“En aquel tiempo, al salir Jesús de la sinagoga entró en casa de Simón. La suegra de Simón estaba con fiebre muy alta y le rogaron por ella. Él, inclinándose sobre ella, increpó a la fiebre, y se le pasó; ella, levantándose enseguida, se puso a servirles. Al ponerse el sol, todos cuantos tenían enfermos con diversas dolencias se los llevaban, y él, imponiendo las manos sobre cada uno, los iba curando. De muchos de ellos, salían también demonios que gritaban y decían: “Tu eres el Hijo de Dios”. Los increpaba y no les dejaba hablar, porque sabían que él era el Mesías. Al hacerse de día, salió y se fue a un lugar desierto. La gente lo andaba buscando y, llegando donde estaba, intentaban retenerlo para que no se separara de ellos. Pero él les dijo: “Es necesario que proclame el Reino de Dios también a las otras ciudades, pues para eso he sido enviado”. Y predicaba en las sinagogas de Judea. (Lucas 4, 18-44)
Jesús entra en casa de Simón y los demás discípulos le piden por la suegra de Simón que estaba enferma. Dice el Papa Francisco que la oración de intercesión que hacemos por los demás siempre es escuchada. Y así fue. Jesús escucha la oración de intercesión de los discípulos en favor de la suegra de Simón, y sin que ella hiciera nada, y sin que ni siquiera lo pidiera, pues su estado febril se lo impedía, fue curada por el Señor. Esta es mi propia experiencia, cuantas veces he sido curado por el Señor gracias a la oración de intercesión de mis hermanos, y cuantas veces he podido pedir al Señor en favor de mis hermanos más necesitados. Jesús es el Señor, es Dios, y por lo tanto tiene poder sobre todos nuestros males y enfermedades. Se inclina sobre nosotros y nos cura. Y nosotros una vez curados, en agradecimiento, nos ponemos a servirle a Él y a nuestros hermanos.
La Iglesia es el hospital de campaña, le gusta decir al Papa Francisco, y nosotros, los cristianos somos los que llevamos los enfermos y malheridos al Señor, para que Él en persona los cure, uno a uno. Al igual que hacen sus discípulos en este Evangelio. Porque hasta los demonios saben que Él es el Hijo de Dios. Nosotros, servidores del Señor, sólo podemos anunciarle en todas las ciudades donde Él nos manda, porque para eso hemos sido curados.