En aquel tiempo, Jesús se apareció a los once y les dijo:
«Id al mundo entero y proclamad el Evangelio a toda la creación.
El que crea y sea bautizado se salvará; el que no crea será condenado.
A los que crean, les acompañarán estos signos: echarán demonios en mi nombre, hablarán lenguas nuevas, cogerán serpientes en sus manos y, si beben un veneno mortal, no les hará daño. Impondrán las manos a los enfermos, y quedarán sanos» (San Marcos 16, 15-18).
COMENTARIO
La liturgia nos presenta ahora, aunque parezca un poco inoportuno todavía con sabor navideño en los labios, estos versículos del final del evangelio de Marcos. Jesús resucitado se aparece a sus discípulos, para despedirse y les encarga proclamar la buena noticia, que él les ha comunicado con su vida y predicación, para que sea conocida en todo el mundo. No como simples mensajeros, lo trasmitirán con la autoridad de Jesús y en su nombre: “Se me ha dado todo poder en el cielo y en la tierra;” (Mt 28, 18) “como el Padre me ha enviado así os envío; recibiréis la fuerza del Espíritu Santo y seréis mis testigos en Jerusalén y en toda Judea y Samaria. “
“Después, con la venida del Espíritu ellos quedarán entusiasmados deseando comunicar: ‘No podemos dejar de hablar de lo que hemos visto y oído’. (Hc,4,20) El mismo Espíritu les otorga los carismas para la predicación: el don de lenguas, y de sabiduría, la fuerza para resistir las persecuciones y para dar la vida por Cristo y su evangelio. Los signos que Marcos enumera en 16,18: Expulsión de demonios, toma de serpientes y escorpiones en las manos, bebida de veneno, son imágenes simbólicas de los enemigos y las pruebas que han de sufrir y soportar, pero que, con la asistencia del Espíritu Santo, serán superados” (A. Manrique Campillo “A vino nuevo odres nuevos” Comentarios al evangelio de San Marcos.)
En esta misión siguen todavía los apóstoles, o debería decir seguimos, ya que parece que se nos ha encargado a todos los que creemos en la verdad de las palabras de Jesús, ratificadas con su vida coherente y su muerte a manos del poder político y la soberbia espiritual de los que creían hablar y actuar en nombre de Dios. Y todavía la tarea es inmensa.
Al trabajo de sembrar se une el cuidado de lo que ya ha arraigado, para que no se eche a perder la cosecha. La bajada de tensión religiosa en Europa, impulsada por la ideología de los filósofos y los gobiernos totalitarios del mal, en el siglo XX, hacen a veces peligrar nuestra esperanza de una vuelta a Dios. Cuando pase este deslumbramiento por los avances de la tecnología, que ha abierto unos horizontes de conocimiento y poder para resolver cualquier problema o capricho humano, quizá la sociedad vuelva a sentir la carencia de un padre todopoderoso y tierno, la necesidad de un amoroso cuidador de este mundo y sus habitantes
La mañana del jueves 13 de enero, el papa Francisco recibió en audiencia privada a un grupo de la Acción Católica de Francia, en su discurso se refirió expresamente a este evangelio:
“Después de la resurrección, San Marcos relata que «el Señor actuó junto con [los Apóstoles] y confirmó la Palabra con los signos que la acompañaban» (16:20). Así, «la acción pertenece al Señor: es Él quien tiene el derecho exclusivo de actuar, caminando ‘de incógnito’ en la historia que habitamos». Nuestro papel es, por tanto, apoyar y animar la acción de Dios en los corazones, adaptándonos a la realidad que evoluciona constantemente. Las personas a las que llegan sus movimientos -pienso en particular en los jóvenes- no son las mismas que hace unos años. Hoy en día, sobre todo en Europa, quienes acuden a los movimientos cristianos son más escépticos respecto a las instituciones, buscan relaciones menos exigentes y más efímeras. Son más sensibles a la afectividad, y por lo tanto más vulnerables, más frágiles que las generaciones anteriores, menos arraigadas en la fe, pero sin embargo en busca de sentido y de verdad, y no menos generosas. Es vuestra misión, como Acción Católica, llegar a ellos tal como son, hacerles crecer en el amor a Cristo y al prójimo, y llevarles a un mayor compromiso concreto, para que sean protagonistas en su propia vida y en la vida de la Iglesia, para que el mundo cambie.” (Francisco)
Dejémos transparentar en nuestras acciones la voluntad del plan de Dios, para que entremos en una nueva era de cristianismo, que haga al hombre más auténticamente feliz en un mundo mejor.