En aquel tiempo, Jesús entró en Jericó e iba atravesando la ciudad.
En esto, un hombre llamado Zaqueo, jefe de publicanos y rico, trataba de ver quién era Jesús, pero no lo lograba a causa del gentío, porque era pequeño de estatura. Corriendo más adelante, se subió a un sicomoro para verlo, porque tenía que pasar por allí.
Jesús, al llegar a aquel sitio, levantó los ojos y le dijo: «Zaqueo, date prisa y baja, porque es necesario que hoy me quede en tu casa».
Él se dio prisa en bajar y lo recibió muy contento.
Al ver esto, todos murmuraban diciendo: «Ha entrado a hospedarse en casa de un pecador».
Pero Zaqueo, de pie, dijo al Señor: «Mira, Señor, la mitad de mis bienes se la doy a los pobres; y si he defraudado a alguno, le restituyo cuatro veces más».
Jesús le dijo: «Hoy ha sido la salvación de esta casa, pues también este es hijo de Abrahán. Porque el Hijo del hombre ha venido a buscar y a salvar lo que estaba perdido» (San Lucas 19,1-10).
COMENTARIO
Continuamos con el evangelista Lucas y, hoy la Iglesia nos propone, como alimento, esta palabra tan conocida y que, curiosamente, no encontramos paralelo alguno en el resto de los sinópticos. Lucas es un «enamorado» del mensaje hecho carne en Cristo. Es el evangelista de la misericordia; el poeta Dante dijo de él que era: «el que describe la amabilidad de Cristo». Por eso me gustaría que nos pusiéramos los «zapatos» de Lucas para disfrutar de este texto tan cargado de significados.
Es importante, como siempre, ver el contexto histórico en el que nos coloca el evangelista. Estamos al final del viaje que Jesús está realizando camino a Jerusalén; durante este camino enseña y prepara a su discípulos a una misión que ellos todavía no conocen. Jesús acaba de curar a un ciego y atraviesa Jericó. Zaqueo tiene ganas de verle: ¿Interés? ¿Curiosidad? Jesús tiene fama de profeta y de taumaturgo, el interés de Zaqueo por Jesús parece motivado, como se verá a continuación, por una cierta búsqueda religiosa.
La primera lectura de hoy es del libro del apocalipsis (3, 1-6.14-22) y en ella encontramos un texto que dice: «Conozco tus obras, tienes nombre como de quien vive, pero estás muerto». La vida de este Zaqueo no era fácil. Era jefe de publicanos. En la época de Cristo, la gente no tenía mucha simpatía hacia estos recaudadores de impuestos, por dos razones: recogían el impuesto para los invasores romanos, enemigos y paganos; parte de ese dinero servía para el culto a los ídolos. Por lo que, al ser considerados «colaboradores» de los romanos se convertían automáticamente en enemigos de los judíos. Por otro lado, tenían además la fama, con razón la mayoría de las veces, de ser corruptos. El recaudador debía pagar una suma fija al estado y, para conseguirla, la recaudaba y la sacaba de los particulares; lógicamente estos hombres exigían más de lo demandado por Roma, siendo esta la principal fuente de sus riquezas. Por ello los publicanos eran odiados; además Zaqueo era nada menos que jefe de publicanos.
En primer lugar me gustaría recalcar el «tiempo» que Dios elige para presentarse a Zaqueo (a nosotros). Esa «teshuvá» que Dios posibilita en momentos de nuestra vida en la aparece la oportunidad de «que todo sea posible». Todo puede cambiar si tenemos fe. Zaqueo aprovecha este «Kairós», de tal forma que no tiene miedo a hacer el ridículo (siendo jefe de publicanos se sube a un árbol) y Jesús —llamándolo por su nombre— le anuncia que tiene que alojarse en su casa. Lucas, en primer lugar, presenta la intencionalidad de Jesús al «atravesar» la ciudad; busca a quien salvar. La gente murmura: ¡tanta gente buena en Jericó y tiene que elegir a este para alojarse en su casa! En casa de Zaqueo vamos a contemplar el poder de la gracia, del discernimiento, de las consecuencias que tiene el encuentro profundo con Jesús; lo que yo siempre llamo «facilidad». Las obras de vida eterna son «fáciles» en tanto en cuanto no proceden de nuestro esfuerzo, sino que son producto del encuentro con el Señor, de la docilidad de nuestro corazón. Pablo lo declara con cristalina elocuencia: «ya no soy yo, sino que es Cristo que vive en mí» (cf. Gál 2,20). Fijaos en el detalle de Lucas (importantísimo): Zaqueo en su discurso identifica a Jesús con el título de «Señor»; ha reconocido en Aquel por el que sentía curiosidad, al «Señor»; por lo tanto, al que tiene poder de cambiar su vida, de dar respuesta a sus inquietudes y preguntas. Pasemos ahora al segundo detalle del evangelista de la misericordia: En ningún momento del texto Jesús recrimina a Zaqueo por su pasado; no aparecen lamentaciones sobre su indignidad o sobre los pecados cometidos: solo aparece el amor y sus consecuencias: doy la mitad de mis bienes a los pobres, restituyo cuatro veces. Y Jesús declara a los asistentes «Hoy ha llegado la salvación a esta casa, pues también él es hijo de Abrahán; el hijo del hombre ha venido a buscar lo que estaba perdido y a salvarlo». No aparece la palabra «perdón» sino el término «salvación». El perdón es uno de los elementos esenciales de la salvación. Salvación, salud interior, la cura de nuestras heridas espirituales profundas que impiden que seamos felices: personas íntegras a imagen de Dios. Zaqueo había perdido —fruto de su vida de pecado— el control sobre su voluntad y la libertad de salir del «infierno» en el que vivía. Sin embargo, aparece un tiempo propicio, como relata la primera lectura de hoy: «mira, estoy de pie a la puerta y llamo. Si alguien escucha mi voz y abre la puerta, entraré en su casa y cenaré con él y él conmigo».
Yo creo que no hace falta entrar en la interpretación del significado de Jericó, de la estatura de Zaqueo y demás detalles que estamos acostumbrados a escuchar. Centrémonos en la palabra «hoy»; esta ocupa un lugar importante en el evangelio de Lucas. Casi todas las veces en que aparece el término «salvación», le vemos acompañado del «hoy»: «Hoy os ha nacido un salvador»; «hoy ha llegado la salvación a esta casa».
Lucas plantea la Escritura en dimensión de presente, de tal forma que queda actualizada para todo aquel que acoge el mensaje. No podemos leer el evangelio como si se tratase de un acontecimiento histórico, del pasado; cierto que la historia nos proporciona una serie de pistas que nos facilita el entendimiento, pero la fe, la lectura de la Escritura en la fe significa escuchar a Dios que nos habla: «hoy». Dios no se sitúa ni en el pasado ni en el futuro; es atemporal: nos ha creado para la eternidad. Nos llama hoy y nos salva hoy, dándonos la posibilidad de ver nuestras heridas espirituales curadas. Si en nuestra vida no se dan obras de vida eterna, si no se da la «facilidad» de ser cristiano es que no hay vida interior, como le ocurría a Zaqueo; a este respecto también la primera lectura de hoy pone luz: «Conozco tus obras: no eres ni frío ni caliente. ¡Ojalá fueras frío o caliente! Pero porque eres tibio, ni frío ni caliente, estoy a punto de vomitarte de mi boca. Porque dices: “Yo soy rico, me he enriquecido, y no tengo necesidad de nada”; y no sabes que tú eres desgraciado, digno de lástima, pobre, ciego y desnudo». Pero este evangelio no viene a escrutarnos sobre nuestras obras pasadas sino a decirnos que Jesucristo es Señor y que tiene el poder —si lo acogemos en nuestra casa, en nuestro corazón, en nuestra vida— de cambiar radicalmente nuestra forma de vivir, devolviéndonos la libertad, la voluntad y la dignidad de hijos de Dios.