<<Después de que Juan fue entregado, Jesús marchó a Galilea a proclamar el Evangelio de Dios. Decía: «Se ha cumplido el tiempo y está cerca el Reino de Dios: convertíos y creed en el Evangelio. Pasando junto al mar de Galilea, vio a Simón y a Andrés, el hermanos de Simón, echando las redes en el mar, pues eran pescadores. Jesús les dijo: «Venid en pos de mí y os haré pescadores de hombres». Inmediatamente dejaron las redes y lo siguieron. Un poco más adelante vio a Santiago, hijo de Zebedeo, y a su hermano Juan, que estaban en la barca repasando las redes. A continuación los llamó, dejaron a su padre Zebedeo en la barca con los jornaleros y se marcharon en pos de él>> (Mc 1, 14-20)
Hemos terminado el tiempo litúrgico de la Navidad y comenzamos el Tiempo Ordinario, dejamos de contemplar el Misterio de la Encarnación, Dios que se ha hecho carne, prójimo nuestro en la persona de Jesús y pasamos, hoy, a contemplarlo iniciando su ministerio público en la Galilea de los gentiles. El testimonio que el Señor da de Sí mismo y que San Marcos ha recogido en su Evangelio «El tiempo se ha cumplido y el Reino de Dios está cerca; convertíos y creed en la Buena Nueva» (1.15), tiene sin duda un gran alcance, ya que define toda la misión de Jesús: «porque para esto he sido enviado» dirá en Lc 4, 43. Estas palabras alcanzan todo su significado cuando se las considera a la luz de los versículos anteriores en los que Cristo se aplica a Sí mismo las palabras del profeta Isaías: «El Espíritu del Señor está sobre mí, porque me ungió para evangelizar a los pobres» (Lc 4, 18). Proclamar de ciudad en ciudad, sobre todo a los más pobres, con frecuencia los más dispuestos, el gozoso anuncio del cumplimiento de las promesas y de la Alianza propuestas por Dios, tal es la misión para la que Jesús se declara enviado por el Padre; todos los aspectos de su Misterio —la misma Encarnación, los milagros, las enseñanzas, la convocación de sus discípulos, el envío de los Doce, la cruz y la resurrección, la continuidad de su presencia en medio de los suyos— forman parte de su actividad evangelizadora.
La Palabra de Dios nos presenta hoy a Jesús mismo como el Evangelio de Dios (Mc 1,1); Él ha sido y es el primero y el más grande evangelizador. Lo ha sido hasta el final, hasta la perfección, hasta el sacrificio de su existencia terrena.
Evangelizar: ¿Qué significado ha tenido esta palabra para Jesús? Ciertamente no es fácil expresar en una síntesis completa el sentido, el contenido, las formas de evangelización tal cómo Jesús lo concibió y lo puso en práctica. Por otra parte, esta síntesis nunca podrá ser concluida. Evangelizar es anunciar y hacer presente el reino de Dios. Jesús, en cuanto evangelizador, anuncia ante todo un reino, el reino de Dios, tan importante que, en relación a él, todo se convierte en «lo demás», que es dado por añadidura (Mt 6, 33). Solamente el reino es pues absoluto y todo el resto es relativo. El Señor se complacerá en describir de muy diversas maneras la dicha de pertenecer a ese reino, una dicha paradójica hecha de cosas que el mundo rechaza (Mt 5, 3-12), las exigencias del reino y su carta magna (Mt 5-7), los heraldos del reino (Mt 10), los misterios del mismo (Mt 13), sus hijos (Mt 18), la vigilancia y fidelidad requeridas a quien espera su llegada definitiva (Mt 24-25). Como núcleo y centro de su Buena Nueva, Jesús anuncia la salvación, ese gran don de Dios que es liberación de todo lo que oprime al hombre, pero que es sobre todo liberación del pecado y del maligno, dentro de la alegría de conocer a Dios y de ser conocido por El, de verlo, de entregarse a Él. Todo esto tiene su arranque durante la vida de Cristo, y se logra de manera definitiva por su muerte y resurrección; pero debe ser continuado pacientemente a través de la historia hasta ser plenamente realizado el día de la venida final del mismo Cristo, cosa que nadie sabe cuándo tendrá lugar, a excepción del Padre (Mt 24, 36). Jesús llevó a cabo esta proclamación del reino de Dios mediante la predicación infatigable de una palabra, de la que se dirá que no admite parangón con ninguna otra: «¿Qué es esto? Una doctrina nueva y revestida de autoridad» (Mc 1, 27); Sus palabras desvelan el secreto de Dios, su designio y su promesa, y por eso cambian el corazón del hombre y su destino. Pero sólo es eficaz en nosotros si nos dejamos convertir el corazón por Él. Recordemos, una vez más, como inicia el Papa Francisco su Exhortación Apostólica Evangelii gaudium: «La alegría del Evangelio llena el corazón y la vida entera de los que se encuentran con Jesús. Quienes se dejan salvar por Él son liberados del pecado, de la tristeza, del vacío interior y del aislamiento. Con Jesucristo siempre nace y renace la alegría» (n. 1). Esta ha sido nuestra experiencia pascual en estos días entrañables de la Navidad y tiene que continuar siéndolo. ¡Dejémonos evangelizar por Jesús!