A los tres días había una boda en Caná de Galilea, y la madre de Jesús estaba allí. Jesús y sus discípulos estaban también invitados a la boda. Faltó el vino, y la madre de Jesús le dice: «No tienen vino». Jesús le dice: «Mujer, ¿qué tengo yo que ver contigo? Todavía no ha llegado mi hora». Su madre dice a los sirvientes: «Haced lo que él os diga». Había allí colocadas seis tinajas de piedra, para las purificaciones de los judíos, de unos cien litros cada una. Jesús les dice: «Llenad las tinajas de agua». Y las llenaron hasta arriba. Entonces les dice: «Sacad ahora y llevadlo al mayordomo». Ellos se lo llevaron. El mayordomo probó el agua convertida en vino sin saber de dónde venía (los sirvientes sí lo sabían, pues habían sacado el agua), y entonces llama al esposo y le dice: «Todo el mundo pone primero el vino bueno y, cuando ya están bebidos, el peor; tú, en cambio, has guardado el vino bueno hasta ahora». Este fue el primero de los signos que Jesús realizó en Caná de Galilea; así manifestó su gloria y sus discípulos creyeron en él (San Juan 2, 1-12).
COMENTARIO
María, casa de bendición, salud de nuestro siglo, morada terrestre del Humilde. Tú, como en Caná de Galilea, has visto que nos faltaba el vino, que nuestra fiesta no era fiesta, que nuestra vida no era vida, porque la muerte reinaba en nosotros. Y Tú, nos has llevado hasta tu Hijo y nos has enseñado a obedecerle y hacer lo que nos diga Él para que transformase nuestra agua en vino nuevo. ¡Victoria, victoria, vida eterna en Jesucristo Resucitado! Así canta un Himno de los primeros siglos la intercesión de María en favor de la humanidad sumida bajo las aguas de la muerte, simbolizada en la boda que se celebraba en Caná de Galilea, en la que Ella observó que «faltaba vino». Una boda sin vino es como una fiesta sin baile o como un baile sin música… ¡un auténtico desastre! María aparece en escena, como siempre, atenta y solícita para detectar las necesidades de sus hijos e interviene con diligencia y prontitud provocando la intervención de su hijo, Jesús. Y aunque aparentemente parece que a Jesús no le ha gustado mucho la interpelación de su madre por la contestación que le da: «Mujer, déjame, todavía no ha llegado mi hora«, sin embargo percibimos en la reacción de María su confianza y tenacidad para provocar la actuación salvífica de su hijo: «Haced lo que Él os diga«.
Sí, María, Madre de la Iglesia, ayer como hoy, sigue estando diligente para detectar los sufrimientos de sus hijos y, desde el Cielo, sigue intercediendo por toda la humanidad ante su Hijo sentado a la derecha del Padre obteniendo siempre para nosotros gracias abundantes portadoras de vida tal y como nos recuerda el Vaticano II: «Pues asunta a los cielos, no ha dejado esta misión salvadora, sino que con su múltiple intercesión continúa obteniéndonos los dones de la salvación eterna. Con su amor materno se cuida de los hermanos de su Hijo, que todavía peregrinan y se hallan en peligros de ansiedad hasta que sean conducidos a la patria bienaventurada. Por este motivo, la Santísima Virgen es invocada en la Iglesia con los títulos de Abogada, Auxiliadora, Socorro, Mediadora» (cf. Lumen gentium 62).
También el Papa Francisco nos ha recordado la misión maternal de María al decir de Ella que «es la amiga siempre atenta para que no falte el vino en nuestras vidas. Ella es la del corazón abierto por la espada, que comprende todas las penas. Como madre de todos, es signo de esperanza para los pueblos que sufren dolores de parto hasta que brote la justicia. Ella es la misionera que se acerca a nosotros para acompañarnos abriendo los corazones a la fe con su cariño materno. Como una verdadera madre, ella camina con nosotros, lucha con nosotros, y derrama incesantemente la cercanía del amor de Dios. A través de las distintas advocaciones marianas, ligadas generalmente a los santuarios, comparte las historias de cada pueblo que ha recibido el Evangelio, y entra a formar parte de su identidad histórica. Muchos padres cristianos piden el Bautismo para sus hijos en un santuario mariano, con lo cual manifiestan la fe en la acción maternal de María que engendra nuevos hijos para Dios. Es allí, en los santuarios, donde puede percibirse cómo María reúne a su alrededor a los hijos que peregrinan con mucho esfuerzo para mirarla y dejarse mirar por ella. Allí encuentran la fuerza de Dios para sobrellevar los sufrimientos y cansancios de la vida. Como a san Juan Diego, María les da la caricia de su consuelo maternal y les dice al oído: «No se turbe tu corazón […] ¿No estoy yo aquí, que soy tu Madre?»» (cf. Evangelii gaudium 286).
Pidámosle hoy, en esta “hora” pandémica, a María – “Salud de los enfermos”- que interceda ante su Hijo para que mitigue el sufrimiento de las personas contagiadas por la Covid19; que fortalezca con la fe y la esperanza a las familias sumidas en la angustia y la incertidumbre y que provea el “vino nuevo de la Pascua de su Hijo Jesús” –la Eucaristía- como “fármaco de inmortalidad” para toda la humanidad. Que Ella, no enseñe a “hacer todo lo que nos diga su Hijo Jesús”. Amén.