Decía también a la gente: «Cuando veis subir una nube por el poniente, decís enseguida: “Va a caer un aguacero”, y así sucede. Cuando sopla el sur decís: “Va a hacer bochorno”, y sucede. Hipócritas: sabéis interpretar el aspecto de la tierra y del cielo, pues ¿cómo no sabéis interpretar el tiempo presente? ¿Cómo no sabéis juzgar vosotros mismos lo que es justo? Por ello, mientras vas con tu adversario al magistrado, haz lo posible en el camino por llegar a un acuerdo con él, no sea que te lleve a la fuerza ante el juez y el juez te entregue al guardia y el guardia te meta en la cárcel. Te digo que no saldrás de allí hasta que no pagues la última monedilla» (San Lucas 12, 54-59).
COMENTARIO
Es uno de los textos lucanos difíciles de comentar, porque en primera lectura parece dirigido a todos, a la gente, pero en realidad su posible y verdadero destinatario es el discípulo que debería conocer y practicar la justicia de Dios entre los hombres, y la olvida en beneficio propio. El adversario de la gente de Jesús es el que a la fuerza, porque la fuerza de este mundo es suya, puede llevarte a un juez probablemente también suyo, y te entregue a su guardia, metiéndote en su cárcel. Y no me estoy refiriendo a los motivos políticos que provocan sufrimientos y guerras, que esos haberlos haylos también en todas partes del mundo, sino a los motivos religiosos de alabanza y expresión libre de la fe, de la piedad y la misericordia con los pobres y con los pecadores, de todos los bandos y colores que sean. Esa fue la vivencia de las primeras comunidades cristianas, en las que su casa, su comunidad y el pueblo donde vivía un cristiano, eran casa, comunidad y pueblo de Dios, regalo suyo, y por eso casa de todos.
Conocer los signos de los tiempos de Dios, saber lo que es justo, ya es importante, pero puede ser más útil todavía llegar a un acuerdo con el adversario para atraerlo a lo justo de Dios, especialmente si el adversario es un hermano en la fe, atrapado por el mundo. No se trata solo del adversario en lo económico y humano, implicado en negocios con los discípulos, que podría reclamarte alguna deuda, sino —porque es una trasposición de la relación económica humana al trato con Dios—, creo que se trata en el fondo de conocer la justicia de Dios, y compartirla porque produce concordia y acuerdo.
En realidad los personajes de ambas relaciones, la económica y la divina, son los mismos, aunque las soluciones a sus problemas interpersonales sean distintas. Y es así porque al hombre, que vive en este mundo de tormentas y soles, de dineros y deudas, de pobrezas y riquezas extremas, lo único que puede saciarlo es la paz de Dios, lo crea él o no.
Mateo aplica esa aptitud del hombre de conocer los signos de los tiempos meteorológicos a “conocer los signos de los tiempos” de Dios (Mt, 16,2) y más claramente a conocer los signos de la actuación de Dios en el tiempo presente, personal, social y nacional, descubriendo la gracia de Dios en el pueblo.
¡Qué falta nos hace tener esos ojos de reconocimiento de la obra de Dios en nuestra vida, en nuestro país! Cada día Él actúa, cada día deja su rastro en la historia del hombre, pero raramente nos ponemos en pie para rogarle y darle gracias, al menos yo.