«Entró de nuevo en la sinagoga, y había allí un hombre que tenía la mano paralizada. 2.Estaban al acecho a ver si le curaba en sábado para poder acusarle. 3.Dice al hombre que tenía la mano seca: «Levántate ahí en medio.» 4.Y les dice: «¿Es lícito en sábado hacer el bien en vez del mal, salvar una vida en vez de destruirla?» Pero ellos callaban. 5.Entonces, mirándoles con ira, apenado por la dureza de su corazón, dice al hombre: «Extiende la mano.» El la extendió y quedó restablecida su mano. 6.En cuanto salieron los fariseos, se confabularon con los herodianos contra él para ver cómo eliminarle» (Mc 3, 1-6).
La familia sacral del judaísmo se congrega en torno al sábado entendido como signo de Dios sobre la tierra. Por eso, quien lo rompe o desprecia, desprecia a Dios y rompe la vida de su pueblo. Pues bien, Jesús y sus discípulos valoran al ser humano sobre el sábado y entienden a Dios como el que asiste a los necesitados. El alimento y la salud es lo primero, por encima de las normas de un día entendido de manera legalista. Así lo expresa Mc en dos textos-espejo (2, 23-28 y 3, 1-6) de gran densidad económica, social y teológica anticipando de algún modo el resto del evangelio. En el primero, el evangelista aborda la cuestión del «sábado y la comida, templo y hambre»; y, en el segundo, la relación «sábado y salud, la curación por la palabra».
En efecto, del hambre pasamos a la enfermedad. De las espigas desgranadas a la curación. Volvemos a la sinagoga: allí donde al principio habitaba el poseso (1, 21-28) nos encontramos, ahora, con el manco. La misma estructura legal del judaísmo le condena a la impotencia. Es clara la ironía: los opositores de Jesús defienden el sábado de Dios en la sinagoga de sus leyes, dejando así que el enfermo siga manco; podría sentirse feliz, pues es día le vincula a todos los humanos (nadie trabaja), pero sigue oprimido, como muestra la escena. Sinagoga y sábado controlan al manco: mantienen su poder imponiéndose al enfermo, impidiendo que asuma su propio trabajo (su mano). Jesús, en cambio, quiere liberarle en términos de salud integral (salva su psychê, vida entera). Para ello necesita su colaboración: que venga al centro y extienda su mano. El responde. Ha confiado en Jesús, ha preferido su salud, se ha enfrentado a sus acusadores. Su mano abierta a la vida, mano que confía y se extiende en medio de la sinagoga para trabajar y amar todos los días de la semana, es para Jesús el auténtico sábado, signo de Dios sobre la tierra. Uniendo este pasaje al anterior (2, 23-27) podemos afirmar que sólo allí donde el lisiado importa más que el culto (templo y sábado) puede haber Iglesia.
La sinagoga, lugar de impureza en 1, 21-28, es aquí signo de opresión laboral: no deja que le manco se eleve y actúe libremente. Por el contrario, Jesús sitúa el comer y sentirse bien como valores primordiales de la vida y la Iglesia, por encima del sábado ritual. Las personas nos vinculamos a través de la comida compartida y de la mano que se extiende. El Reino de Jesús se expresa así en el centro de la misma vida humana: no se funda en ritos separados, no se expresa en oraciones especiales. Por la comida y trabajo pueden vincularse, sin normas o estructuras de separación partidista, todos los humanos. Un espiritualismo o ritualización (nacional o eclesial) que olvide o devalúe estos aspectos destruye el evangelio.
Lo han entendido bien aquellos que, respondiendo a lo que dice y realiza Jesús a lo largo de esta sección (2, 1-3, 3), se reúnen en consejo para condenarle a muerte (3, 6). Los fariseos de la ley religiosa y los herodianos de la civil han pactado en este punto. Se anuncia así, desde Galilea, la unión final de sanedritas (judíos) y Pilato (poder romano) que condenarán y matarán a Jesús en Jerusalén.
En Jesús, Dios Padre ofrece a todo hombre una existencia redimida y una libertad liberada para hacer el bien (por encima de cualquier norma ritual o litúrgica) y para amar al hombre concreto trayéndole la salvación integral y total: el manco quedó curado de su limitación física y sanado interiormente de sus pecados. También, hoy, el Señor nos visita y nos dice: Extiende tu mano… ¿Qué vas a hacer tú? ¿Seguir con el puño cerrado o dejarte curar por Señor para abrir tus manos a la gratuidad, hospitalidad y perdón con los hermanos?