«En aquel tiempo, Jesús reunió a los Doce y les dio poder y autoridad sobre toda clase de demonios y para curar enfermedades. Luego los envió a proclamar el reino de Dios y a curar a los enfermos, diciéndoles: “No llevéis nada para el camino: ni bastón ni alforja, ni pan ni dinero; tampoco llevéis túnica de repuesto. Quedaos en la casa donde entréis, hasta que os vayáis de aquel sitio. Y si alguien no os recibe, al salir de aquel pueblo sacudíos el polvo de los pies, para probar su culpa. Ellos se pusieron en camino y fueron de aldea en aldea, anunciando el Evangelio y curando por todas partes”». (Lc 9,1-6)
Cuando Jesús envió a sus discípulos a proclamar el reino de Dios, les dio poder para realizar milagros con el fin de respaldar su predicación, de manera que se viera que era algo que provenía de Dios. Las personas que escuchasen sus palabras de buena fe, así lo entenderían y se convertirían al Señor sin mayor dificultad.
También habría entre sus oyentes gentes con intereses espurios que considerarían que esta predicación era contraria a sus intereses, por lo que harían todo lo posible para convencerse a sí mismos de que era falsa, e incluso, intentarían boicotearla.
Desgraciadamente, todavía son muchas las personas que, aferradas a su ideología o a lo que creen que son sus intereses, se niegan a razonar para reconocer si lo que se les propone es o no verdad. Solo tratan de refutar al contrario, diga lo que diga, si no coincide con lo que ellas piensan.
Es un error el “dulcificar” la predicación para atraerse a los disconformes, ya que, no por hacerlo así cederán en sus puntos de vista y, además, enmascarar la verdad es tanto como proponer la mentira. Esta afirmación no se contradice con la necesidad de ir predicando en función de la preparación del auditorio para asimilar las verdades propuestas. Ya san Pablo advertía que algunos no estaban preparados para recibir alimento sólido y todavía debían alimentarse con leche; pero siembre con la verdad por delante. La misericordia siempre debe presidir la predicación.
Otro signo importante del envío que hace el Señor a sus discípulos es el de ordenarles que no lleven nada consigo. A predicar ha de irse libre de cualquier atadura, de forma que todos puedan ver en quien les habla que va totalmente confiado en que el Señor proveerá. Al hablar en nombre de Dios, refuerza la palabra el hecho de mostrar absoluta confianza en la providencia. Esta confianza es cada vez más firme al constatar por la experiencia de cada día que jamás Dios abandona a sus elegidos. Su ayuda siempre llega en el momento oportuno, aunque muchas veces no coincida tal momento y la forma de la ayuda con la que tenía prevista el necesitado; pero siempre será mucho mejor lo previsto por el Señor que lo que deseaba la persona ayudada.
Por último, es de notar cómo Jesús respeta la libertad de las personas al no obligar a sus discípulos a que insistan en los pueblos en los que no se les quiera recibir. Únicamente les indica que deben sacudirse el polvo de sus pies al abandonar esa aldea, como signo elocuente de su cerrazón. Eso podría hacer pensar a más de uno y llevarlo a conversión.
Juan José Guerrero