«En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: “Vosotros sois la sal de la tierra. Pero si la sal se vuelve sosa, ¿con qué la salarán? No sirve más que para tirarla fuera y que la pise la gente. Vosotros sois la luz del mundo. No se puede ocultar una ciudad puesta en lo alto de un monte. Tampoco se enciende una lámpara para meterla debajo del celemín, sino para ponerla en el candelero y que alumbre a todos los de casa. Alumbre así vuestra luz a los hombres, para que vean vuestras buenas obras y den gloria a vuestro Padre que está en el cielo”». (Mt 5, 13-16)
Cuando Cristo pide a sus discípulos y a nosotros, que también lo somos, que seamos sal y que no nos volvamos sosos, no nos pide que aprendamos a bailar sevillanas en una Academia, a contar chistes o a tocar la guitarra para alegrar nuestras reuniones sociales y a nuestros compañeros de trabajo. No es tan tontorrón el Evangelio. Cristo nos pide que seamos de verdad, en medio del mundo, lo que somos por esencia, por nuestra condición de bautizados: sal y luz. Y por esencia la sal sala y la luz brilla. Pero nosotros somos, por desgracia, luces que no dan ningún brillo entre nuestros hermanos la mayoría de las veces. Pasamos la vida ocupados en nuestros asuntos y muy empeñados en ser “como todo el mundo”, sin destacar por nada que tenga que ver con mi fe. Eso si, destacar en las notas de mis hijos, en cultura general, cata de vinos, educación y modales, conocimientos políticos, competencia profesional y si somos especialmente fanfarrones, en coche, casa y vacaciones por el Caribe, en eso sí queremos destacar mucho, brillar como el sol y ser muy salados, como los cacahuetes.
Queremos destacar en este mundo en todo menos en vivir el Evangelio. Ser salados para todo lo superfluo de la vida pero no para lo trascendente, en eso preferimos ser sosos.
Somos cristianos, seguidores de Cristo e hijos de Dios. Si no somos coherentes con esta inmensa verdad, la única verdad central de nuestras vidas y lo manifestamos así por donde vayamos, seremos luz escondida que no se pone en el sitio adecuado para brillar, en el candelero sino debajo del celemín
Sal sosa es no hablar nunca a nadie de tu fe por vergüenza, es callar cuando se ofende públicamente a las cosas de Dios o de su Iglesia, hacer lo que hacen todos para no llamar la atención de nadie, no destacar en ninguna virtud para no dar el cante… Luz que no brilla es la que pasa de largo ante los problemas ajenos, la que no se compromete en nada para cambiar nada, la que no dice lo que a solas reza por temor a ser señalado, la que da igual que esté presente o no porque no le cambia la vida a nadie, sencillamente porque ni lo intenta.
La sal es pequeña pero determinante en el éxito de una comida. Una vela también es pequeña pero capaz de iluminar toda una habitación y permitir la vida en ella. Si nos creyésemos de verdad lo que somos, veríamos cómo un poco de sal en una vida insípida y una pequeña vela encendida en donde no hay mas que oscuridad, pueden suponer mucho en la vida de otros.
Hace unos meses me atreví a decirle a un tetrapléjico lo que realmente pensaba de su situación. Era mi paciente desde hacía muchos meses. Se había quedado así por una hemorragia cerebral muy grave y no me había atrevido a consolarle desde mis más profundas convicciones porque creía que no aceptaría mi visión de la vida y porque su desesperación era extrema y estaba poco abierto a sermones.
No sé si fui luz o sal pero algo de eso supusieron mis palabras para él porque, tras oírlas, empezó a sollozar de emoción. Creo que nunca le habían dicho que la vida de una persona vale no por tener brazos y piernas que se mueven a voluntad, o por controlar sin dificultad todos sus esfínteres, o por poder hablar sin limitaciones…. Su vida era valiosa porque simplemente existía y aunque nadie le quisiese sobre la tierra por su gran minusvalía siempre tendría un Padre en el cielo para el que era precioso a sus ojos. Su minusvalía no le había eliminado como persona, seguía siendo él pero con un cuerpo más frágil. No tuve valor para decirle esto en los muchos meses previos de ingreso pero al menos en una ocasión fui capaz de ser luz para él.
Somos instrumentos de Dios a diario en el mundo. Tenemos el regalo de la gracia y no lo sabemos. Tan solo se nos pide que seamos sal que sala y luz que brilla. No es tan difícil.