<<Por eso los judíos trataban con mayor empeño de matarle, porque no sólo quebrantaba el sábado, sino que llamaba a Dios su propio Padre, haciéndose a sí mismo igual a Dios. Jesús, pues, tomando la palabra, les decía: «En verdad, en verdad os digo: el Hijo no puede hacer nada por su cuenta, sino lo que ve hacer al Padre: lo que hace él, eso también lo hace igualmente el Hijo. Porque el Padre quiere al Hijo y le muestra todo lo que él hace. Y le mostrará obras aún mayores que estas, para que os asombréis. Porque, como el Padre resucita a los muertos y les da la vida, así también el Hijo da la vida a los que quiere. Porque el Padre no juzga a nadie; sino que todo juicio lo ha entregado al Hijo, para que todos honren al Hijo como honran al Padre. El que no honra al Hijo no honra al Padre que lo ha enviado. En verdad, en verdad os digo: el que escucha mi Palabra y cree en el que me ha enviado, tiene vida eterna y no incurre en juicio, sino que ha pasado de la muerte a la vida. En verdad, en verdad os digo: llega la hora (ya estamos en ella), en que los muertos oirán la voz del Hijo de Dios, y los que la oigan vivirán. Porque, como el Padre tiene vida en sí mismo, así también le ha dado al Hijo tener vida en sí mismo, y le ha dado poder para juzgar, porque es Hijo del hombre. No os extrañéis de esto: llega la hora en que todos los que estén en los sepulcros oirán su voz y saldrán los que hayan hecho el bien para una resurrección de vida, y los que hayan hecho el mal, para una resurrección de juicio. Y no puedo hacer nada por mi cuenta: juzgo según lo que oigo; y mi juicio es justo, porque no busco mi voluntad, sino la voluntad del que me ha enviado>>. (Jn 5,18-30)
Comienza la persecución contra Jesús. Ante la oposición de los dirigentes judíos, que invocan el precepto de la Ley como expresión de la voluntad divina, Jesús expone el fundamento de su actividad liberadora y sanante, que ellos no aceptan: su obra se identifica con la de Dios creador, que continúa trabajando para llevar al hombre a la plenitud de vida. El amor del Padre no descansa, su actuación en bien del hombre no conoce pausa ni límite; y la actividad de Jesús está legitimada por la del Padre; es más, la hace presente. Él actúa como el Padre y no reconoce leyes que limiten su acción en favor de los hombres. Para Jesús, Dios, antes que legislador, es creador; antes que Señor, es Padre. En otras palabras: Dios no ha establecido en el mundo un orden cerrado e invariable, sino que sigue abierta la tarea de la creación del mundo y del hombre. No se puede pretender que una organización social se considere definitiva; hay que estar en perpetuo trabajo de eliminación de todo obstáculo que en esa sociedad impida la plenitud humana. Mientras haya oprimidos y hombres privados de libertad, no está realizado el designio creador. Esta concepción hace derrumbarse el sistema cerrado creado por la Ley absolutizada, es decir, tenida por la manifestación última e inmutable de la voluntad divina. La actividad de Jesús, la del amor leal a la humanidad es la misma de Dios y encarna su voluntad y su designio. Esto implica que una doctrina religiosa que prescinde del bien del hombre no viene de Dios, y las obligaciones que impone, tampoco.
Al llamar a Dios su propio Padre, Jesús afirma que Dios está con Él y en contra de los que se le oponen, que es el único representante de Dios. En consecuencia, la institución regida por sus adversarios es ilegítima y se arroga falsamente autoridad divina. Entran en conflicto dos intereses: uno, el del bien del hombre, promovido por Jesús; el otro, el del prestigio de la institución religiosa. Los dirigentes no dudan ni por un momento: si Jesús se pone de parte del pueblo y con eso amenaza su poder, ha de ser eliminado. No basta con reprimir su actividad, deciden matarlo. Se descubre la ignorancia de Dios que tienen los dirigentes, que acusan a Jesús de hacerse igual a Dios, cuando el proyecto creador es precisamente que el hombre alcance la condición divina (1,2). Ante la oposición de los dirigentes judíos, que invocan la Ley como expresión de la voluntad divina, expone Jesús el fundamento de su actividad liberadora: su obra se identifica con la de Dios creador, que continúa trabajando a favor del hombre, para llevarlo a la plenitud de vida. El designio de Dios sobre el hombre se manifiesta en Jesús y en su actividad en favor de los seres humanos, y sustituye todos los antiguos códigos de moralidad o de conducta. Estar con Jesús es estar con Dios; estar contra él es estar contra Dios.