«En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos esta parábola: “El reino de los cielos se parece a un propietario que al amanecer salió a contratar jornaleros para su viña. Después de ajustarse con ellos en un denario por jornada, los mandó a la viña. Salió otra vez a media mañana, vio a otros que estaban en la plaza sin trabajo, y les dijo: ‘Id también vosotros a mi viña, y os pagaré lo debido’. Ellos fueron. Salió de nuevo hacia mediodía y a media tarde e hizo lo mismo. Salió al caer la tarde y encontró a otros, parados, y les dijo: ‘¿Cómo es que estáis aquí el día entero sin trabajar?’. Le respondieron: ‘Nadie nos ha contratado’. Él les dijo: ‘Id también vosotros a mi viña’. Cuando oscureció, el dueño de la viña dijo al capataz: ‘Llama a los jornaleros y págales el jornal, empezando por los últimos y acabando por los primeros’. Vinieron los del atardecer y recibieron un denario cada uno. Cuando llegaron los primeros, pensaban que recibirían más, pero ellos también recibieron un denario cada uno. Entonces se pusieron a protestar contra el amo: ‘Estos últimos han trabajado solo una hora, y los has tratado igual que a nosotros, que hemos aguantado el peso del día y el bochorno.’. Él replicó a uno de ellos: ‘Amigo, no te hago ninguna injusticia. ¿No nos ajustamos en un denario? Toma lo tuyo y vete. Quiero darle a este último igual que a ti. ¿Es que no tengo libertad para hacer lo que quiera en mis asuntos? ¿0 vas a tener tú envidia porque yo soy bueno?’. Así, los últimos serán los primeros y los primeros los últimos”». (Mt 20,1-16a)
El Amo es el Señor. Dios, que nos ha creado, ha puesto la tierra en nuestras manos, nos ha encargado que la cuidemos y que nos multipliquemos. En una palabra, que le ayudemos a llevar adelante la Creación. El Papa Francisco nos lo ha recordado recientemente en la Encíclica Laudato Si.
«Recordemos que, según el relato bíblico de la creación, Dios colocó al ser humano en el jardín recién creado (cf. Gn 2,15) no solo para preservar lo existente (cuidar), sino para trabajar sobre ello de manera que produzca frutos. Así, los obreros y artesanos “aseguran la creación eterna” (Si 38,34). En realidad, la intervención humana que procura el prudente desarrollo de lo creado es la forma más adecuada de cuidarlo, porque implica situarse como instrumento de Dios para que con el trabajo broten las potencialidades que Él mismo colocó en las cosas: “Dios puso en la tierra medicinas y el hombre prudente no las desprecia” (Si 38,4) (n. 124)».
El Señor cuenta con nosotros también para llevar a cabo todos los planes de Redención y de Salvación de los hombres, que ha realizado Jesucristo, con su Muerte y su Resurrección. Quiere que cuidemos la Creación, y que llevemos adelante la gran misión que ha confiado a la Iglesia: anunciar la Verdad, anunciar a Cristo por todos los rincones del mundo. “Id y predicad”: con la vida, con la palabra…
Para cuidar de la Creación dando gloria a Dios con nuestro trabajo, y para anunciar la Redención y la Salvación al mundo, el Señor nos busca en cualquier momento de nuestra vida, en cualquier situación en la que nos encontremos: sanos o enfermos, casados o solteros, jóvenes o mayores; y anhela cruzarse en nuestra vida a cualquier hora, y no se cansa nunca de salir a nuestro encuentro. “Salió también hacia la hora de tercia…De nuevo salió hacia la hora de sexta y de nona e hizo lo mismo”.
Van pasando las horas del día, y el dueño de la viña continúa llamando obreros a su campo. Hay trabajo para todos: ninguno sobra, ninguno es inútil. Todos somos familia de Dios, para cuidar la Creación; todos los bautizados somos hijos de la Iglesia, para cuidar la familia de Jesucristo, que es la Iglesia.
En su continua búsqueda, el Señor descubre siempre gente esperando en la plaza del pueblo, sin saber qué hacer, sin saber cómo llenar las horas del día. Personas que han perdido el sentido de su vida, que no saben a quién dirigirse para encontrar trabajo y vida. Y antes de que la desesperanza eche raíces en sus almas, el Señor se acerca a ellos, les llama y les invita a trabajar en la Viña: en el Mundo, en la Iglesia, para el servicio y el bien de los demás; en una palabra, para Él.
Y con todos, y con cada uno, porque el amo les fue llamando uno a uno desde el principio hasta el fin del día, acuerda compensar su trabajo con un denario.
Si no nos damos cuenta de que el “denario” es la vida eterna en el Cielo, un acuerdo semejante nos puede parecer injusto. Quizá da la impresión de que el Señor no mide el mayor trabajo que realizan los llamados a las primeras horas que han soportado el peso del calor, ni tampoco el mayor esfuerzo que han puesto, ni la eficacia de lo que hayan podido realizar.
Terminado el día, el Amo manda pagar lo convenido: a cada uno un denario. Al ver que todos reciben el mismo salario, reaccionan con enfado: “Murmuraban contra el amo”. ¿Por qué reaccionan así? Les había escogido; les había dado una oportunidad de emplear su tiempo, de recibir un salario, de proveer a las necesidades de su familia. Murmuran, no porque les haya tratado mal, ni porque les diera un salario menor del convenido. Todo estaba de acuerdo con el contrato establecido.
¿Qué les había ocurrido? No abrieron su corazón; no se alegraron con la llegada de los demás pensando que también había trabajo para ellos; no descubrieron la bondad del Amo que quería recompensar con generosidad el trabajo de todos. “Amigo, no te hago ninguna injusticia. ¿No nos ajustamos en un denario? Toma lo tuyo y vete. Quiero darle a este último igual que a ti. ¿Es que no tengo libertad para hacer lo que quiera en mis asuntos? ¿0 vas a tener tú envidia porque yo soy bueno?”.
Arranquemos de nuestras almas la envidia, que siempre destruye todo el bien que hayamos hecho, y nos aleja de Dios: “Toma lo tuyo y vete”. Y alegrémonos con la generosidad de Dios. Nuestra alegría, nuestro gozo, está ya en la llamada que hemos recibido para vivir, para nacer, para crecer, para trabajar en su viña — en el mundo, en la familia, en la Iglesia, en el trabajo profesional, en las amistades— al servicio de los demás y para gloria de Dios.
“A cada uno un denario”. El Señor quiere que “todos los hombres se salven y lleguen al conocimiento de la verdad”. “Así, los últimos serán los primeros y los primeros los últimos”. Y últimos y primeros estarán todos juntos con la Virgen, Santa María, en canto de agradecimiento a Dios, por toda la eternidad.
Ernesto Juliá Díaz