«Los pastores fueron corriendo a Belén y encontraron a María y a José, y al niño acostado en el pesebre. Al verlo, contaron lo que les habían dicho de aquel niño. Todos los que lo oían se admiraban de lo que les decían los pastores. Y María conservaba todas estas cosas, meditándolas en su corazón. Los pastores se volvieron dando gloria y alabanza a Dios porque habían visto y oído; todo como les habían dicho. Al cumplir los ocho días, tocaba circuncidar al niño, y le pusieron por nombre Jesús, como lo había llamado el ángel antes de su concepción». (Lc 2,16-21)
La Iglesia, al comenzar el año, nos propone esta celebración dedicada a Santa María, Madre de Dios. Ella, que dijo el sí más importante de la historia cuando aceptó el anuncio del ángel Gabriel, es hoy para nosotros modelo y referencia para nuestra vida. Como hace más de dos mil años, seguimos necesitando a Jesús, al Salvador, y el evangelio viene en nuestra ayuda: los primeros protagonistas que aparecen en este relato son los pastores, hombres sencillos, que tras escuchar el anuncio del ángel acudieron a toda prisa a la gruta de Belén, para encontrar a Jesús. Ellos son una muestra de todos los humildes, los necesitados de escuchar la Buena Noticia del Amor de Dios, que acogen en su corazón el Kerigma, la predicación. Y tras encontrarse cara a cara con Jesús se convierten en testigos del Evangelio y marchan contando las maravillas que han visto. Es una invitación a que no nos guardemos el tesoro de la Buena Nueva y lo extendamos por donde vayamos, a nuestros más próximos o a tierras lejanas. Es la nueva Evangelización a la que de forma continua nos invita la Iglesia.
Pero la sencillez y pobreza de los pastores se visibiliza aún de forma más patente en la Virgen María. Dice el evangelio que “María conservaba todas estas cosas, meditándolas en su corazón”. María, madre de Dios y de la Iglesia, es nuestra madre, y a ella debemos acogernos para que nos presente al Padre, como cauce necesario para nuestro encuentro diario con Cristo y con los hermanos. También esta meditación profunda de María nos debe ayudar a conservar toda la obra de Dios en nuestras vidas. Seguro que está plagada de acontecimientos que son como una alianza en nuestra historia personal de salvación. Que el maligno no nos robe la paz; que el desaliento o la cruz no nos hagan olvidar el amor infinito del Padre; que incluso nuestros pecados no nos permitan desconfiar del perdón y la misericordia de Dios.
Todos los acontecimientos de nuestra historia y de quienes nos rodean están escritos en clave del Amor de Dios y hemos de ser cristianos adultos y reconocer en esa trayectoria su designio amoroso. Por ello es tan importante guardar en nuestro corazón, como hizo María, todos esos encuentros con Cristo, meditándolos en profundidad. Y cuando llegue la duda, toda esa historia será como un tesoro que nos regenerará y nos ayudará a seguir caminando.
La Iglesia celebra hoy también la Octava de Navidad. “Al cumplir los ocho días, tocaba circuncidar al niño, y le pusieron por nombre Jesús, como lo había llamado el ángel antes de su concepción”. María y José cumplen con la Antigua Ley, de realizar la circuncisión de su hijo, y le ponen el nombre indicado por el Ángel: Jesús, “El Señor salva”. Él es nuestra alegría y esperanza; su ternura es una llamada a maravillarnos de la obra de Dios y de proclamar al mundo la nueva forma de vida que trajo Jesús.
La Paz es una de las características a las que nos invita Cristo, no como la da el mundo. Por ello la Iglesia celebra todos los años el 1 de enero el Día de la Paz, que fue instituido por el Papa Pablo VI en 1968. En esta 47 Jornada Mundial de la Paz, el lema elegido por el Papa Francisco es: «La fraternidad, fundamento y camino para la paz», y se inicia con las siguientes palabras: “En este mi primer Mensaje para la Jornada Mundial de la Paz, quisiera desear a todos, a las personas y a los pueblos, una vida llena de alegría y de esperanza. El corazón de todo hombre y de toda mujer alberga en su interior el deseo de una vida plena, de la que forma parte un anhelo indeleble de fraternidad, que nos invita a la comunión con los otros, en los que encontramos no enemigos o contrincantes, sino hermanos a los que acoger y querer…”.
Estas Navidades deben servirnos para, igual que los pastores, glorificar y alabar a Dios por todo lo que hemos visto y oído. Y si nos hemos encontrado con Jesús-niño, tenemos que guardar ese encuentro en nuestro corazón para encontrarnos con nuestros hermanos, para ser sembradores de paz. Dios nos regala gratuitamente su Amor y nos invita a desprendernos de nuestro egoísmo y a tener una actitud humilde. La clave, como siempre, para poder hacerlo será la oración.
Juan Sánchez Sásnchez