa no hay amigos. Quizás tuviera los amigos de su juventud, de cuando estaba en Cracovia. Pero él me tenía mucho cariño. Siempre supo que yo había hecho que la figura de Juan Pablo II fuese querida, muy cercana a la gente. Un día riéndose, porque tenía mucho sentido del humor, me llamó “pa-pa paloma” (risas). Otra vez le dije (porque no llamaba a nadie por su nombre, sólo a mí): “Santidad, ¡se acuerda de mi nombre! Será porque le recuerdo al Espíritu Santo, por aquello de la paloma”. No sé porqué, pero siempre tuvo una deferencia grande conmigo.
-¿Qué recuerdos entrañables tiene de su relación con el Papa?
-Cuando se casó mi hijo, JPII quiso conocerle, y nos invitó a toda la familia a una misa privada en su capilla, y la dijo en español… cuando nació mi nieta también quiso conocerla, y se la llevé… en fin, pequeñas cosas que no son tan pequeñas. Luego, a una de mis nietas la bautizó en la capilla Sixtina, y quiso que los hermanos de la bebé fueran los que llevaran las ofrendas del ofertorio de la misa. Estaba toda la familia allí al completo. Todo esto es de agradecer, yo tengo por el Papa JPII una gran admiración.
-¿Compartió con JPII conversación o solo cosas puntuales?
-Sí. Hemos hablado… en los aviones, venía y se quedaba un rato hablando. Lo que más te llamaba la atención de JPII era su oración. Era un hombre de silencios, de hablar con Dios. Era impresionante. Yo un día riéndome le dije a un compañero: “Uno de estos días le voy a ver levitar”, porque te dabas cuenta de que aunque estuviera en una audiencia o con un discurso cualquiera, él estaba hablando con Dios. Era algo que tú captabas, con lo cual lo que él decía importaba menos que cómo era él. En ningún momento te dejabas llevar por el “qué simpático”, “qué divertido”, lo que impresionaba a todos era esa capacidad de aislarse, de ver que en esos momentos estaba pidiéndole a Dios ayuda porque era un encuentro importante… no sé. Llamaba la atención ese diálogo íntimo.
-¿Y a la Madre Teresa la conoció? ¿Habló con ella?
-Sí. Muchas veces. Era una mujer extraordinaria, una santa. Una mujer que irradiaba tal paz cuando la veías… también era severa, porque cuando tenía que decir algo, lo decía. A mí me regalaba medallitas de hojalata, de María Madre Misericordiosa, que llevaba en el Sari, ¡una vez me dio un puñado!. Yo la quería muchísimo, era especial, sus ojos, sus manos arrugadas… Recuerdo que ya muy enferma me la encontré en el aeropuerto de Roma (le tuvieron que dar oxigeno en el aeropuerto porque casi se ahogaba) llevando a dos niños indios de la mano, seguramente recogidos de las calles de Calcuta; le dije: ¡Pero Madre Teresa, dos niños venidos de la India y en avión… le habrán dado una guerra! Y ella, me contestó: ”Paloma, ¿cómo puedes decir eso? Si llevo en mis manos dos pedacitos de Dios”.
Madre teresa quería un lugar donde recoger a esta gente que muere por las calles, pero no se lo querían dar, porque ¡a una monja católica cómo le van a dar nada! Entonces ella se enteró de que quizá en el templo de la diosa Cali le podrían dejar dos habitaciones. Así que Madre Teresa fue a ver al gran sacerdote de la diosa Cali (que es la diosa más cruel de las divinidades indias) y este le dijo que ni hablar, que antes cerraba sus puertas que darle nada a ella. Pero por estas cosas de la vida, este sacerdote se pone malísimo, con una extraña enfermedad que todos temen que sea muy contagiosa, y todos le abandonan… Madre Teresa se entera y va con sus Hijas, noche y día vela por él, le da todo el cariño del mundo… y es entonces cuando aquel hombre descubre a Madre Teresa y sus Hijas; cuando sale de la enfermedad, este sacerdote le da dos habitaciones en el templo de la diosa Cali, y es ahí donde empieza la Casa de los moribundos de Madre Teresa.
Cuando el Papa va a Calcuta, se pretende que entre por la puerta de los ricos, pero Juan Pablo II dice: “Yo vengo a ver a los pobres de Madre Teresa, yo entro por la puerta del hambre”. Y lo primero que hizo al llegar fue visitar la Casa de los moribundos. Y allí estaban, junto a Madre Teresa y sus Hijas, todos los sacerdotes de la diosa Cali esperando al Papa. Cuando llegó JPII, el gran sacerdote le colocó la corona de flores de bienvenida de los indios, y se la puso, diciéndole: “Es usted la persona que más quiere Madre Teresa en este mundo, y para nosotros lo que quiere Madre Teresa es siempre bienvenido”.
-¿Y de Benedicto XVI, qué me puede decir?
-Era el único Papa que podía seguir el legado de JPII. Yo le encuentro un mérito extraordinario, porque el hombre, ya mayor, delicado de salud, coge las riendas de la Iglesia en un momento tan difícil, tan dramático… los grandes problemas los ha sacado, sin miedo, porque el tema de la pederastia estaba ahí… podía haberlo dejado aparcado, sin embargo, arremetió contra ella llamándola “el crimen atroz del que se avergüenza la Iglesia por ser hombres que tienen que seguir a Cristo”. Desde el primer momento lo ha abordado, sin temblarle la mano.
-Es muy humilde, muy sencillo.
-Es muy cercano. Si quieres, más cercano que JPII. Porque JPII si te conocía, sí… pero si no, él iba a sus cosas… y Benedicto en cambio es muy cercano, él quiere saber; si le dices algo, jamás te deja de escuchar. Y sus discursos… tú a JPII le podías ir “a ver”, pero a Benedicto XVI le vas “a escuchar”. Juan Pablo II era polaco, y sus discursos eran como un gran ovillo (sus discursos al principio sobre todo, tenían quince o veinte páginas ¡te perdías!) porque había que desenrollar el ovillo para entender porqué hablaba de esto o de lo otro, eran discursos difíciles. En cambio con BXVI son lineales, cortos, con una poesía en lo que escribe, preciosa. Encuentro que BXVI es la mejor cabeza que tiene hoy la Iglesia, como escritor, como todo, es extraordinario.
-¿Hay líderes políticos a los que la influencia del papa haya cambiado en su forma de hacer política?
-Sí. Gorbachov fue uno de ellos. Si el muro de la vergüenza cayó fue gracias a la influencia y a la fe de JPII (esto, reconocido por Mijail Gorbachov). Le llamaban al Papa, “la utopía Wojtyla”: ese sueño de una Europa unida en sus raíces cristianas, desde los Urales al Atlántico. Yo estaba presente el día de la audiencia con Gorbachov, y le aseguro que es impresionante el momento en que vemos entrar por el Arco de las Campanas, en la Plaza de San Pedro, el coche ruso, con la bandera de la hoz y el martillo. Estuvieron primero a solas, Gorbachov y el papa (más los intérpretes; el intérprete del papa era un jesuita que había estado muchos años en Siberia en un campo de concentración) durante 60 minutos, una barbaridad (normalmente una audiencia papal no dura más de 15-20 minutos). Luego, fue la audiencia pública, allí estuvo Raisa y todo la delegación de Gorbachov. Este dio tres noticias importantísimas en su discurso: primero, saludó al Papa diciéndole “santidad” (hay que destacar que pocos años antes, en el viaje a México, el presidente mexicano, por no ofender a su partido (el PRI), le saludó, diciendo: “bienvenido, señor Papa”).
Pero Gorbachov le llama santidad, y después le invita a Rusia, y le dice que va a haber libertad religiosa en la URSS, cosa que será aprobada en el parlamento de Moscú muy poco tiempo después. Luego, cuando termina el discurso, vemos que hay entre los dos una corriente de simpatía, y cuando se marcha, el Papa le acompaña, y Gorbachov le dice: “Me siento feliz de encontrarme hoy ante la autoridad moral más grande que tiene el mundo, y me siento orgulloso porque es un eslavo”. El Papa le contestará: “Señor presidente, somos dos eslavos a los que la Providencia ha puesto en el mismo camino, y tenemos que hacer un mundo de paz”. Luego Gorbachov le dirá una frase que nos ha hecho pensar tanto a muchos: “Santidad, soy un ateo, no practicante” ,¿qué quería decir Gorbachov con esto? Realmente fue un encuentro histórico.
-¿Qué pasó en el viaje a Tierra Santa? Ahí sucedió una anécdota muy conmovedora, la de Edith.
-El Papa visitó el museo del Holocausto judío, en Tierra santa, que es un memorial del horror que ha sufrido el pueblo judío durante la persecución nazi, sobre todo. Al terminar el discurso-oración (porque pidió al Señor que nunca más en el mundo pudiera ocurrir una cosa tan horrible, este Gólgota contemporáneo, lo llamó así), una señora se acercó al Papa y habló con él bastante en polaco, lloraba y le cogía las manos; claro, cuando se marchó nosotros pensamos , aquí ocurre algo importante. Y efectivamente, ella nos dijo que era una niña de Cracovia, que había sido internada en el campo de exterminio de Auschwitz con sus abuelos, sus padres y su hermano, y que a lo largo de los años que estuvieron allí murieron todos sus familiares menos ella. Al liberar el campo, a los internos se los llevaban a Cracovia porque había un puesto de la Cruz Roja Internacional que ayudaba a esta gente, no solo con comida sino también para ver cómo se podían reunir con sus familiares. Pero esta niña no quiere ir a la estación, al puesto de socorro de la Cruz Roja Internacional y se queda en una calle de Cracovia. Y pasó un hombre joven, le extrañó que estuviera allí sola, se la veía demacrada… se acercó, le preguntó cómo se llamaba y ella le enseñó el número que tenía marcado en el brazo. Él le dijo, “no, dime tu nombre”. “Me llamo Edith”. El se puso a hablar con ella, ella le contó que había muerto toda su familia, que para qué ir a otro lado, que ella lo que quería era morirse… él empezó a decirle que tenía que vivir por sus padres, por su hermano, por sus abuelos (ésta es una idea muy judía, el vivir por los otros), ella se fue dejando llevar, la acompañó a la estación, a la Cruz Roja Internacional, y al despedirse de ella le dijo: “Acuérdate de que tienes que vivir por ellos”. La niña reaccionó diciendo: ¿Y tú cómo te llamas? Él le contestó: “Yo, Karol, Karol Wojtyla”. A la niña no se le olvidó ese nombre en su vida. Cuando ya mayor oye que hay un Papa que se llama Karol Wojtyla, polaco, de Cracovia, vamos, estaba claro que era quien ella conocía… entonces pidió saludarle.
-¿Ha conocido milagros de JPII en vida?
-Los milagros, para que sirvan a la causa de beatificación, tienen que producirse una vez muerta la persona. Pero hay muchísimas cosas que me han contado, por ejemplo, una amiga de Sevilla, muy amiga de César de Los Morancos, tuvo un choque con un camión, se quedó en coma, y el marido ya tenía todo preparado para donar los órganos, porque pensaba que se moría, que no salía del coma. Y se muere JPII, ella sale del coma, y lo primero que dice al despertarse es: “Se ha muerto el Papa, ¿verdad?”. Ni un rasguño le ha quedado. Ella está convencida de que fue el Papa quien la curó. Pero este caso no ha entrado en la causa de beatificación.
Luego, otra amiga mía, que es una gran violinista, tenía que entregar la cruz al Papa en el Vía Crucis del Coliseo. En aquel via crucis, todos los que portaban la cruz estaban representando a pueblos que habían sufrido por el terrorismo (los norteamericanos por el 11 de septiembre, y los españoles por el 11 de marzo). Quiso el Papa que fuera alguien de España quien llevara la cruz y se la entregara, entonces esta chica estaba estudiando en Roma, la llamaron, pero tenía un problema: le salían verrugas en las manos, se las quemaba y volvían a salirle, incluso dentro de las uñas… figúrate, qué trauma para una violinista como ella, bueno, para cualquier mujer… y cuando le dijeron esto, ella estaba con las manos muy mal, pero me comentaba: “No me importa que me vean así en la TV, porque es tal la emoción que tengo por llevar la cruz de Cristo, el dolor de toda España, todo el sufrimiento de tantas familias… y entregárselo al Papa, que es también un manojo de dolores”. La mañana del viernes santo, antes de hacer el via crucis en el Coliseo, cuando se despertó vio que no tenía ninguna verruga y nunca más le han salido.