«En aquel tiempo, cuando se acercaba Jesús a Jericó, había un ciego sentado al borde del camino, pidiendo limosna. Al oír que pasaba gente, preguntaba qué era aquello; y le explicaron: “Pasa Jesús Nazareno”. Entonces gritó: “¡Jesús, hijo de David, ten compasión de mí!”. Los que iban delante le regañaban para que se callara, pero él gritaba más fuerte: “¡Hijo de David, ten compasión de mí!”. Jesús se paró y mandó que se lo trajeran. Cuando estuvo cerca, le preguntó: “¿Qué quieres que haga por ti?”. Él dijo: “Señor, que vea otra vez”. Jesús le contestó: “Recobra la vista, tu fe te ha curado”. En seguida recobró la vista y lo siguió glorificando a Dios. Y todo el pueblo, al ver esto, alababa a Dios». (Lc 18,35-43)
En los evangelios sinópticos se nos narra siete veces la curación de ciegos. Aunque podrían ser más, ya que los evangelistas dicen en muchos momentos: “realizó muchas curaciones”, sin especificar de qué tipo. De distintas maneras Jesús les devuelve la vista. Marcos da cuenta de dos curaciones de ciegos: una en Betsaida (8, 22) y otra en (10, 46) a Bartimeo, hijo de Timeo, ciego de Jericó y lugar donde Mateo (9,27) sitúa la curación de dos ciegos que hacen juntos la petición. Juan 9 nos presenta el milagro en sábado, causando revuelo entre los fariseos, que interrogan al ciego de nacimiento y a sus padres. En ese episodio Jesús condena una vez más su soberbia espiritual, declarando que “ha venido al mundo para que los que no ven vean, y los que ven se vuelvan ciegos” . Y añade ante la réplica de los fariseos: “si fuerais ciegos no tendríais pecado, pero porque decís vemos, vuestro pecado permanece”. La vista es en este signo de Jesús sinónimo claro de la fe.
Jesús al presentarse en la sinagoga de su tierra Nazaret, lee el capítulo de Isaías y dice: ”me ha enviado a dar la vista a los ciegos”, asimismo en Jn, 8 ,12 asegura: “ Yo soy la luz del mundo”, para mostrar su condición, porque a través del Antiguo Testamento se anunciaba al Mesías como la Luz.
Un ciego produce en el mundo de hoy, exageradamente visual y adorador de la imagen, una especial compasión. Pero en aquel tiempo, la creencia de que los males físicos eran un castigo de Dios hacía que la sociedad los apartase; un ciego se veía además obligado a mendigar, ya que ni podía desempeñar tareas públicas ni oficios manuales, y ni siquiera tenía derecho a la herencia paterna. La falta de la fe nos deja también incapacitados para entender y afrontar mejor los problemas de la vida.
Este ciego de Jericó, del cual no tenemos datos personales, se nos presenta como un creyente: cuando los que le rodean le mandan callar grita más fuerte. Llama a Jesús por su nombre para forzar la cercanía. Muestra respeto, puesto que le invoca “hijo de David”, reconociendo su condición de Mesías. Y concede al Nazareno poder para remediar su mal, por eso añade: “Ten compasión de mí”, para conseguir que las entrañas de Jesús se conmuevan y acceda a su petición.
Esto es, al fin y al cabo, lo que hacemos los cristianos en nuestra oración; pretendemos ablandar a Dios para que olvide nuestras travesuras y que se nos muestre como un padre tierno. En este pasaje del evangelio de Lucas me gusta fijarme especialmente en la pregunta de Jesús: “¿Qué quieres que haga por ti?”. El Mesías, Hijo de Dios, pregunta dispuesto a dar lo que se le pida. Impresiona muy especialmente sentir que se pone al servicio de la criatura: Jesús a disposición de la persona necesitada, incapacitada.
Dios, Señor del universo, nos pregunta también a nosotros, desvalidos y menesterosos: ¿Qué quieres, qué necesitas? Lo que ocurre es que con ruido del mundo no le oímos; o quizá nos empeñamos en pedirle lo que no nos hace falta e, incluso, puede hacernos daño. Santa Teresa de Jesús, a su vez, le preguntaba al Señor en un preciosa poesía: “¿Qué mandáis hacer de mí?” Esta es la postura de reciprocidad y de intercambio en el amor. Todos nosotros somos desvalidos y necesitados, y debemos preguntarle continuamente qué quiere de nosotros, cuál es nuestra misión en la vida, cómo debemos actuar en cada momento con el hermano pobre, enfermo, solo; y qué tenemos que hacer por la extensión de su Reino de amor y justicia. Todos tenemos que reconocer nuestras cegueras y pedir a Jesús que nos ilumine para poder recorrer el camino como dignos seguidores suyos.
Mª Nieves Díez Taboada