En aquel tiempo, estaba Jesús echando un demonio que era mudo.
Sucedió que, apenas salió el demonio, empezó a hablar el mudo. La multitud se quedó admirada, pero algunos de ellos dijeron: «Por arte de Belzebú, el príncipe de los demonios, echa los demonios».
Otros, para ponerlo a prueba, le pedían un signo del cielo. Él, conociendo sus pensamientos, les dijo: «Todo reino dividido contra sí mismo va a la ruina y cae casa sobre casa. Si, pues, también Satanás se ha dividido contra sí mismo, ¿cómo se mantendrá su reino? Pues vosotros decís que yo echo los demonios con el poder de Belzebú. Pero, si yo echo los demonios con el poder de Belzebú, vuestros hijos, ¿por arte de quién los echan? Por eso, ellos mismos serán vuestros jueces. Pero, si yo echo los demonios con el dedo de Dios, entonces es que el reino de Dios ha llegado a vosotros.
Cuando un hombre fuerte y bien armado guarda su palacio, sus bienes están seguros, pero, cuando otro más fuerte lo asalta y lo vence, le quita las armas de que se fiaba y reparte su botín.
El que no está conmigo está contra mí; el que no recoge conmigo desparrama» (San Lucas 11, 14-23).
COMENTARIO
Estamos inmersos en el desierto cuaresmal camino de la Pascua en la que renovaremos nuestras promesas bautismales y haremos solemnemente una renuncia pública y eclesial contra el Demonio al ser preguntados de forma interrogativa en la Vigilia Pascual: ¿Renunciáis a Satanás, padre y príncipe del pecado?, y contestaremos: Sí, renuncio.
El primer domingo de la Cuaresma nos ha presentado el escenario en el que, cada día, vivimos y entablamos un combate contra los tres enemigos del alma: Demonio, mundo y carne. Nuestro principal enemigo es el diablo, que como “león rugiente” (1ª Pe 5,8) busca devorarnos y desgraciarnos. La Iglesia ha puesto en nuestras manos las armas para combatir a estos tres enemigos, son la oración, el ayuno y la limosna. La liturgia de la Palabra de este tiempo cuaresmal nos ayuda servirnos de ellas y experimentar cómo vencer las tentaciones a las que somos sometidos.
El evangelio de hoy nos presenta en el contexto de la iniciación a la oración que Lucas transmitía a sus comunidades, esta catequesis sobre cómo vencer a “Beelzebul, Príncipe de los demonios” (Lc 11, 15) al que los adversarios de Jesús le imputaban el poder liberador de sus palabras tras haber “expulsado un demonio que era mudo” (v. 14). Jesús para hacerles ver la contradicción en la que incurrían sus acusadores les invita a reconocer sus propias contradicciones: “Si Satanás está dividido contra sí mismo, ¿cómo va a subsistir su reino?…porque decís que yo expulso los demonios por Beelzebul. ¿Por quién los expulsan vuestros hijos?” (v. 18-19). Jesús reconoce que los exorcismos que realiza son obra del Espíritu Santo y son un signo de la llegada del Reino de Dios al corazón del hombre. En efecto, Dios Padre nos ofrece en Jesús una existencia redimida y una libertad liberada, Él ha venido “para deshacer las obras del Diablo” (1ª Jn 3,8), para arrebatar el alma a “uno fuerte y bien armado que custodia el palacio” (Lc 11, 21), es decir, al Demonio que como afirma la Carta a los Hebreos, tiene sometidas las almas y para liberarnos de su poder se ha encarnado el Hijo de Dios: “Así como los hijos participan de la sangre y de la carne, así también participó de las mismas, para ANIQUILAR mediante la muerte al señor de la muerte, es decir, al Diablo, y LIBERTAR a cuantos, por temor a la muerte, estaban de por vida sometidos a esclavitud” (Hb 2, 14-15). Es decir, en palabras de Jesús, cuando “llega uno más fuerte que él, le vence, le quita las armas en las que estaba confiado y reparte sus despojos” (Lc 11, 22).
Y, ¿Cuál es esta arma con la que podemos vencer al Demonio? El evangelista Lucas nos la indica: la oración que alimenta y sostiene la fe para que “podamos apagar con ella todos los encendidos dardos del Maligno” (Ef 6, 16), y a veces, ¡no es suficiente como les dirá Jesús a sus discípulos! Y tendremos que añadir el ayuno para poder vencer: “Esta clase con nada puede ser arrojada sino con la oración y el ayuno” (Mc 9, 29).
Estamos subiendo hacia la Montaña Santa de la Pascua y el Señor nos acompaña, Él es ese uno más fuerte que el Demonio que “le vence, le quita las armas en las que estaba confiado y reparte sus despojos” (Lc 11, 22); apoyémonos en la fuerza de Jesús, imploremos el poder liberador del “dedo de Dios” (Lc 11, 20) – el Espíritu Santo- y sigamos viviendo esta Santa Cuaresma como una experiencia de transformación personal y eclesial.