Terminada la travesía, llegaron a Genesaret y atracaron. Apenas desembarcados, lo reconocieron y se pusieron a recorrer toda la comarca; cuando se enteraba la gente dónde estaba Jesús, le llevaba los enfermos en camillas. En los pueblos, ciudades o aldeas donde llegaba colocaban a los enfermos en la plaza y le rogaban que les dejase tocar al menos la orla de su manto; y los que la tocaban se curaban (San Marcos 6, 53-56).
COMENTARIO
Selección de Marcos, esencia de toda pastoral cristiana: la gente esperando a Jesús en la playa, los pueblos, ciudades y aldeas, y poniendo ante él sus necesidades.
El capítulo 6 de S. Marcos cuenta cosas asombrosas para conocer a Jesús. Comenzando por el fracaso de la predicación en su pueblo Nazaret, luego, tras orar, fundó oficialmente la Iglesia eligiendo a los doce, y enviándolos a predicar. Enseguida nos cuenta la muerte del Bautista, la primera multiplicación de los panes para 5.000 hombres, y tras la caminata de Jesús sobre las aguas, hoy nos cuenta la llegada a Cafarnaúm supuestamente a descansar. Pero sería otro día porque, apenas desembarcaron, “lo reconocieron”. Con todos esos hechos Marcos nos dice que las gentes ya le conocían, por eso hoy lo ‘reconocen’ y empiezan a conocerlo de Verdad en su palabra y sus hechos. Así llega el final de este Evangelio en el que Jesús no hace nada extraordinario o distinto a lo ya hecho y sin embargo, se nos propone como perícopa y parte esencial del Evangelio. Tiene su razón la Iglesia al hacerlo así. Es el Evangelio de la gente que conoce, reconoce y corre hacia Jesús, para cosas tan simples como tocar su manto, quedar curada, o solo escucharlo y profundizar en su conocimiento. Es el acto más importante que puede alumbrar hoy nuestras vidas, reconocer a Jesús cuando desembarca en nuestra playa, cuando pasa predicando por boca de algún enviado, o cuando directamente nos toca el corazón su dedo de luz que señala el camino del Padre. Todo eso hace que tengamos en Él un refugio y seguridad frente a la tempestad que nos envuelve y parece tragarnos.
Si queremos ser nosotros Evangelio hoy, inmersos en la luz que lo ama, no hace falta que caminemos sobre las aguas, o multipliquemos panes y peces, -que buena falta haría también-, bastará con algo más sencillo al alcance todos, “reconocerlo cuando llega a nuestra orilla”, y siquiera tocar con la manos de la fe, el manto de su misterio, de su sacramento, poniendo en nuestra mano que le toca, la dificultad física o de espíritu que nos pincha, preocupa y obnubila para ser buenos cristianos hoy viviendo su paz. Con algo tan simple como la ilusión y la fe, descubriremos que Él sigue vivo en la comarca, y que se hace milagro cuando pasa. No falla.
Para acercarse y tocarlo -que no todos lo hacían-, se requiere el D.N.I. de su conocimiento y reconocimiento, que identifica a los suyos para ser curados y salvados. A veces es necesario ‘rogarle’ con insistencia, para que nos deje tocarle y sentir su fuerza, otras solo esperar que pase a nuestro lado y alargar la mano, siempre con la esperanza segura de que si le pedimos, le tocamos o nos toca, nuestra necesidad quedará encajada en su camino de salvación.
El que no ruega, es arrogante, no cree necesitar nada de nadie, y como dice el Salmo, ese es el gran pecado, creerse rico, autosuficiente, en toda su vida de hombre, sólo se basta a sí mismo. En realidad somos como inmigrantes navegando por el mar proceloso de la ignorancia y la necesidad. Marcos dice en el mismo capítulo 6 que Jesús, caminando sobre las aguas encrespadas por el viento vino a los apóstoles a punto de hundirse. Tras el primer susto, la tempestad cesó y llegaron a su playa. En el colmo de su estupor, ellos no entendían nada. Y en el asombro de los apóstoles, comienza el evangelio de hoy: la gente con hambre, con miedo, con enfermedades, lo conoce como el Salvador de todo mal. Es el secreto a voces del Evangelio. El proceso de salud se iniciaba con solo tocar la orla de su manto. Descubrir su orla, para cada uno de los que nos sentimos gente que espera a Jesús en la playa, será el trabajo más fructífero de nuestra vida.
Conoceremos así que no estás lejos, Jesús el de la gente, y que llegas a los tuyos entre más gente, a veces en medio del gentío, o disfrazado detrás de un amigo, de un simple conocido, de un enfermo, de la familia íntima o de los que nos rodean cada día en labores ordinarias.
Para contactar personalmente, queda algo que sólo cada uno puede hacer. Es la perla escondida del Evangelio de hoy: “Apenas desembarcados, lo reconocieron”, Y una vez reconocido, “los que le tocaban se curaban”. A nuestras playas llegan a diario miles de inmigrantes, pobres y ricos, cristianos o no, y es de los ‘sitios’ más seguros donde Jesús dijo que estaría. Si te reconociéramos en ellos, tocándolos, con la veneración de aquellos que tocaban tu manto, el mundo tendría fe, y sería un lugar de vida muy distinto.