“¿Quién dice la gente que soy yo?” (ver Mc 8,27-35). Si nos paramos unos minutos a meditar con sinceridad esta pregunta, no sé si recalaréis en algún momento de la reflexión, en la importancia que vuestra apariencia tiene al respecto. Cuántas veces juzgamos a las personas simplemente por cómo van vestidos, o por los logotipos de sus prendas y accesorios. ¿El hábito hace al monje? Me inclino a pensar que no, pero sí que nos habla de él. El vestido comunica, nuestra apariencia habla de nosotros. El color, el olor de los materiales, el tacto de los tejidos, hasta el sonido de unos tacones de aguja, nos dicen muchas cosas de la persona que los porta; sobre lo que piensa acerca del pudor, el sexo, sobre determinados valores fundamentales, sus creencias religiosas, etc. Desde el Antiguo Egipto, a la Antigua Roma, en tiempos de la Revolución Francesa, o en Mayo del 68, hombres y mujeres de todas las épocas han querido mostrar sus opciones políticas, su pertenencia a determinado gremio, convicción religiosa, estamento, lugar de procedencia o estado civil, a través de su apariencia.
¿Somos coherentes los cristianos a este respecto o existe una disonancia pragmática entre lo que decimos creer y lo que transmitimos con nuestra indumentaria? No se trata de llevar en nuestro pectoral la Cruz de la Orden de Santiago, ni de ir cubiertos hasta las rodillas o con jerséis de cuello alto. En absoluto. Se trata de transmitir con nuestra apariencia los valores del Evangelio en lo que a austeridad, modestia, alegría y sencillez se refiere. Juan Pablo II además de estudiar a fondo el tema de la Teología del cuerpo explicaba en una audiencia que “no hay identidad sin memoria”. En efecto, el 29 de junio de 1995, el Papa escribió una Carta a las mujeres en la que decía: “La dignidad de la mujer ha sido ignorada con demasiada frecuencia y sus prerrogativas, tergiversadas. Se las ha relegado al margen de la sociedad y se las ha reducido a simples siervas, lo que ha conducido a un empobrecimiento espiritual de la humanidad”.
Personalmente creo que el tema está más vinculado al amor al prójimo que a la moda como tal. Ir coherentemente vestidos: limpios, cuidados, conforme a nuestra posición laboral, estado, edad y lugar, sin estridencias ni salidas de tono, y haciendo oídos sordos a las corrientes que por ejemplo incitan a la hipersexualización de la mujer desde la infancia y a la que nos llaman determinadas firmas…
“Amarás al prójimo como a ti mismo” (ver Mc 12,28-34). Demuéstralo con tu indumentaria: no me enseñes el sujetador, ni la goma de tu calzoncillo cuando esté comiendo frente a ti, ni en misa. No vayas a una entrevista de trabajo con vaqueros ni con “leggins”, ni a una boda en zapatillas deportivas ni vestida de gris. Las personas que tienes a tu alrededor te lo agradecerán y “en esto reconocerán todos que sois mis discípulos” (ver Jn 13,31-35).
Arancha Felipes Alonso