«En aquel tiempo, los escribas que habían bajado de Jerusalén decían: “Tiene dentro a Belzebú y expulsa a los demonios con el poder del jefe de los demonios”. Él los invitó a acercarse y les puso estas parábolas: “¿Cómo va a echar Satanás a Satanás? Un reino en guerra civil no puede subsistir; una familia dividida no puede subsistir. Si Satanás se rebela contra sí mismo, para hacerse la guerra, no puede subsistir, está perdido. Nadie puede meterse en casa de un hombre forzudo para arramblar con su ajuar, si primero no lo ata; entonces podrá arramblar con la casa. Creedme, todo se les podrá perdonar a los hombres: los pecados y cualquier blasfemia que digan; pero el que blasfeme contra el Espíritu Santo no tendrá perdón jamás, cargará con su pecado para siempre. Se refería a los que decían que tenía dentro un espíritu inmundo». (Mc 3,22-30)
En el evangelio de Marcos, inmediatamente de que Jesús es proclamado Hijo de Dios al ser bautizado, el Espíritu Santo lo lleva al desierto para ser «tentado por Satanás» (Mc 1,13). La descripción de Jesús, que soporta los cuarenta días, que está junto con los ángeles y que emerge para proclamar la soberanía de Dios, sugiere que Él es el vencedor en este primer encuentro con Satanás, conclusión apoyada por la autoridad posterior de Jesús sobre los espíritus inmundos (Mc 1,25). En el desierto con Satanás, como explica después Jesús en el texto que comentamos, Él «ata al fuerte» y entonces puede «saquear su ajuar» exorcizando a los demonios.
Así, la solución del conflicto con Satanás se encuentra en las tentaciones al principio del relato. No hay desarrollo del conflicto a lo largo del Evangelio, sino intensificaciones en los episodios específicos de exorcismos. Los exorcismos posteriores son simplemente una consecuencia de la solución inicial, una operación de limpieza. Así, en la descripción de Marcos, Satanás no es el último enemigo derrotado, sino el primero. Atando a Satanás en el desierto, Jesús acaba con el poder de Satanás sobre el mundo. Acallando a los demonios, Jesús demuestra que la soberanía de Dios sobre el mundo «ha llegado». Posteriormente, Jesús otorga autoridad sobre los demonios a sus mismos discípulos (Mc 16, 17).
La escena del evangelio de hoy nos presenta a los escribas venidos de Jerusalén para juzgar la misión de Jesús que atribuirán directamente a Beelzebul: «por el príncipe de los demonios expulsa los demonios» (Mc 3,22). La condena de los escribas resulta coherente: solo Dios es para ellos el Señor de la morada buena y ejerce su reinado desde Jerusalén, salvando a los humanos a través del judaísmo; el diablo, en cambio, es señor de la morada mala y quiere destruir la obra de Dios por todos los medios a su alcance. Al servicio de ese diablo obra Jesús: parece bueno lo que hace; como un hombre piadoso ayuda a posesos y enfermos, pero en realidad actúa así para engañar a los ingenuos, destruyendo al judaísmo y encerrando a los humanos bajo el reino implacable de Satanás.
Esta es la sentencia final de unos letrados oficiales que han venido de Jerusalén para observar a Jesús y definir con autoridad el sentido de su obra. Han verificado su conducta, ha sopesado su intención de fondo y su manera de enfrentarse al poder de lo satánico en el mundo. Han visto claro y pueden emitir su veredicto. No se sientan en el aula de condenas capitales (como harán en Marcos 14,53-66, con sacerdotes y ancianos), pero a nivel social y religioso ya han fijado la sentencia: ¡Culpable de magia diabólica o satanismo!
Jesús asume el reto y responde, poniendo en evidencia el lógico ridículo de los escribas. Su demostración es sencilla, pero rigurosa: “Nadie puede entrar en la casa de un hombre fuerte y saquearla, si primero no ata al fuerte”. Es la primera y corta parábola relatada por Marcos: ¡La imagen de un combate rápido y decisivo! Para dominar a un «hombre fuerte», se precisa a uno «más fuerte» que él. Jesús presenta su misión como un combate, el combate contra Satán, la lucha contra el «adversario de Dios» (es el sentido de la palabra «Satán» en hebreo). Fuerte era Satán, dura su casa, potente su reino. Pero Jesús es Más Fuerte, conforme a una palabra de clara confesión mesiánica: ha conquistado ya el reino/casa de Satán; le ha vencido, le ha atado, ha empezado a liberar a sus cautivos. La Iglesia de Jesús está constituida por aquellos que confiesan su victoria sobre el diablo y continúan realizando su tarea sobre el mundo.
La consecuencia es clara: pecan contra el Espíritu Santo (Mc 3,28-29) los que atribuyen su actuación salvífica a la acción de Satanás. Son Iglesia los que aceptan la acción liberadora de Jesús. Caen en pecado quienes le condenan como emisario de Satán. Jesús invierte la razón de los escribas, diciendo que son ellos en el fondo los endemoniados (pues luchan contra el Espíritu de Dios), corriendo el riesgo de quedar prendidos, destruidos, bajo el poder diabólico de la opresión humana. El Espíritu es la fuerza sustentante de la nueva comunidad (Iglesia) que Jesús ha instituido con su proyecto mesiánico; por eso pecan contra el Espíritu aquellos que niegan y rechazan la acción liberadora de Jesús en favor de los pobres. El Espíritu Santo es el poder de pureza que se opone a la impureza del demonio; es el amor y comunión que va creando familia desde los últimos (posesos).
Para participar en la victoria de Cristo sobre las «fuerzas que nos dominan» hay que ser dóciles al Espíritu Santo… Hay que reconocer el poder que actúa en Cristo. Decir que Jesús es un «Satán», un «Adversario de Dios», es cerrar los ojos, es blasfemar contra el Espíritu Santo, es negar la evidencia: este rechazo es grave…, bloquea todo progreso en el futuro.
La Palabra de Dios hoy nos invita a escrutar los signos de los tiempos, descubrir en ellos la acción liberadora y sanante del Espíritu de Jesús y convertirnos, en expresión del Papa Francisco, en «evangelizadores con espíritu».
Juan José Calles