Al terminar el período estival y el tiempo de vacaciones para la gran mayoría, de nuevo nos ponemos en camino para afrontar un nuevo curso que seguramente estará lleno de momentos retantes, alegres, difíciles, sorprendentes, delicados, hermosos, agotadores, maravillosos, etc. De lo que no cabe duda es que debemos continuar la marcha y siempre es hacia delante; nunca es un movimiento circular sino que avanza hacia un destino, una meta. Y esto nos llena de gran esperanza porque la vida siempre es una gran aventura que merece la pena ser vivida con pasión.
En la Biblia encontramos algo así como una hoja de ruta que nos ayuda a vivir con propósito y sentido nuestro día a día, cada circunstancia y cada situación que debamos ir afrontando, para hacerlo con un espíritu jóven o espíritu “deportivo”, como solía decir un sacerdote que siempre inspiraba con su ejemplo y su vida entregada. Así nos dice el mismo Jesús:
“Escucha, Israel, el Señor, nuestro Dios, es el único Señor: amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma, con toda tu mente, con todas tus fuerzas.” (Marcos 12:29-30)
Hay algo muy interesante en estas palabras de Jesús, y es precisamente el comienzo. Lo primero y más importante que podemos hacer es escuchar. Es verdad que oímos mucho, demasiado, pero escuchamos poco; no prestamos atención a lo importante porque parece que siempre estamos enredados con lo urgente, o bien nos dejamos llevar por la cultura delzapping que nos lleva a una gran dispersión en todos los sentidos.
¿Qué es lo que debemos escuchar? ¿De qué se trata? Lo primero que nos dice Jesús no es que amemos a Dios, sino que escuchemos; es decir, nos está diciendo que lo primero y más importante que podemos hacer es dejarnos amar. ¡Déjate amar! El Señor, Dios, el único que ha creado todas las cosas por amor, también te ha creado a ti por amor. Te amó, te soñó y después te dio la vida. Lo más difícil en nuestra vida no es amar, sino dejarnos amar. Nadie puede amar si, primero, no ha sido amado o no se ha dejado amar. Cuando descubres que eres profundamente amado y querido por Dios, amarle a Él con todo tu corazón, con toda tu alma, con toda tu mente y con todas tus fuerzas, será tu respuesta natural y tu manera de vivir.
Por eso necesitamos escuchar, detenernos y caer en la cuenta de lo más trascendental para nuestra vida. Escucha, mira tu vida y descubre que eres amado por Dios hasta lo incomprensible, lo asombroso y lo inexplicable. ¡Déjate amar! Yo descubrí algo que cambió mi vida: nunca haré nada que logre que Dios me ame más y nunca haré nada que logre que Dios me ame menos. Dios me ama de verdad y ese amor no cambiará nunca (cf. Isaías 54:10). El amor es más que un sentimiento, es una decisión tomada hace siglos por ti y por mí. ¡Déjate amar! No tienes que ganártelo, ya está dado. Esto es lo que yo fui descubriendo y esto es lo que fue cambiando mi vida desde la raíz. Yo siempre quería ponerle “peros” a su amor: pero no soy digno, y ahora estoy tranquilo porque sé que nunca lo voy a poder ser; pero no me lo merezco, y ahora ya no me preocupo porque sé que nadie se lo merece y yo tampoco. Cuando tengas dudas del amor de Dios, mira la cruz; fue por ti y por mí.
“Porque de tal manera amó Dios al mundo, que entregó a su Hijo único, para que todo el que cree en Él no perezca, sino que tenga vida eterna.” (Juan 3:16)
Aquí comienza la hoja de ruta que provoca una gran diferencia en nuestras vidas, pero aquí no termina. Cuando nos dejamos amar por Dios, en primer lugar, y descubrimos ese amor asombroso que nos transforma, deseamos corresponderle con nuestro amor también. Es la lógica del amor, pero ¿qué significa amar a Dios con todo el corazón, con toda el alma, con toda la mente y con todas las fuerzas?
Con todo tu corazón
Supone entregarle nuestro corazón y recibir el suyo a cambio. Cuando aceptamos el Corazón de Cristo, tenemos una nueva perspectiva de la vida. Nace en nosotros una compasión por los demás que antes no teníamos, una nueva generosidad que nos hace darnos cuenta de lo mucho que tenemos para dar y para bendecir la vida de los otros. El gozo de la compasión del Corazón de Dios se convierte en el nuestro propio.
Con toda tu alma
A nuestro alrededor nos encontramos con personas que enfrentan la vida con ojos cansados, caídos y sin brillo. Son como daltónicos que ven todo en blanco y negro, sin color. Cuando vivimos así nuestra vida y nuestra relación con el Señor de la vida, nada nos conmueve y nada nos sorprende. Perdemos la capacidad de vivir como los niños, sorprendidos y maravillados ante la grandeza de la vida. Necesitamos poner nuestra alma para amar a Dios de verdad y descubrir su presencia a nuestro lado, a cada instante y en cada circunstancia. De esta manera, lo sagrado ya nunca más se vuelve común ni ordinario, y podemos leer su Palabra con ojos nuevos, abiertos al asombro y con la alegría del Espíritu que siempre hace nuevas todas las cosas para que veamos la vida en color.
Con toda tu mente
Amar a Dios solo con una parte de nuestra mente es tan trágico como amarle con la mitad del corazón. Es necesario ahora involucrar toda nuestra mente, nuestro entendimiento y nuestra razón. A medida que le vamos conociendo más, aprendiendo y creciendo, más le amaremos. La formación no es un lujo sino una gran responsabilidad, porque no se puede amar de verdad lo que no se conoce bien. Necesitamos ser creyentes y seguidores de Cristo que amen a Dios con toda su mente, ya que también forma parte de nuestro ser y la recibimos de serie al nacer.
Con todas tus fuerzas
La Biblia dice que la fe sin obras está muerta (Santiago 2:17), igual que el amor sin energía también es un amor débil que acaba muriendo. No podemos guardarnos nada para mañana porque se podría tratar de una pérdida, un pecado de omisión. No debemos esperar a estar más preparados, a tener más tiempo o más recursos; hay que actuar de inmediato, porque no tenemos tiempo que perder. El Señor recompensa lo que hacemos y vivimos, no lo que decimos o pensamos. El estímulo de nuestra fidelidad se encuentra en lo que hayamos hecho, no en lo que hayamos dicho, pensado o imaginado:
“Bien hecho, siervo fiel.” (Lucas 19:17)
Esta es la mejor hoja de ruta que podemos marcar en el gps de nuestra vida, que nos llevará a buen puerto, al mejor de los destinos. ¿Estás preparad@ para comenzar? Algunas pistas que te pueden ayudar… (aquí).
Si tienes preguntas es porque estás vivo. Todos tenemos preguntas de un tipo u otro, en un momento de nuestra vida u otro. Lo que parece claro y evidente es que en el corazón humano se hallan las grandes preguntas de la vida, para las cuales necesitamos encontrar una respuesta. ¿Cuál de estas cuestiones es más importante para ti?
¿Cuál es el sentido de la vida? ¿Por qué existe el sufrimiento? ¿Hay vida después de la muerte o es el final? ¿Existe Dios; qué le preguntarías? ¿Hay algo más en la vida que esto?
¿Dónde podemos hallar respuestas a las grandes cuestiones de la vida?
¿Dirías que en tu interior; en la filosofía; en la ciencia?
Es posible que ya lo hayas intentado; sin embargo, tú no te creaste a ti mismo, por eso no puedes responderte para qué fuiste creado. Entonces, ¿cómo puedes descubrir el significado de tu vida, el propósito para el que fuiste creado?
Tienes solo dos opciones:
-
La primera es especular; muchos se decantan por ésta, ya que nos hemos acostumbrado a especular acerca de muchas cuestiones. Además, durante miles de años, importantes y grandes pensadores han especulado y discutido acerca del sentido de la vida.
-
La segunda es tener en cuenta y considerar lo que Dios nos ha revelado con respecto a la vida en su Palabra, que podemos encontrar en la Biblia y también en la enseñanza bimilenaria de la Iglesia (Efesios 3:10; 1 Timoteo 3,15).
Íciar y Onofre.