«Un sábado, atravesaba el Señor un sembrado; mientras andaban, los discípulos iban arrancando espigas. Los fariseos le dijeron: “Oye, ¿por qué hacen en sábado lo que no está permitido?”. Él les respondió: “¿No habéis leído nunca lo que hizo David, cuando él y sus hombres se vieron faltos y con hambre? Entró en la casa de Dios, en tiempo del sumo sacerdote Abiatar, comió de los panes presentados, que solo pueden comer los sacerdotes, y les dio también a sus compañeros”. Y añadió: “El sábado se hizo para el hombre y no el hombre para el sábado; as! que el Hijo del hombre es señor también del sábado”». (Mc 2,23-28)
Hay cosas que no tienen remedio. Siempre habrá hombres que quieran dominar todas las circunstancias de la vida, incluso las de Dios, y ponerle cadenas a todo. Siempre habrá hombres que se crean los señores de otros hombres, de su trabajo y su descanso. Aunque a Juan se le tiene por el Evangelista del Amor, Marcos no lo es menos, y pone en escena, aun sin definirlo expresamente, aquella curiosa raíz de la palabra «a-mor», que dio lugar a las más bellas páginas de los grandes amadores de Jesús, como Bernardo de Claraval.
El término ‘a-mor’, del latín ‘mos-moris’ —que significa costumbre, ley, programa etc. — con el prefijo negativo ‘a’, significaría «sin costumbre» «sin programa» «sin ley», porque el amor crea su propia costumbre, su propio programa y su propia ley. Amar es estar libre de otras cadenas que no sean las del mismo amor, y con ellas el hombre se convierte en un ángel con alas de cadenas. Cuanto más grandes sean sus compromisos personales, más vuela hacia el amado. Jesús llevó su amor hasta la muerte.
El conjunto de las cinco controversias con fariseos y herodianos que estructura Marcos en esta preciosa parte de su Evangelio (Mc 2,1-3,6), termina así: “En cuanto salieron, los fariseos se confabularon con los herodianos para acabar con Él” (Mc 3,6). Cinco preguntas establece para plasmar el retrato de Jesús, como auténtico hombre y verdadero Dios, médico, solucionador de carencias y pecado, esposo querido, Hijo del hombre, Señor del Sábado, que hace lo bueno salvando la vida de los pobres. Valiente y libre hasta la muerte. Sin duda que Marcos era un gran enamorado de Jesús y nos contagia su amor.
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1.-«¿Quién es este que dice blasfemias? ¿Quién puede perdonar pecados sino solo Dios?»(Mc 2,7)…
2.-«¿Por qué come con publicanos y pecadores?»…«No necesitan médico los sanos, sino los enfermos. No he venido a llamar a justos, sino a pecadores»(Mc 2,16-17)
3.- «¿Por qué los tuyos no ayunan?…«¿Es que pueden ayunar los amigos del esposo, mientras el esposo está con ellos? (Mc 2,18-19)
4.-«¿Por qué hacen en sábado lo que no está permitido?»… porque el Hijo del hombre es Señor también del sábado». (Mc 2,24-28)
5.- Y como Señor del Sábado les preguntó: «¿Qué está permitido en sábado?, ¿hacer lo bueno o lo malo?, ¿salvarle la vida a un hombre o dejarlo morir?»… En cuanto salieron, los fariseos se confabularon con los herodianos para acabar con él. (Mc 3,4-6)
Cinco controversias, cinco preguntas. Cuatro te hicieron para saber quien eras, y otra se la hiciste tú a ellos para decirles quién eres, y poner de manifiesto sus intenciones torticeras. No pudieron con tu dialéctica de humanidad y amor, Jesús de las cosas claras. Los dejaste en ridículo ante el pueblo, y después, en venganza, te harían cinco heridas que rompieron tu cuerpo y tu alma de hombre, clavándote en una cruz. Pero así todos supimos en verdad, y para siempre, quién eras y quién eres.
Ibas caminando con los tuyos pero los adictos a su propia ley no conocieron tu camino, y no pudieron «entrar a tu descanso», tu nuevo sábado de libertad, como anunció en el salmo 94 David, tu antepasado, el rey travieso que se comió con los suyos los panes de los sacerdotes del templo, sin saber siquiera que más que saciar su hambre, y aún contraviniendo la ley, estaba ejecutando un hecho profético. También les recordaste, Jesús de la memoria prodigiosa, al Sacerdote Abiatar, cuyo nombre significa «Mi padre es abundancia, es plenitud». Mateo y Lucas no lo nombran, pero Marcos, que está haciendo tu retrato, nos dice lo que tú sentías, Hijo del Padre eterno. Aquellas luchas de celos por el trono entre los hijos de David —Salomón y sus hermanos— acabarían con el sacerdote Abiatar. Los celos de los sacerdotes de tu tiempo quisieron acabar contigo, y acabaron sin ti.
Tú ibas a lo tuyo, Hijo de Dios, que es lo de tu Padre. Estabas proclamando el reino nuevo, la nueva forma de comer el trigo de tu cuerpo de hombre, la nueva forma de leer desde tu vida y tu muerte la Ley y los Profetas. Por eso, en cuanto te alegaron la prohibición del sábado, tú les echaste en cara a David, que en ese tiempo en que comió los panes era un caminante repudiado por los celos de Saúl. Y les recordaste la Casa de Dios, donde estaban los panes de la proposición, la antigua, untando sobre ellos tu nueva propuesta para el hambre y la sed del hombre caminante. Esa proposición nueva iba a ser lo más sagrado que los sacerdotes podrían ofrecer en adelante a Dios, no solo comiendo, sino dando de comer a todo caminante de tu camino nuevo: El Pan de la Vida, tu propio cuerpo triturado, consagrado, ofrenda y acción de gracias.
Manuel Requena