Subió a la barca y sus discípulos le siguieron. De pronto se levantó en el mar una tempestad tan grande que la barca quedaba tapada por las olas; pero él estaba dormido. Acercándose ellos le despertaron diciendo: «¡Señor, sálvanos, que perecemos!» Díceles: «¿Por qué tenéis miedo, hombres de poca fe?» Entonces se levantó, increpó a los vientos y al mar, y sobrevino una gran bonanza. Y aquellos hombres, maravillados, decían: «¿Quién es éste, que hasta los vientos y el mar le obedecen?» (San Mateo 8, 23-27).
COMENTARIO
El que conozca el mar sabe lo difícil que es dormir en una barca de menos de diez metros, cuando el oleaje, dice Mateo, “tapaba la barca”. Con esa mar gruesa el movimiento sería de los que hacen rodar por el suelo todo lo que esté suelto. Jesús, o estaba realmente fundido del trabajo y la entrega, o les estaba probando en la fe, no en la pericia de marinos. En navegar y pescar Pedro se creería el mejor, y seguramente lo era. Pero hay veces que hasta en nuestras mayores seguridades nos sentimos desprotegidos, llegados al final, próximos a la muerte. Y entonces Pedro llamó a Jesús que, era carpintero no marino, Señor. No lo llamó patrón o capitán, porque lo que espera de Él es algo extraordinario. Todo lo que humanamente se podía hacer para no zozobrar, ya lo habían hecho con arreglo a sus artes y reglas marinas. Pedro tenía ya fe en Jesús por encima de todas las calamidades incluso incontrolables y por eso le llamó: ¡«Señor, Sálvanos que perecemos»!. Pero Jesús le regañó por su falta de fe. ¿Qué estaría soñando Jesús que no le gustó nada que lo despertasen? O ¡qué estaría pensando Pedro! ¡”Vaya un momento de dormirse y dejarnos morir”! De hecho lo primero que escucharon por encima de su miedo fue el rerproche: «¡Hombres de poca fe!»
Nada raro que hubiesen cantado en tierra la tarde antes, en medio de todas enfermedades, demonios y pandemias de aquella época que curó Jesús, según Mateo, el Salmo que dice: «Suyo es el mar porque Él lo hizo, y la tierra firme que modelaron sus manos». De hecho, la conclusión que sacaron los discípulos de la demostración de poderío de Jesús, fue unos ojos maravillados, abiertos a su fuerza vital, y una pregunta «¿Quién es éste, que hasta los vientos y el mar le obedecen?». Cada uno tendría su respuesta, aunque estuviesen algo atolondrados por las olas y por tanta información de hechos inimaginables para ninguno, que estaban recibiendo aquellos días. Pedro daría la respuesta correcta, tiempo después cuando Jesús les preguntó «¿y vosotros quién decís que soy Yo?», inspirado por el Padre de los Cielos, Pedro había dicho, «¡Tu eres el Hijo de Dios!».
Descubrir su verdad es el sentido de todos los milagros y la tempestad calmada de hoy. La misma presencia de Jesús en la tierra, además de mostrarnos el camino hacia el Reino del Padre de los hombres, tiene ese sentido: Calmar nuestras tempestades. Nos deja bregar enmedio de las olas, porque Jesús quiere que le despertemos, si se hace el dormido. Como Dios no podía dormir, porque siempre vigila. Pero incluso era difícil que como hombre durmiese con las voces de terror que estarían dando los asustados marinos y el traqueteo de las olas que golpeaban el casco de la barca a riesgo inmediato de partirlo. Pudo ser que Jesús estuviese tan cansado que cayera en aquel sueño profundo, y en ese caso sería otra enseñanza. Cuando uno se despierta de un sopor así, está al menos unos momentos desnortado, deshabilitado, pero Jesús no. Sino que abrió los ojos y les llamó y en un segundo les había echado en cara a los discípulos su falta de fe y confianza. Lo más evidente era que estaban aterrorizados, pero Jesús no le echó en cara su miedo sino su falta de fe. Endormiscado aún, ordenó a los vientos y al mar serenidad, y los que quedaron dormidos fueron el mar y el viento.
Quizás el profundo sueño de Jesús se produjo porque estaba soñando con toda la historia de su Iglesia, con todos los peligros y naufragios, con las faltas de fe y confianza histórica del hombre en todo tiempo, y supo que aquella voz que lo despertó: ¡«Sálvanos Señor que perecemos»! era como un hilo de su historia de salvación y de su propio nombre. Yeshua Hamashiaj, “Yahvé nos salva en su Mesías”. Así se entiende mejor que al despertar de su sueño eclesial en el lago de Tiberíades, lo primero que dijo fue ¡Hombres de poca fe! Aquellos marineros lo serían, pero si estuvo soñando con el siglo XXI, su grito de verdad llega aún hasta nosotros, asustados de las olas gigantes que hacen peligrar la barca,
Si Pedro o Juan hubiesen tenido claro la finalidad de la obra de Jesús, habrían pensado que a él no le hubiese gustado tampoco hundirse y perecer con ellos, y llegar al cielo y decirle al Padre, “¡Mira Padre, aquí te traigo a los que me has dado! Lo siento, no he podido llegar a la cruz, me quedé dormido y nos hemos ahogado todos los que íbamos en la barca!” Pero los discípulos no habían entendido aún el plan del Padre. Por eso les echó en cara Jesús su falta de fe en él y en su obra. Su muerte era en la cruz, y la de ellos también. Ya se lo había dicho. Pero dejar que Él duerma y sueñe con nosotros hace que el mundo parezca hundirse.
Tener en Jesús confianza por encima de las olas, pandemias, e incluso aquel pequeño bache de la fe de Pedro que dirigía la barca, y de sus hermanos marineros y discípulos, será el seguro de nuestra llegada al puerto de su amor tranquilo, donde esperan el Padre, el Hijo y el Espíritu. La Barca de Pedro llegará aunque los tripulantes estén asustados. Ya saben esperar a que decline el viento y el oleaje.