“Ellas partieron a toda prisa del sepulcro, con miedo y gran gozo, y corrieron a dar la noticia a sus discípulos. En esto, Jesús les salió al encuentro y les dijo: “¡Salve!” Y ellas, acercándose, se asieron de sus pies y le adoraron. Entonces les dice Jesús: “No temáis. Id, avisad a mis hermanos que vayan a Galilea; allí me verán”. Mientras ellas iban, algunos de la guardia fueron a la ciudad a contar a los sumos sacerdotes todo lo que había pasado. Estos, reunidos con los ancianos, celebraron consejo y dieron una buena suma de dinero a los soldados, advirtiéndoles: “Decid: ‘Sus discípulos vinieron de noche y lo robaron mientras nosotros dormíamos.’ Y si la cosa llega a oídos del procurador, nosotros le convenceremos y os evitaremos complicaciones.” Ellos tomaron el dinero y procedieron según las instrucciones recibidas. Y se corrió esa versión entre los judíos, hasta el día de hoy” (Mt 28, 8-15).
A diario, de una manera persistente, tal vez planificada, y ocupando un lugar de honor, los medios de comunicación transmiten toda una serie de mensajes y noticias que convergen en la crisis económica por la que atravesamos. Se presenta un panorama muy negro y muy poco esperanzador a corto y medio plazo. El miedo acampa en medio de una sociedad individualista y egocéntrica que todo lo ha basado en el poder del dinero y en un consumo desmedido y fuera de control. Los centros comerciales y de ocio son las “catedrales” de este siglo. Cuando todo este tinglado sufre fuertes convulsiones (como sucede actualmente) solo los más fuertes sobreviven, e incluso ganan posiciones. Los más débiles son los que soportan de una manera desproporcionada e injusta las consecuencias del “terremoto”. La reconstrucción cae sobre sus espaldas, dándose tantas veces situaciones dramáticas. Y todo esto es consecuencia directa e inevitable del corazón del hombre, que se ha cerrado a los demás y solo se mueve por su propio interés. El hombre únicamente se ama a sí mismo y a lo que le proporciona placer y satisfacción. A Dios se le niega su existencia, se le guarda en algún lugar que no moleste o se le intenta moldear al gusto de lo socialmente correcto.
¿Qué tiene esto que ver con el fragmento del Evangelio según San Mateo que encabeza este artículo? Si escrutamos esta Palabra podemos apreciar que también es reveladora para el mundo de hoy, como toda Palabra de Dios. El último versículo termina con las palabras “hasta el día de hoy”. Pues hasta el día de hoy los “sumos sacerdotes” de nuestro tiempo intentan negar la resurrección de Jesucristo.
A Jesucristo los sumos sacerdotes, con la connivencia y la fuerza ejecutora del poder romano, le llevaron a la muerte, después de sufrir un largo y cruel martirio y tras haberle intentado “domesticar”. El mensaje de Jesús causaba miedo a su alrededor: los sumos sacerdotes veían su posición en peligro y los romanos identificaban a Jesucristo como una amenaza para la paz social. Y esta era necesaria para mantener la invasión de manera más fácil. La civilización romana pasaba por una severa crisis moral y de costumbres (causa principal de la liquidación de su imperio) y los sumos sacerdotes judíos ponían la ley por encima del amor, y las “formas” primaban sobre el fondo.
En este marco de decadencia y degeneración (no diferente en su esencia al del mundo de hoy) aparecen en el Evangelio unas mujeres, seguidoras de Jesús durante su vida pública, que reciben el anuncio, por parte de un ángel, de la resurrección de Jesús. Aparece también en ellas el miedo, debido a la trascendencia de lo anunciado, que pese a haber sido revelado con antelación por el mismo Jesucristo, les desborda por completo. Pero, a la vez, están llenas de alegría porque algo en su interior les dice que en esa noticia se encuentra su salvación y la del mundo entero. Sienten una necesidad urgente de comunicar a los demás la “buena nueva” que han recibido.
Todos los que nos consideramos seguidores de Cristo tenemos la llamada y la necesidad de propagar también con nuestras palabras y sobre todo con nuestros actos, que Jesucristo es Dios, Hijo del Padre y que, haciéndose hombre, murió y resucitó para otorgar al género humano una proyección de felicidad, como ni siquiera podemos imaginar, y en una dimensión de eternidad. No me extraña que esas pobres mujeres quedaran al principio sobrecogidas. Y, si esto es verdad, ¿que necesidad tenemos de estar continuamente ofreciéndonos todo a nosotros mismos? El hombre de fe sabe que la actual crisis tiene su origen en que el hombre ha querido ocupar el lugar de Dios, y mientras esto no cambie solo se podrán poner parches que duran lo que duran.
Los sumos sacerdotes del Evangelio de San Mateo planearon ocultar la verdad acerca de la resurrección de Jesucristo, sobornando a los soldados. Hoy muchos medios de comunicación que actúan como correa de transmisión de una serie de poderes, también soslayan la causa real de esta crisis. El Papa, con una capacidad maravillosa para discernir acerca del signo de los tiempos, tiene palabras muy esclarecedoras acerca de esto. Lo que el mundo “vende” como vital e insustituible vendría por añadidura si cambiara el corazón del hombre y así, los bienes que nos rodean adquirirían su valor real.
Los que manejan los “hilos” utilizan todos los resortes que tienen a su alcance para “sobornar” la conciencia del hombre (que es reflejo de Dios mismo), afanándose por colocar a Jesucristo en un plano intrascendente, no superior al de otros líderes de la Historia de la Humanidad. Como cristianos tenemos la misión de resistir estos embates, de ser la nota discordante en esta sinfonía de muerte con que se quiere ambientar la vida del hombre. Podemos pasar por el sufrimiento, las privaciones y los peligros, porque nuestro destino es resucitar, como Jesucristo, al lado del Señor. Si para sacar de la mentira y del vacío a las personas que nos rodean tenemos que ser perseguidos, como lo fue Jesús, será por que es voluntad del Señor. Sabemos que perdiendo nuestra vida aquí ganaremos la del cielo y que los sufrimientos de aquí no son nada comparados con las gracias que nos esperan en el cielo.
Ojalá que este espíritu de alegría y entusiasmo que manifiestan las mujeres que recibieron el anuncio del ángel, pueda ser también el nuestro. El mundo lo necesita y nosotros también.
Hermenegildo Sevilla Garrido