Decía Jesús «¿A qué se parece el reino de Dios? ¿A qué lo compararé? Se parece a un grano de mostaza que un hombre toma y siembra en su huerto; crece y se hace un arbusto y los pájaros anidan en sus ramas». Y añadió; «A qué compararé el reino de Dios? Se parece a la levadura que una mujer toma y mete en tres medidas de harina, hasta que todo fermenta». Lc 13, 18-21
Jesús, tratando de aproximarnos al «reino de Dio», recurre a imágenes que muestren algo parecido. Hoy nos presenta San Lucas dos metáforas muy conocidas y manoseadas; el grano de mostaza y la levadura en la masa. El reino de Dios se parece…
A partir de ellas se pueden extraer muchas consecuencias o predicciones: es un proceso que parte de muy poco y se multiplica; el proceso de crecimiento es insensible pero imparable, etc. etc. etc.
Pero se nos puede pasar desapercibido algo fundamental; se trata de dos parábolas, y consecutivamente unidas por un «añadió» (Jesús). Ello sugiere que no se entiende una sin la otra. Y, eso pienso, porque en la primera el protagonista no es la semilla sino «un hombre» (que para más señas bíblicas siembra, con evocación del Cantar de los cantares, en «su huerto» y acoge la vida “anidan las aves”), en tanto que en la segunda el protagononismo es de una mujer, una mujer que espera a que todo fermente.
No hay que forzar mucho la interpretación; si Dios creó al ser humano a su imagen y semejanza, hablando de semejanza (“¿A que se parece el reino de los cielos?) es lícito mirar “al principio”.
Este evangelio está, por tanto, escrito, al menos así lo leo, en clave nupcial. Y no es una interpretación arbitraria o insólita. Basta, para confirmar el prodigioso paralelismo de la semilla y la levadura con la pro-creación humana, las lecturas que lo enmarcan: de Efesios 5, 21 ss y el Salmo 127 que lo profetiza. «Si el Señor no construye la casa, en vano se cansan los constructores». Vale tambien, por supuesto, para la casa y familia de Dios, la Iglesia.
Como desveló el papa Francisco a los obispos polacos, el emérito Benedicto XVI condensó su proverbial tino al diagnosticar que el gran pecado contemporáneo consiste en «el pecado contra Dios creador». Y es patente que el designio primigenio de Dios que es haber creado al ser humano, varón y varon-a, lo que vemos negado -hoy en día- conjuntamente con la existencia de Dios.
De modo que la ingenua alusión a la semilla y a la fermentación, son un refrendo de la creación, misteriosa e inexplicablemente unido al de la pro-creación. El Reino de Dios se parece… se asemeja…
La primera página del Génesis refiere que Dios creó al hombre, al ser humano, a su imagen y semejanza. El «Reino de los cielos» se asemeja a un hombre que planta en su huerto y a una mujer que ve henchirse su corporeidad, como la levadura en una artesa. Todo se opera por voluntad de Dios, a partír de una mínima contribución humana; Dios lo da a sus amigos mientras duermen, hemos dicho en el salmo responsorial.
Pero, para un cabal esclarecimiento, la Iglesia trae a primer plano el famoso pasaje de Efesios 5, 21ss, donde se explica ese reino de Dios formado por hombres y mujeres. Y en ese «reino» se construye la convivencia y se combate el egoísmo a contracorriente. No sólo porque ahora se pretende abolir el diformismo humano sino porque plantea una tensión moral, contra lo fácil; en realidad, como decía un muy experimentado sacerdote, aquí se pide lo imposible, porque lo espontáneo en la mujer es el amor y en el hombre (sic) la sumisión; y resulta que San Pablo insta a las mujeres a ser sumisas a sus maridos «en todo» y a los varones a amar a sus mujeres «como a sí mismos». Este, entrecruzado y paradójico, proyecto divino (designio-diseño) es desmentido de forma creciente y esterilizante por la realidad constatada sociológicamente, que se aleja del reino de Dios.
Por eso cobra todo el sentido la súplica entonada por el salmista: «Si El Señor no construye la casa, en vano se cansan los constructores». Sólo el Señor tiene el poder de construir «la casa», el hogar, el lugar de la acogida incondicional del otro, y el espacio para la libertad de poder hacer el bien ilimitadamente. Todo a partir del dato de la primera y mas visible teofonía de Dios; haber creado al ser humano varón y mujer. Y de ese modo, inseparablemente «en la semejanza con el reino de Dios», habernos invitado a la vida y el amor. A su propia semejanza.