«En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: “Cuidad de no practicar vuestra justicia delante de los hombres para ser vistos por ellos; de lo contrario, no tendréis recompensa de vuestro Padre celestial. Por tanto, cuando hagas limosna no vayas tocando la trompeta por delante, como hacen los hipócritas en las sinagogas y por las calles, con el fin de ser honrados por los hombres; os aseguro que ya han recibido su paga. Tú, en cambio, cuando hagas limosna, que no sepa tu mano izquierda lo que hace tu derecha; así tu limosna quedará en secreto, y tu Padre, que ve en lo secreto, te lo pagará. Cuando recéis, no seáis como los hipócritas, a quienes les gusta rezar de pie en las sinagogas y en las esquinas de las plazas para que los vea la gente. Os aseguro que ya han recibido su paga. Tú, cuando vayas a rezar entra en tu aposento, cierra la puerta y reza a tu Padre, que está en lo escondido, y tu Padre, que ve en lo escondido, te lo pagará. Cuando ayunéis no andéis cabizbajos como los hipócritas que desfiguran su cara para hacer ver a la gente que ayunan. Os aseguro que ya han recibido su paga. Tú, en cambio, cuando ayunes, perfúmate la cabeza y lávate la cara para que tu ayuno lo note, no la gente, sino tu Padre, que está en lo escondido; y tu Padre, que ve en lo escondido, te recompensará”». (Mt 6.1-6.16-18)
Hoy, Miércoles de Ceniza, inicio del camino de cuarenta días hacía la Pascua, la Iglesia proclama este evangelio, parte del Sermón de la Montaña, en el que Jesús enseña directamente a sus discípulos cómo debe ser nuestra limosna, nuestra oración y nuestro ayuno. Las tres armas que el Señor nos entrega para el combate contra las tres tentaciones con que nos aguarda el demonio en nuestro caminar en el desierto (cfr. Mt 4,1).
Justo en medio de este evangelio, después de la limosna y la oración en secreto, y antes del ayuno en secreto, Jesús enseña a sus discípulos la verdadera oración: el Padrenuestro (cfr. Mt 6,7-15). Este es el punto central: ¿quién es nuestro padre, Dios o el mundo? ¿De quién buscamos la gloria, de Dios o de los hombres? ¿De quién esperamos la recompensa? Cuidad de no practicar vuestra justicia delante de los hombres, nos dice el Señor.
Los fariseos eran buenos delante de los hombres, ¿y nosotros? ¿Buscamos la alabanza de los demás? ¡Ay cuando todos los hombres hablen bien de vosotros!, pues de este modo trataban sus padres a los falsos profetas (cfr. Lucas 6, 26). ¿Dónde buscamos la vida, en el mundo o en el Padre? Si buscamos la paga del mundo, del mundo recibiremos la paga; si buscamos la paga de Dios, nuestro Padre que ve en lo secreto, en lo escondido, nos recompensará.
No podemos servir a dos señores, y el dinero, la fama y el orgullo nos hacen esclavos del maligno. Solo podemos vencer a nuestros enemigos, al mundo, el demonio y la carne, con la humildad del pobre. La humildad del que ocupa el último lugar, del que considera basura todas las vanaglorias del mundo, porque ha encontrado el tesoro y la perla escondida del amor gratuito del Padre.
Si buscamos nuestra dignidad de la mirada de los hombres recibiremos la paga del mundo. Si buscamos nuestra dignidad de la mirada de Cristo, el Señor nos dará gratis su paga —que es su Espíritu Santo— cuando Él quiera, cómo y dónde Él quiera. Este es el camino que nos lleva a la Pascua.
Javier Alba