«Decía a la gente: «El Reino de Dios se parece a un hombre que echa simiente en la tierra. Él duerme de noche, y se levanta de mañana; la semilla germina y va creciendo, sin que él sepa cómo. 28La tierra va produciendo la cosecha ella sola: primero los tallos, luego la espiga, después el grano. Cuando el grano está a punto, se mete la hoz, porque ha llegado la siega.» Dijo también: «¿Con qué podemos comparar el Reino de Dios? ¿Qué parábola usaremos? Con un grano de mostaza: al sembrarlo en la tierra es la semilla más pequeña, pero después, brota, se hace más alta que las demás hortalizas y echa ramas tan grandes, que los pájaros pueden cobijarse y anidar en ellas.» Con muchas parábolas parecidas les exponía la Palabra, acomodándose a su entender. Todo se lo exponía con parábolas, pero a sus discípulos se lo explicaba todo en privado (San Marcos 4, 26-34).
COMENTARIO
Las semillas de mostaza tienen una larga historia que conduce hasta hace más de 5000 años; hay algunos documentos que hacen referencia a la semilla de la mostaza y son tan antiguos que están escritos en sánscrito. La mostaza es originaria de Asia menor pero actualmente se cultiva en lugares con climas templados como Canadá, China y varios países de Europa. El nombre científico de la mostaza es Brassica juncea y pertenece a la misma familia del brócoli y la col. En el paso de la historia, la mostaza ha tenido una importancia especial en la cocina, la medicina y hasta en la cultura.
En el Evangelio de hoy Jesús compara el Reino de Dios con un grano de mostaza al decir que «es como un grano de mostaza que, cuando se siembra en la tierra, es más pequeña que cualquier semilla que se siembra en la tierra; pero una vez sembrada, crece y se hace mayor que todas las hortalizas y echa ramas tan grandes que las aves del cielo anidan a su sombra» (Mc 4, 31-32). Lo primero que resalta en esta comparación, es la «pequeñez» de la semilla, la humildad de su apariencia, «es más pequeña que cualquier semilla que se siembra en la tierra«. Aquí descubrimos uno de los rasgos distintivos de los hijos del Reino que tiene como principales destinatarios a los pobres, los humildes opuestos a los poderosos, los pequeños opuestos a los grandes, los últimos opuestos a los primeros. La llamada a vivir en la humildad es y debe ser una actitud reconocible en todo discípulo de Jesús «el cual siendo de condición divina no retuvo ávidamente el ser igual a Dios. Sino que se despojó de sí mismo tomando condición de siervo haciéndose semejante a los hombres y apareciendo en su porte como hombre; y se humilló a sí mismo, obedeciendo hasta la muerte y muerte de Cruz» (Flp 2, 6-8).
Jesús es la mostaza de Dios, el grano de mostaza sembrado en una oscura provincia sometida al poder romano en Palestina hace dos mil dieciocho años y enterrado en la tierra de Jerusalén, ha florecido como un árbol tan grande que su copa ha llegado hasta el Cielo, por el poder de su Resurrección y sus ramas se expanden por todo el orbe de la tierra haciendo posible que hombres de toda raza, lengua, pueblo y nación puedan acogerse a la sombra de su Cruz y ser curados y sanados en el cuerpo y en el espíritu por los sacramentos que han brotado de su costado abierto (el Bautismo y la Eucaristía), cobijándonos en su Casa (Iglesia) y dándonos a gustar la vida inmortal que Él ya ha ganado para todos los hombres que creen en Él y ponen su confianza en su amor, sabiendo que «mientras vivimos, estamos desterrados lejos del Señor. Caminamos sin verlo, guiados por la fe» (2ª Cor 5, 6). Si Jesús es la «mostaza» con la que Dios ha curado la enfermedad del pecado y la muerte, sus discípulos, somos portadores de esta misma propiedad.