Se celebraba en Jerusalén la fiesta de la Dedicación del templo. Era invierno, y Jesús se paseaba en el templo por el pórtico de Salomón. Los judíos, rodeándolo, le preguntaban: – «¿Hasta cuando nos vas a tener en suspenso? Si tú eres el Mesías, dínoslo francamente». Jesús les respondió: – «Os lo he dicho, y no creéis; las obras que yo hago en nombre de mi Padre, ésas dan testimonio de mi. Pero vosotros no creéis, porque no sois de mis ovejas. Mis ovejas escuchan mi voz, y yo las conozco, y ellas me siguen, y yo les doy la vida eterna; no perecerán para siempre, y nadie las arrebatará de mi mano. Lo que mi Padre me ha dado, es más que todas las cosas, y nadie puede arrebatar nada de la mano de mi Padre. Yo y el Padre somos uno». (Jn 10, 22-30)
“Mis ovejas escuchan mi voz, y yo las conozco, y ellas me siguen, y yo les doy la vida eterna; no perecerán para siempre, y nadie las arrebatará de mi mano”. Acabamos de celebrar el IV Domingo de Pascua, en el que destaca la imagen de Jesús, quien personaliza la figura del Pastor Bueno, no del asalariado, sino del que está dispuesto a dar su vida por sus ovejas.
A nosotros nos puede parecer una imagen bucólica la del pastor con su rebaño, pero socialmente, en los tiempos de Jesús, era un oficio despreciable, bajo. Los que se dedicaban a las tareas del pastoreo no acudían al templo y por tanto eran mal considerados por quienes hacían del cumplimiento de la ley la razón del prestigio y de la autoridad religiosa y social.
Curiosamente, el evangelista sitúa las palabras de Jesús en la fiesta del Templo: “Se celebraba entonces en Jerusalén la fiesta de la Dedicación del Templo”. De este modo, aún es más llamativo que ponga al pastor como modelo de entrega. La Sagrada Escritura revela la extraña paradoja de que a menudo Dios valora lo que la sociedad desprecia; así, los últimos son los primeros, los pobres serán enriquecidos, los hambrientos, colmados de bienes. Y Dios escoge a un pastor para ser rey de su pueblo, a David. Serán los pastores los primeros en saber la noticia del nacimiento de Jesús. Y el trabajo del pastor bueno es tomado por Jesús como referencia de su propia entrega.
El cuidado entrañable del Pastor bueno destaca por las cualidades que ensalza el texto: conoce a las ovejas, las llama por su nombre, las saca a pastar en verdes praderas, y está dispuesto a dar la vida por ellas. Cuando uno personaliza la parábola, tantas veces se ve en la oveja descarriada, en la perdida, y siente gratitud por la misericordia divina, que le devuelve totalmente a la comunidad. Este Año Jubilar de la Misericordia, es bueno decirse a uno mismo las palabras del Evangelio para no dudar nunca del amor de Dios, de la entrega de Jesús, quien promete y asegura que no perderá ninguna oveja que su Padre le haya encomendado.
Pastor bueno, no nos dejes de tu mano. Vigila nuestros caminos para que en nuestros pasos independientes siempre nos encontremos con tu perdón. Nos das confianza cuanto escuchamos que nos prometes tu cuidado, y nos infundes la certeza de que no permitirás que nos perdamos. Jesucristo resucitado, atrae hacia ti, como lo hiciste con tus discípulos, a todos los que sufren desengaño, escepticismo, cansancio dentro de la Iglesia.
Gracias, Buen Pastor, por el mimo con que nos tratas, aunque tantas veces seamos inconscientes de tus desvelos.