«En aquel tiempo, pasando Jesús junto al lago de Galilea, vio a dos hermanos, a Simón, al que llaman Pedro, y a Andrés, su hermano, que estaban echando el copo en el lago, pues eran pescadores. Les dijo: “Venid y seguidme, y os haré pescadores de hombres”. Inmediatamente dejaron las redes y lo siguieron. Y, pasando adelante, vio a otros dos hermanos, a Santiago, hijo Zebedeo, y a Juan, que estaban en la barca repasando las redes con Zebedeo, su padre. Jesús los llamó también. Inmediatamente dejaron la barca y a su padre y lo siguieron». (Mt 4,18-22)
Se inicia este capítulo del evangelio de San Mateo con las tentaciones de Jesús en el desierto, tras haber ayunado durante cuarenta días y cuarenta noches. Y a continuación vuelve a Galilea y reside en Cafarnaún e inicia su misión proclamando: “Convertíos, porque el Reino de los Cielos ha llegado”, llamando a sus primeros discípulos y haciendo curaciones
Desde el principio nos muestra Jesús la vocación de los cristianos. Con las mismas palabras de Juan el Bautista, Jesús anuncia la llegada del Reino y la necesidad de conversión. E invita de forma muy directa a dos hermanos, Pedro y Andrés, pescadores: “Venid y seguidme, y os haré pescadores de hombres”. La maravilla es que no lo dudaron e “Inmediatamente dejaron las redes y lo siguieron”
Jesús siempre llama, como hace ahora con todos nosotros al iniciarse este tiempo de Adviento. Es una llamada a un cambio radical de vida, a una conversión. Estos días conocemos el testimonio de tantos cristianos perseguidos en Siria, en Irak y en otras zonas del mundo, que mueren proclamando su fe en Cristo, que son millares de nuevos mártires que confían ciegamente en el Amor de Dios. En nuestros hábitos cotidianos nos cuesta a veces proclamar nuestra fe, ocultamos nuestras creencias y escondemos el signo de la cruz o nuestras ideas por el miedo al qué dirán, por temor a ser tachados de conservadores o anacrónicos. Tenemos que rezar para que seamos testigos, para no renegar de nuestra fe, para intentar sembrar en el mundo los valores del evangelio.
Continúa el texto del evangelio mostrando cómo un poco después vio Jesús a otros dos hermanos: Santiago y Juan, hijos de Zebedeo, que estaban en la barca remendando las redes con su padre. “Jesús los llamó también. Inmediatamente dejaron la barca y a su padre y lo siguieron”. De nuevo una llamada radical de Jesús y otra vez la respuesta incondicional, su total disponibilidad a seguir a Jesús, a dejar trabajos y familia, a cambiar de vida para darlo todo por el anuncio del Evangelio, del Amor de Dios.
Personalmente, me admira la respuesta de estos sencillos pescadores y de tantísimas personas que, hoy como ayer, deciden dar lo mejor de lo que tienen por el anuncio del evangelio. Yo mismo veo los esfuerzos y desvelos, el tiempo y las energías que dedico a tantas actividades, no sólo las profesionales, y la maravilla que es buscar sólo lo esencial: proclamar que el Reino de Dios ha llegado ya, que Cristo viene a encontrase con cada uno de nosotros, que quiere mostrarnos una vida nueva con sabor a eternidad.
La actitud de estos primeros discípulos es todo un testimonio, un ejemplo para quienes nos llamamos cristianos pero nos cuesta aceptar la radicalidad de la llamada de Jesús. Cristo nos invita a no conformarnos con una vida rutinaria, basada en los valores burgueses de la comodidad, el consumo, el ocio… En definitiva, nos llama a no situarnos exclusivamente en nuestra pesca, en nuestros trabajos y acontecimientos cotidianos, para intentar dar un paso más y convertirnos en evangelizadores, en colaboradores de la misión de Cristo y de su Iglesia.
Deberíamos responder con sinceridad qué miedos nos atenazan para convertirnos en verdaderos discípulos de Jesús. ¿Qué tenemos miedo a perder si seguimos a Cristo como lo hicieron estos primeros discípulos? ¿A qué nos llama nuestra vocación cristiana? ¿Estamos dispuestos, con la ayuda de Dios, a responder a su llamada y dedicar nuestra vida esencialmente a anunciar el Reino de Dios con obras y palabras?
En este día, en el que celebramos la festividad de San Andrés, uno de los iniciales discípulos de Cristo, oremos para que el Señor nos conceda caminar con generosidad, esperanza y valentía evangélicas. La Virgen María es nuestro modelo de confianza absoluta en la promesa de que es posible que Jesús nazca cada día en nuestro corazón y podamos regalarlo a los demás.