En aquel tiempo, Jesús y sus discípulos se dirigieron a las aldeas de Cesarea de Filipo; por el camino, preguntó a sus discípulos: «¿Quién dice la gente que soy yo?». Ellos le contestaron: «Unos, Juan el Bautista; otros, Ellas; y otros, uno de los profetas».
Él les preguntó: «Y vosotros, ¿quién decís que soy?». Tomando la palabra Pedro le dijo: «Tú eres el Mesías». Y les conminó a que no hablaran a nadie acerca de esto.
Y empezó a instruirlos: «El Hijo del hombre tiene que padecer mucho, ser reprobado por los ancianos, sumos sacerdotes y escribas, ser ejecutado y resucitar a los tres días». Se lo explicaba con toda claridad. Entonces Pedro se lo llevó aparte y se puso a increparlo. Pero él se volvió y, mirando a los discípulos, increpó a Pedro: -« Ponte detrás de mí, Satanás! ¡Tú piensas como los hombres, no como Dios!». Marcos 8, 27-33
Una de las herejías que aparecieron al poco de nacer la Iglesia, consistía en despojar a Jesús de su categoría divina. También existió la que, por el contrario, negaba su naturaleza humana. Ambas implicaban un cambio sustancial en la esencia de Jesús y de ellas se derivan consecuencias trascendentales en el campo de la fe.
Los hay, actualmente, que aceptando la figura histórica de Jesús, lo consideran un líder carismático, dotado de una gran bondad e inteligencia, comparable a personajes como Gandhi o Martin Luther King. Ya puestos, otros le colocan esposa e hijos. En el colmo de la imaginación, un conocido novelista afirma que era un ser extraterrestre con poder para curar y resucitar. Los musulmanes lo consideran exclusivamente un valioso profeta y los judíos lo ven como un falso Mesías. Muchos, que se consideran cristianos, se han forjado un Jesús adaptado a la “medida del consumidor”, con el objetivo de acoplar artificialmente la vida que cotidianamente se lleva al Evangelio. A algunos les puede resultar exagerado lo del amor al enemigo y otros le exigen al cristianismo una implicación violenta en los asuntos temporales que demanden justicia e igualdad, escandalizados ante el misterio del sufrimiento de los inocentes.
En definitiva, el hombre ha ido colocando al rostro de Jesús una serie de caretas que ocultan la verdad. El Jesús que se revela en la Sagrada Escritura resulta incómodo para el hombre que quiere construir su vida apoyándose en la razón y su propio sentido de la justicia. No acepta que toda justicia pasa por ajustarse a la voluntad de Dios. También se intenta enmascarar la predicación de Jesús cuando ilumina al egoísmo enraizado en el corazón del hombre que coloca todas las cosas y personas a su servicio.
Pero al mismo Dios es imposible manipularlo ni “domesticarlo”. Todo intento en este sentido está condenado al fracaso. En el Evangelio de hoy, Jesucristo pregunta a sus discípulos acerca de lo que los hombres piensan de Él. Jesús ya conoce las respuestas, pero quiere que ellos mismos se enfrenten a esta cuestión, porque es necesario para suceder a Jesucristo en su misión. Por eso después de esta pregunta les lanza otra referida a que piensan ellos acerca de Él. Las personas andaban desorientadas y confusas sobre la trascendencia, naturaleza y misión de Jesucristo. Esperaban a un Mesías salvador, pero tenían otro concepto de salvación. Querían encajar al Señor en sus proyectos, achatar su condición divina y moldearle según sus pretensiones. Pudiendo disponer de un tesoro, pedían calderilla.
Hoy, Jesús, a través de este Evangelio, se dirige directamente a cada uno de nosotros y nos hace también directamente esta pregunta acerca de Él. Muchas veces el “ruido” del mundo, las preocupaciones diarias, los fracasos y también los éxitos en nuestras luchas y afanes, nos hacen perder el discernimiento y desfiguramos con nuestra vida al Jesús que seguimos.
Creer que Jesús es el Mesías comporta que nuestra vida esté en consonancia con la de Jesús y con su muerte al pecado de los demás. Pedro quería “salvar” a Jesucristo de su martirio y tuvo que ser corregido severamente. No comprendía que el autor de la salvación para toda la humanidad tuviera que pasar por la humillación y la muerte. Más tarde lo entendería, pero primero le negó tres veces. Hoy Jesús también nos pregunta cuantas veces le negamos o adulteramos su mensaje al cabo del día.
El Jesús auténtico no se resiste al mal, ama a justos e injustos, quiere la salvación de todos y murió por todos. Si yo quiero ser discípulo suyo tengo que seguir sus huellas, sirviendo incondicionalmente al prójimo y caminado en todo momento en el anuncio de la verdad.
Sería bueno, al acabar el día, hacer un examen de conciencia y preguntarse si se ha sido fiel al Jesús revelado por la Iglesia y con el que nos hemos encontrado en momentos de la vida. Tal vez hemos cambiado en alguna ocasión a Jesús por Barrabas o por el mismo demonio.
El mundo está empeñado en borrar a Jesucristo del corazón de las personas y pone toda su potente maquinaria al servicio de este infernal proyecto. Pero el cristiano tiene armas muy poderosas, capaces de derrotar al mismo Satanás: la oración, los sacramentos y la Palabra de Dios. Todas ellas administradas y custodiadas por la Iglesia. Con ellas se puede navegar en contra de la corriente y mantener firmeza, paz y esperanza en medio del combate, sabiendo en todo momento quién es Jesús, cuál es el camino que nos lleva hasta Él y en el que podemos ir de su mano.
Hermenegildo