En aquel tiempo, Jesús llegó a casa con sus discípulos y de nuevo se juntó tanta gente que no los dejaban ni comer. Al enterarse su familia, vinieron a llevárselo, porque se decía que estaba fuera de sí. (Marcos 3, 20-21).
En cierta ocasión Jesús quiere saber lo que la gente opina de él y pregunta a los discípulos. En este caso, de su propia familia le llega a Jesús otra opinión sobre su persona y la actuación de los suyos en consecuencia.
No es algo nuevo. También Juan advierte que los suyos no le recibieron. En el caso del texto de Marcos hay un matiz peculiar que merece una reflexión: la razón por la que acuden a él; para llevárselo. ¿A dónde? Y además ¿en función de qué consideran que su falta de cordura es razón para llevárselo? ¿Qué venía haciendo Jesús que pudiera hacer pensar en un trastorno serio de su psicología? Predicar el Reino y atestiguar la bondad de la predicación con las curaciones y la devolución de la salud a los enfermos.
Una profunda contradicción acompaña a Jesús y su obra. Su presencia en el mundo es una bandera discutida. La persecución más dañina para la Evangelización es conseguir llevársela, que sea apartada de la vida ordinaria de los hombres como locura y necedad. Pablo nos enseña que esta locura es salvación y causa de salud para los que creen, sean cercanos o lejanos, judíos o griegos. La fe es un argumento decisivo contra la actual irreligiosidad secular y sus pretensiones de silenciar el Evangelio.
César Allende