En aquel tiempo, al salir Jesús de la sinagoga, fue con Santiago y Juan a casa de Simón y Andrés. La suegra de Simón estaba en cama con fiebre, y se lo dijeron. Jesús se acercó, la cogió de la mano y la levantó. Se le pasó la fiebre y se puso a servirles. Al anochecer, cuando se puso el sol, le llevaron todos los enfermos y endemoniados. La población entera se agolpaba a la puerta. Curó a muchos enfermos de diversos males y expulsó muchos demonios; y como los demonios lo conocían, no les permitía hablar. Se levantó de madrugada, se marchó al descampado y allí se puso a orar.
Simón y sus compañeros fueron y, al encontrarlo, le dijeron: «Todo el mundo te busca.»
Él les respondió: «Vámonos a otra parte, a las aldeas cercanas, para predicar también allí; que para eso he salido.»
Así recorrió toda Galilea, predicando en las sinagogas y expulsando los demonios (San Marcos 1, 29-39).
COMENTARIO
“Al salir Jesús de la Sinagoga, fue con Santiago y Juan, a casa de Simón y Andrés”.
El Señor ha venido a la tierra, y quiere darnos a conocer esos planes de Dios, para que “todos los hombres se salven y lleguen al conocimiento de la Verdad”. (…). Jesús sabe que Él es “el Camino, la Verdad y la Vida”, y que viene a anunciar que “quien me ve a Mí, ve al Padre” a todos los hombres; primero a los judíos, los hijos de la promesa hecha a Abraham, y después, y a la vez, a los gentiles y paganos, que adoran a dioses creados por sus manos, por sus inteligencias.
¿Cómo lo hace? Se pone en marcha y comienza a recorrer las tierras de Judea, de Samaria, de Galilea, predicando la Palabra de Dios, y abriendo el corazón de los que le escuchan preocupándose de sus necesidades y curando las heridas del cuerpo. Llegará el momento en que les hable con toda claridad de las enfermedades del alma, del pecado, para que ellos se arrepientan y le pidan perdón.
“La suegra de Simón estaba en cama con fiebre, e inmediatamente le hablaron de ella. Jesús se acercó, le tomó la mano y la levantó. Se le pasó la fiebre y se puso a servirles”
La normalidad, y la naturalidad, con las que el Señor llegó a la tierra, y pasó tantos años trabajando en Nazaret como un carpintero más, se manifiesta también en la mayoría de sus milagros. Sin ruido, en familia, ante un grupo de conocidos, y sin apenas llamar la atención: convierte el agua en vino en Caná en la celebración de unas bodas, y pocas personas se dieron cuenta. Ahora cura a la suegra de Pedro, que se lo agradece sencillamente con obras, sirviéndole.
La noticia transciende:
“Al anochecer, cuando se puso el sol, le llevaron todos los enfermos y endemoniados. La población entera se agolpaba a la puerta”.
Ahora ha comenzado ya la manifestación de Jesús, verdadero Dios y verdadero hombre. Aun sin ruido de muchas palabras, sus obras llegan a oídos de la muchedumbre, y acuden a Él. Quieren curarse de sus enfermedades; y alejar de ellos al demonio que tenía a algunos prisioneros.
Jesús se conmueve al verlos sufrir, y ve también a los que no quieren ceder ante las tentaciones y los dominios del diablo que les inducen a pecar. Cristo viene para redimirnos de nuestros pecados, y el gesto de estos hombres es la señal clara de su arrepentimiento, de su petición de perdón y de su deseo de querer hacer el bien con toda libertad.
“Curó a muchos enfermos de diversos males y expulsó muchos demonios; y como los demonios le conocían, no les permitía hablar. Se levantó cuando todavía estaba oscuro, se marchó a un lugar solitario y allí se puso a orar”.
Quizá la mayor tentación que nos tiende el demonio es la de no orar, la de no dirigirnos al Señor. Sabe muy bien que necesitamos ese encuentro personalísimo con Jesús
“Mira qué conjunto de razonadas sinrazones te presenta el enemigo, para que dejes la oración: “me falta tiempo” –cuando lo estás perdiendo continuamente-; “esto no es para mí”, “yo tengo el corazón seco”.
“La oración no es problema de hablar o de sentir, sino de amar. Y se ama, esforzándose en intentar decir algo al Señor, aunque no se diga nada” (Josemaría Escrivá, Surco, n. 464).
Orar -elevar el corazón a Dios Padre, en unión con el Hijo y movidos por Espíritu Santo-, abre nuestra inteligencia, nuestro corazón para descubrir que la venida de Jesús, la predicación de Jesús, la vida, muerte y Resurrección de Jesús, es el acontecimiento que da sentido a la misma Creación del Mundo, Y, al abrir la puerta de la Vida Eterna, hace posible que los hombres descubramos el sentido del mundo, el sentido de nuestro propio vivir, el sentido de la alegría y del sufrimiento, el sentido de la vida y de la muerte, el sentido del pecado y del arrepentimiento, el sentido del Perdón, de la Misericordia, del Amor de Dios. Y lo descubramos en el palpitar del Corazón de Niño Jesús, en el Corazón de Jesucristo clavado en la Cruz, en el palpitar del corazón glorioso de Cristo eternamente en el Cielo.
“Así recorrió toda Galilea, predicando en sus sinagogas y expulsando los demonios”.
Y así sigue predicando Jesús en todos los Sagrarios del mundo.