«En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: “Como el Padre me ha amado, así os he amado yo; permaneced en mi amor. Si guardáis mis mandamientos, permaneceréis en mi amor; lo mismo que yo he guardado los mandamientos de mi Padre y permanezco en su amor. Os he hablado de esto para que mi alegría esté en vosotros, y vuestra alegría llegue a plenitud”». (Jn 15,9-11)
Jesús antes de despedirse nos deja un legado maravilloso en los capítulos 13, 14, 15 y 16 de San Juan. Primero mostrando con hechos que ha venido a servir, lavando los pies a los apóstoles, y respondiendo a Felipe y a Tomás, que le solicitan que nos muestre el camino y al Padre, pues son torpes como nosotros, que tantas veces no nos enteramos de nuestra vida aún queriendo estar al lado de Jesús.
Este evangelio de hoy es un compendio maravilloso de los cuatro capítulos; si nosotros, como los apóstoles, le preguntáramos que nos mostrase al Padre, Jesús nos indicaría el amor en la dimensión de la cruz. ¿Quién si no nos ha amado así, por encima de nuestros pecados, con todas nuestras miserias y limitaciones? Una vez conocido este amor -don maravilloso que transforma la vida y le da sentido- necesitamos lo que el Señor indica a continuación: permaneced en ese amor. Pues la conversión del corazón es de cada día, a través de la libertad que Dios nos ha dado y que, por eso mismo, podemos tirar por la borda.
“Permaneced en mi amor” y lo dice en imperativo. Lo que quiere decir que podemos hacerlo, que Él nos da la gracia para quedarnos con esa posibilidad de amar que antes de tener un encuentro personal con Jesús era imposible y con Él es posible. Permanecer guardando los mandamientos, no como ley que hay que cumplir sino como palabras de vida. Esto mismo se recoge en el libro del Deuteronomio y tantas veces hemos podido experimentar.
Todos queremos ser felices, y una vez más Jesús nos habla de cómo vivir la alegría fruto del Espíritu Santo. Una alegría que el mundo no conoce y que hay que mostrar a través de la evangelización y el conocimiento de la Verdad, pues la alegría en Cristo es la única que lleva a plenitud.
Fernando Zufía