En aquel tiempo, algunos de entre la gente, que habían oído los discursos de Jesús, decían: – «Éste es de verdad el profeta.» Otros decían: -«Éste es el Mesías.» Pero otros decían: – «¿Es que de Galilea va a venir el Mesías? ¿No dice la Escritura que el Mesías vendrá del linaje de David, y de Belén, el pueblo de David?» Y así surgió entre la gente una discordia por su causa. Algunos querían prenderlo, pero nadie le puso la mano encima. Los guardias del templo acudieron a los sumos sacerdotes y fariseos, y éstos les dijeron: – «¿Por qué no lo habéis traído?» Los guardias respondieron: – «Jamás ha hablado nadie como ese hombre.» Los fariseos les replicaron; – «¿También vosotros os habéis dejado embaucar? ¿Hay algún jefe o fariseo que haya creído en él? Esa gente que no entiende de la Ley son unos malditos.» Nicodemo, el que había ido en otro tiempo a visitarlo y que era fariseo, les dijo: – «¿Acaso nuestra ley permite juzgar a nadie sin escucharlo primero y averiguar lo que ha hecho?» Ellos le replicaron: – «¿También tú eres galileo? Estudia y verás que de Galilea no salen profetas.» Y se volvieron cada uno a su casa (San Juan 7, 40-53).
COMENTARIO
La personalidad de Jesús desborda en todos los sentidos la tradición profética: él es el Mesías, el Siervo de Dios, el Hijo del Hombre. La autoridad que recibe de su Padre es también totalmente suya: es la del Hijo, lo cual le sitúa por encima de toda la serie de los profetas: “Muchas veces y de muchas maneras habló Dios en el pasado a nuestros Padres por medio de los Profetas. En estos últimos tiempos nos ha hablado por medio del Hijo…”(Hb 1, 1-2). Recibe sus palabras, pero es, como dirá Juan, la “palabra de Dios hecha carne” (Jn 1, 14). En efecto ¿qué profeta se habría presentado nunca como fuente de verdad y de vida? Los profetas decían: “Oráculo de Yahvéh”. Jesús dice: “En verdad, en verdad os digo…”Su misión y su persona no son, pues, ya, del mismo orden.
Sin embargo, el título Profeta va a proporcionar a la comunidad primitiva pistas fecundas para formular su fe en el Crucificado Resucitado. La categoría del profeta, y más en concreto del profeta escatológico, se convierte en un verdadero título cristológico: Los escritos neotestamentarios recurren a la categoría de profeta para comprender la persona de Jesús, para interpretar sus enseñanzas acciones, para comprender todo el alcance de su misión. El título Profeta, y más en concreto el título profeta escatológico, pasó pronto a formar parte de los títulos cristológicos. Respondía, efectivamente, a un rasgo que estaba asociado al Mesías esperado en el judaísmo tardío.
En tiempos de Jesús, el judaísmo espera la llegada del profeta escatológico, el profeta de los últimos tiempos. El prototipo del profeta es Moisés: “Yahvéh tu Dios suscitará, de en medio de ti, entre tus hermanos, un profeta como yo, a quien escucharéis” (Dt 18, 15). Este texto -Dt 18, 15-18-, es considerado como la ley de los profetas, como la promesa de un profeta futuro semejante a Moisés. Dt. 18, 15 era interpretado, en la expectativa mesiánica, como la promesa de un profeta semejante a Moisés, lo cual incentivaba la expectación del pueblo.
La venida del profeta escatológico en los últimos tiempos es asociada también al retorno de Elías, enviado por Dios. También Elías había sido en Israel el prototipo del profeta (1ª Re 17-26). Él transmite su espíritu profético a Eliseo (2ª Re 2, 1-18). Y fue arrebatado en un torbellino al cielo en un carro de fuego con caballos de fuego (2ª Re 2, 1.11). La expectación de la vuelta de Elías, que había sido arrebatado al cielo, ejerció una gran influencia en el rabinismo oficial y en la apocalíptica judía. El Nuevo Testamento abunda en vestigios de la esperada venida de Elías:
1º) Elías aparece juntamente con Moisés, como prueba de la irrupción de la era escatológica (Mc 9, 4)
2º) Juan Bautista hace suyas las funciones de Elías (Mc 9, 13; Mt 11, 10.14); 3º) Jesús parece presentarse como el Elías de los últimos tiempos (Lc 7, 11-17).
Efectivamente, Juan, el Bautista, se presenta con todas las credenciales del profeta y con un mensaje que le asocia con el profeta escatológico: “Y tú, niño, serás llamado profeta del Altísimo, pues irás delante del Señor para preparar sus caminos” (Lc 1, 76). Juan, por su atuendo, forma de vida y mensaje, fue visto por el pueblo como el despertar de la profecía, el reverdecer del espíritu profético, el profeta de los últimos tiempos, el profeta escatológico: “Acudía a él la gente de toda la región de Judea y todos los de Jerusalén…” (Mc 1, 5). Sin embargo, el mismo se encargó de desvelar su identidad ante los emisarios de los judíos: “Yo no soy el Cristo… Yo no soy Elías… Yo no soy el profeta…” (Jn 1, 19-21). Efectivamente, Juan el Bautista no es el profeta escatológico, pero ha venido a completar la economía de la antigua alianza, sucediendo al último de los profetas, Malaquías, cuya última predicción cumple (3,23), tal y como lo ha interpretado Jesús, “no ha surgido entre los nacidos de mujer uno mayor que Juan el Bautista; sin embargo, el más pequeño en el Reino de los Cielos es mayor que él (…). Todos los profetas, lo mismo que la Ley, hasta Juan profetizaron. Y, si queréis admitirlo, él es Elías, el que iba a venir” (Mt 11, 11-15;17, 11-13).
Jesús es visto por el pueblo como un profeta, sobre todo en el inicio de su ministerio público. A pesar de que no tuvo un buen comienzo, sobre todo en su pueblo natal: “En verdad os digo que ningún profeta es bien recibido en su patria” (Lc 1, 24), para el evangelista Lucas, Jesús es el “gran profeta que ha surgido entre nosotros” (Lc 7, 16); “el profeta en obras y en palabras” (Lc 24, 19). El propio Jesús, en un pasaje exclusivamente de Lucas, se define a sí mismo como profeta y vincula su destino de muerte en Jerusalén, con el carácter de su condición profética: “No cabe que un profeta muera fuera de Jerusalén” (Lc13, 33). Es más, cuando ese destino comienza a hacerse realidad, los sarcasmos y los malos tratos de la soldadesca giran en torno al presunto carácter profético del prisionero: “Haz de profeta: ¿quién te ha pegado?” (Lc 22, 64).
De manera mucho más específica, la presentación del evangelista Lucas, define la personalidad de Jesús en términos de Dt 18, 15-18, como un profeta semejante a Moisés. En la escena de la Transfiguración se trasluce ese carácter profético. Dos personajes, Moisés y Elías, hablan con Jesús de su éxodo, que iba a consumarse en Jerusalén (Lc 9, 31), y la voz que sale de las nubes contiene el mandato para los discípulos: “¡Escuchadle!” (Lc 9, 35), en el que indudablemente resuena Dt 18, 15: «El Señor, tu Dios, suscitará de en medio de ti, entre tus hermanos, un profeta como yo, a quien escucharéis«.
En efecto, Jesús es el Profeta de Dios y viene de Galilea aunque a Nicodemo le dijeron que «de Galilea no salen profetas» (Jn 7, 53).