En aquel tiempo, se acercaron los discípulos a Jesús y le preguntaron:
-«¿Por qué les hablas en parábolas?»
Él les contestó:
-«A vosotros se os han dado a conocer los secretos del reino de los cielos y a ellos no. Porque al que tiene se le dará y tendrá de sobra, y al que no tiene, se le quitará hasta lo que tiene. Por eso les hablo en parábolas, porque miran sin ver y escuchan sin oír ni entender. Así se cumple en ellos la profecía de Isaías:
«Oiréis con los oídos sin entender; miraréis con los ojos sin ver; porque está embotado el corazón de este pueblo, son duros de oído, han cerrado los ojos; para no ver con los ojos, ni oír con los oídos, ni entender con el corazón, ni convertirse para que yo los cure».
Pero bienaventurados vuestros ojos porque ven, y vuestros oídos, porque oyen.
En verdad os digo que muchos profetas y justos desearon ver lo que veis y no lo vieron, y oír lo que oís y no lo oyeron». (Mateo 13, 10-17)
El Reino de los Cielos encierra bajo llave un tesoro allí donde no puede ser robado ni corroído por el hollín o la polilla.
Sin llave, claro está, no se puede acceder al tesoro; pero no es menos cierto que accionar adecuadamente aquélla es condición igualmente imprescindible. Y aún es condición mayor querer el tesoro, por paradójico que parezca. Jesús habla de todo esto en la respuesta a por qué habla a la gente en parábolas.
Las parábolas son las llaves; tener ojos y oídos despiertos es estar en posesión del su manejo; y poseer un corazón abierto a la acción de Dios es la disposición del todo necesaria. Si uno mira sin ver, oye sin escuchar y “está con el corazón en otra cosa”, no podrá hacerse con el tesoro del arcón: arcón del que, como escriba sabio según el Reino, podría obtener lo viejo y lo nuevo más conveniente.
Jesús es Señor y Maestro (Jn.13.13), y sabe bien dos cosas de nosotros: cuán paradójicamente nos conducimos en la vida, y qué poco hábiles somos tantas veces para manejar como nos conviene los talentos recibidos de Dios.
Las parábolas son entregadas a todos, y explicadas a quienes de verdad quieren llegar al tesoro escondido. La Palabra, escuchada y acogida se convierte en instrucción de vida. El mismo Señor es la clave, su argumento mejor, y su garantía eficaz.
Pero se necesita la conversión (v.15), una mente renovada de acuerdo con el espíritu del Reino; don que viene del cielo, es decir que tiene por fuente al Señor mismo, a quien tenían delante los discípulos y nosotros en la Eucaristía, cosa que no disfrutaron ni los reyes ni los profetas pasados. Jesús en persona es, pues, la gran Palabra – Parábola del Reino de los Cielos.
La meditación del Evangelio de hoy lleva con facilidad a la oración para tener al Señor siempre delante.