En aquel tiempo, al salir Jesús de la sinagoga, entró en casa de Simón. La suegra de Simón estaba con fiebre muy alta y le rogaron por ella. Él, inclinándose sobre ella, increpó a la fiebre, y se le pasó; ella, levantándose en seguida, se puso a servirles. Al ponerse el sol, todos cuantos tenían enfermos con diversas dolencias se los llevaban, y él, imponiendo las manos sobre cada uno, los iba curando. De muchos de ellos salían también demonios, que gritaban y decían: -«Tú eres el Hijo de Dios». Los increpaba y no les dejaba hablar, porque sabían que él era el Mesías. Al hacerse de día, salió y se fue a un lugar desierto. La gente lo andaba buscando y, llegando donde estaba, intentaban retenerlo para que no se separara de ellos. Pero él les dijo: -«Es necesario que proclame el reino de Dios también a las otras ciudades, pues para esto he sido enviado». Y predicaba en las sinagogas de Judea. Lucas 4, 38-44
En el contexto del comienzo del ministerio de Jesús, en la narración de Lucas, encontramos hoy esta perícopa, en la cual Jesús extiende su actividad en torno al mar de Galilea.
Cura a la suegra de Pedro de una fiebre. Y como su fama se va extendiendo por Cafarnaum, apenas se sabe su paradero, todos cuantos tienen algún enfermo o menesteroso, van con él a pedirle que le cure. Igualmente, quienes creen tener en casa un poseso, sea auténtico o supuesto, se lo presentan. Y él cura a todos, imponiendo a los demonios el secreto sobre su identidad.
¿Por qué obra así Jesús? ¿Tal vez por modestia, por humildad? Es algo más profundo: sus milagros confirman su mensaje: la llegada del reino de Dios. El imperio de Satanás cede terreno ante el poder del Mesías. Pero como en el pueblo hay una idea mesiánica de tipo político, muy diferente de la que él encarna, Jesús quiere evitar equívocos y malentendidos sobre sí mismo, para no despertar entusiasmos erróneos en las masas. El huirá siempre de todo triunfalismo y aclamación popular. Sólo se lo permitirá una vez, en la entrada a Jerusalem, para cumplir las Escrituras.
Jesús busca que el secreto de su identidad sea sólo accesible a quienes crean en él. Sus milagros dan testimonio, sí, pero dejan un margen a la libre interpretación de quien los presencia. Los que buscan en Jesús al curandero de ocasión, no verán otra cosa en él. Quienes, en cambio, hambrean al Mesías prometido, empezarán a vislumbrarlo en su persona.
Evita, pues, todo populismo y aplauso de las masas. Así, cuando todos le buscan, irá a nuevos lugares a llevar su mensaje: «Vamos a otras ciudades a anunciar el reino de Dios, pues para esto he salido», dice una traducción distinta. ¿De donde ha salido Jesús? En sentido profundo, del seno del Padre. El ha venido a anunciar Su reino a los pobres, a los afligidos, a las victimas del mal y de la injusticia, a los pecadores. Su mensaje esencial son las Bienaventuranzas: «¡DICHOSOS VOSOTROS QUE SUFRIS AHORA, PORQUE SOIS AMADOS DE MI PADRE! Su reino es para vosotros.»
Y este anuncio empieza a realizarse ya, con la persona misma de Jesús, con su sola presencia. Para quienes escuchan y creen, su palabra es creadora de una vida nueva, como lo fue en el origen de los tiempos. Par ellos comienza un tiempo de salvación, una nueva existencia.