BN.- Luciano, asistimos ayer a la presentación de tu nuevo libro “Historia de un exilio temporal”. ¿Por qué ese título y a qué exilio te refieres?
LGM.- El título de mi libro hace referencia al proceso itinerante de humanización universal y de realización personal que todos deberíamos intentar conseguir en este mundo para alcanzar, con la gracia de Dios, la plenitud existencial a la que hemos sido llamados.
¿No te parece un tanto utópico pensar que el hombre de carne y hueso —como diría Unamuno— pueda alcanzar la plenitud existencial?
Si por utopía entendemos fijar la mirada en algo que no es imposible que ocurra, diré que en esto soy entusiástica y decididamente utópico. No solo tengo razones de fe para serlo, sino que intuyo, siento y espero que este exilio acabará felizmente para todos los hombres y mujeres de buena voluntad. Tengo plena confianza en que detrás de esta vida, con minúsculas, existe y nos espera otra Vida, con mayúsculas, que satisfará nuestra sed de verdad, justicia y bondad que tanto parecen estar ausentes en el mundo.
¿A qué achacas esta falta de justicia, verdad y amor entre los hombres?
Vivenciamos la experiencia dolorosa del pecado original y de la expulsión del paraíso cada vez que caemos desde nuestros ideales a la cruda realidad. A cada instante encontramos que no hay suficiente sitio para nuestros más íntimos deseos de amor, de libertad, de comprensión y de paz. Nuestra situación en el mundo es una mezcla explosiva de realidad (lo que somos) y de utopía (lo que deberíamos ser), de un futuro impreciso en un presente inacabado que viene representado por ese “poder ser” distinto a como uno y el mundo “somos”… Y es que el hombre, cuando busca emanciparse de Dios, puede caer en el odio mortal al hermano, convirtiéndose, paradójicamente, en enemigo de sí mismo.
El ser humano ha demostrado a lo largo de su dilatada historia que, además de “sapiens”, ha sabido ser homicida, suicida y etnocida, invadiendo, sometiendo, esclavizando y matando a sus congéneres. La verdad del mito de Caín y Abel hace honor no a su realidad histórica, sino a su realidad ontológica de que ambos personajes “viven” en cuantos encarnamos el bien y el mal en el mundo.
¿Tan decisivo fue aquel pecado original para la historia de la Humanidad?
Si me formulas esta pregunta en pasado, muchos de nuestros lectores pueden caer en el típico error de pensar que el pecado original es algo sólo del principio… ¡Nada más lejos de la realidad! El pecado original es algo tal actual y vigente como la vida misma. Es el pecado que desde que existimos los hombres (Adán) y las mujeres (Eva) todos estamos tentados de cometer, por la sencilla razón de que somos seres finitos con un insaciable apetito de infinitud: “Nos hiciste Señor para Ti, y nuestro corazón estará siempre inquieto hasta que descanse en Ti”, decía San Agustín.
La finitud no es una cualidad más del hombre, sino su primer determinante. Algo que nos hace vivir obsesionados por nuestro propio valer, de tal forma que siempre tratamos de justificar nuestro “yo” a través de todo lo que esa avidez de infinitud nos demanda, ya se trate de posesiones y riquezas materiales, ya de conseguir objetivos y metas con las que poder dignificarnos. El hombre necesita convertir sus servidumbres en exigencias (mandando, juzgando, condenando o salvando según su propio criterio). Todos tenemos el mismo “complejo de Edipo” de querer revestirnos de esplendor y coronarnos “Rey”, apelando a las condiciones semidivinas con que hemos sido agraciados.
Pues bien, negar que la fuente de todas esas gracias y dones que tenemos proviene de Dios; querer desconocer que nuestra existencia se debe a la generosidad de su infinito amor; pretender que no tenemos ninguna necesidad de Él y que somos autosuficientes para vivir nuestra vida como nos plazca sin tener que rendirle cuentas de nada…, todo eso es el pecado original originante del mal del mundo y de los errores que ha cometido, comete y cometerá la especie humana hasta la parusía final. En definitiva, todos somos pecadores por naturaleza y víctimas por mundaneidad.
Como decía Pascal, el pecado original “es locura delante de los hombres, pero sin creer en él todos resultamos incomprensibles a nosotros mismos”. Así lo reconoce la encíclica “La caridad en la verdad” de nuestro actual Papa Benedicto XVI que en su núm 34 declara:
“El magisterio de la Iglesia ha invitado siempre a no olvidar la realidad de este pecado, ni siquiera en la interpretación de los fenómenos sociales y en la construcción de la sociedad: Ignorar que el hombre posee una naturaleza herida, inclinada al mal, da lugar a graves errores en el dominio de la educación, de la política, de la acción social y de las costumbres. Creerse autosuficiente y capaz de eliminar por sí mismo el mal de la Historia ha inducido al hombre a confundir la felicidad y la salvación con formas inmanentes de bienestar material y de actuación social.”
¿Qué otros aspectos de tu libro destacarías?
Fundamentalmente el aviso que he querido hacer a mis lectores del peligro que representa la masonería “en” y “para” nuestra Iglesia. Desde que el humanismo ateo ilustrado presentó al mundo sus credenciales como alternativa secular e intrahistórica al proyecto cristiano de salvación, y las utopías del superhombre, del progreso, y de la sociedad del bienestar futuro desplazaron las esperanzas de inmortalidad y resurrección, todas las logias masónicas empezaron a soñar con la sustitución del cristianismo por una civilización puramente humana basada en la sola razón natural que seguiría siendo considerada como el único ámbito especulativo posible del bien y del mal, de lo verdadero y lo falso.
Según esta filosofía el cristianismo debe tolerarse sólo si se transforma en un movimiento sincrético y panteísta. La masonería especulativa considera, asimismo, que los dogmas de la religión católica resultan anacrónicos para el hombre moderno y su creencia constituye un serio obstáculo para el progreso social de la humanidad. Cualquier dogma de fe resulta incompatible con sus principios.
¿Podrías indicarme, a grandes rasgos, en qué consiste la masonería?
Está basada en el principio soberano, nunca sectario, de la “libertad de conciencia” para todos sus miembros. La masonería acoge en su “hospitalario” seno, por tanto, a cualquier ser humano de cualquier credo, religión o filosofía de vida, porque ella está siempre por encima del bien y del mal. La doctrina masónica rechaza la religión como “re-ligación” del hombre criatura respecto de su Dios creador, pues ello provocaría un vínculo moral determinante de la conciencia de aquél en su actuar mundano. Por eso el concepto “pecado” no existe para la masonería como tampoco ninguna necesidad de redención. Todas las religiones se mueven en el plano de la contingencia y de lo aparente, mientras que las enseñanzas que se adquieren en la logia son mucho más elevadas, porque perfeccionan al hombre a través del conocimiento científico.
La moral que enseña la masonería rige y tiene vigencia “etsi Deus non daretur” (aunque Dios no existiera) y al margen de cualquier revelación, pues se confía a la labor del hombre la superación de su estado de ignorancia y de imperfección. Este es el mito que alimenta la edad de esta ilustración: abatir el viejo edificio de las ilusorias promesas de una felicidad ultraterrena para construir una nueva sociedad humana confiada en sus solas fuerzas racionales que, infaliblemente, y por medio de la omnipotencia de la ciencia acabará logrando la ansiada felicidad humana.
¿Qué ocurriría si toda esta ideología lograra imponerse en nuestra sociedad?
Como ya le he dicho antes, el absolutismo buscado por la masonería tiene un claro signo panteísta, pues pretende, desde el principio, el dominio del mundo, implantando una tiranía global sobre la humanidad que provoque el sometimiento total de los hombres a su doctrina, a sus fines, y a sus instituciones y sistemas.
Para terminar, ¿por qué has escrito este libro?
Te agradezco que me hagas esta pregunta, porque durante las últimas semanas es la cuestión que más ha rondado por mi mente en la preparación del discurso de presentación de este libro.
Como sabes, hace tres años hice la presentación de mi primer ensayo “Mito y verdad del pecado original”, en donde abordaba el tema del “pecado de los orígenes” desde un punto de vista meramente filosófico-religioso, sintiendo luego la necesidad de “demostrar” a mis lectores que la realidad y verdad de ese pecado ha traspasado toda la historia y la vida de los hombres.
Mi tarea como escritor ha consistido en ajustarme a la verdad descubierta y a la experiencia sentida, tratando de explicar ambas cosas lo mejor posible a mis lectores, pues hay determinados “secretos” y vivencias personales que necesitan ser proclamados debido a su carácter trascendente o vital. Como decía Platón, los libros deberían reflejar siempre la espontaneidad del decir del alma del autor. Pienso que no se escribe por simple capricho o vanidad, sino por que uno tiene algo importante o interesante que contar y transmitir a los demás, aunque éstos para nada cambien después sus planteamientos o convicciones. Escribir es siempre un acto de fidelidad espiritual con la verdad que uno cree, con la experiencia que uno vive y con el público al que se quiere exponer. Yo he tenido la necesidad de salir de mi soledad y dar a conocer a los demás algo que estimo decisivo para poder entender la vida y entenderme a mí mismo, algo que revela la presencia en todo de un Ser soberano y Señor de la Historia, que provoca fe y acción de gracias.