Un sábado, Jesús atravesaba un sembrado; sus discípulos arrancaban espigas y, frotándolas con las manos, se comían el grano. Unos fariseos les preguntaron: “¿Por qué hacéis en sábado lo que no está permitido?”. Jesús les replicó: “¿No habéis oído lo que hizo David, cuando él y sus hombres sintieron hambre? Entró en la Casa de Dios, tomó los panes presentados, que sólo pueden comer los sacerdotes, comió él, y les dio a sus compañeros” Y añadió: “El Hijo del Hombre es Señor del sábado” (Lc 6, 1-5)
La escena que relata Jesús está recoge en el libro 1 Samuel, en su capítulo 21. Y nos cuenta una de las misiones de David en la ciudad de Nob. Dado que es una misión secreta, encargada por el rey, se presenta al sacerdote Ajimelec para pedirle alimento para él y sus soldados; éste, asegurándose que todos estaban sin pecado por abstenerse del contacto con mujeres, le ofreció comer los panes de la Presencia, consagrados a Yahvé, retirados de delante de Él para colocar el pan reciente.
Y aquí ocurre algo parecido: los discípulos tienen hambre; y no es que se den un banquete, ¡no! Simplemente cogen lo que en cualquier lugar de entonces estaba permitido: alimentarse de los productos de la tierra, frutas, etc para saciar el hambre; no estaba permitido guardar alimento de cualquier árbol, para comerlo después, pero sí para saciar el hambre de ese momento.
Eso lo sabían los fariseos. Pero el problema es que era en sábado. Y en sábado no se podía hacer nada según la Ley de Moisés. Y el problema es que lo que andan buscando es cualquier motivo, por mínimo que sea, para pillar a Jesús. Si hubieran tenido buena fe, si hubieran querido entender por qué Jesús realiza este tipo de curaciones y precisamente en un día prohibido por la Ley de Moisés, Jesús les habría explicado con claridad su doctrina y el por qué de las cosas. El problema de los fariseos es su mala fe; tienen en la Escritura profetizado los rasgos esenciales de la venida del Mesías, se saben de memoria la Ley y la Escritura, y no son capaces de reconocer a Jesús en las profecías del Mesías…Es una ignorancia culpable.
Un poco más delante de este relato, en una situación similar, esta vez para curar a un hombre que tenía una mano seca, también hay un enfrentamiento entre Jesús y los fariseos, por ser, precisamente en sábado, cuando se produce el milagro de la curación. Y la respuesta de Jesús en este caso, que podíamos trasladar al principio del Evangelio que se medita, fue, como siempre, espectacular, propia de su Sabiduría: “…Yo os pregunto: ¿Es lícito en sábado hacer el bien en vez de hacer el mal, salvar una vida en vez de destruirla?…” Lc 6,9)
Dice el evangelista que, desde entonces comenzaron a deliberar qué hacer con Jesús.
Llama la atención la cantidad de curaciones, milagros y episodios de todo tipo que realiza Jesús en sábado, precisamente el día de descanso ordenado por Yahvé (Ex 20,8). Quizá podríamos pensar que Jesús provoca este tipo de situaciones… ¿por qué, entonces en sábado?
Jesús –que Él mismo se define como “Señor del sábado”-, es efectivamente eso: Es Señor de señores; con toda la etimología de la palabra “señor”, que ya en la Escritura se reservaba sólo a Yahvé. Y ha venido precisamente a quitar esas cargas insoportables que la Ley ponía sobre los hombros. Él no vino a quitar ni una tilde de la Ley, pero sí a completarla, a mejorarla; la Ley mata nos dirá san Pablo. La Palabra tiene la Vida.
No en vano nos recordará Mateo (Mt 23,4): “…atan cargas pesadas y las echan a las espaldas de la gente, pero ellos – los fariseos -, ni con el dedo quieren moverlas…”
Hemos de meditar nosotros, a la luz de este Evangelio, si tenemos también esa ignorancia culpable, que es escrupulosa con las cosas pequeñas, que obvia los grandes pecados, y que prefiere “no saber”, para no complicarse la vida, cuando, en realidad, el Evangelio te pone frente a nuestros pecados, no para condenarnos sino para ser nuestra salvación, y nos simplifica la vida. Alabado sea Jesucristo.