Después que el gentío lo hubo aclamado entró Jesús en Jerusalén, en el templo, lo estuvo observando todo y, como era ya tarde, salió hacia Betania con los Doce. Al día siguiente, cuando salían de Betania, sintió hambre. Vio de lejos una higuera con hojas, y se acercó para ver si encontraba algo; al llegar no encontró más que hojas, porque no era tiempo de higos. Entonces le dijo: «Nunca jamás coma nadie frutos de ti». Los discípulos lo oyeron. Llegaron a Jerusalén y, entrando en el templo, se puso a echar a los que vendían y compraban en el templo, volcando las mesas de los cambistas y los puestos de los que vendían palomas. Y no consentía a nadie transportar objetos por el templo. Y los instruía diciendo: «¿No está escrito: “Mi casa será casa de oración para todos los pueblos”? Vosotros en cambio la habéis convertido en cueva de bandidos». Se enteraron los sumos sacerdotes y los escribas y, como le tenían miedo, porque todo el mundo admiraba su enseñanza, buscaban una manera de acabar con él. Cuando atardeció, salieron de la ciudad. A la mañana siguiente, al pasar, vieron la higuera seca de raíz. Pedro cayó en la cuenta y dijo a Jesús: «Maestro, mira, la higuera que maldijiste se ha secado». Jesús contestó: «Tened fe en Dios. En verdad os digo que si uno dice a este monte: “Quítate y arrójate al mar”, y no duda en su corazón, sino que cree en que sucederá lo que dice, lo obtendrá. Por eso os digo: todo cuanto pidáis en la oración, creed que os lo han concedido y lo obtendréis. Y cuando os pongáis a orar, perdonad lo que tengáis contra otros, para que también vuestro Padre del cielo os perdone vuestras culpas». (Mc 11. 11-25)
COMENTARIO
La higuera estéril como figura de Israel, constituye una dura parábola escenificada: el pueblo no había dado frutos que gustan al Señor. Muchas hojas, pero ni siquiera los higos verdes de la primavera. Es un indicativo de la religión sin fruto alguno. Según una profecía, la higuera de Israel deberá reverdecer al final de los tiempos: “Cuando la higuera echa sus hojas, sabéis que el verano está cerca” (Mt.24:32-33).,
Una conclusión simple sería decir que a Jesús le gustaban los higos para desayunar, o que había cenado poco en Betania. Pero eso no es lo que dice el Evangelio, que convierte la higuera y el Templo en símbolos de la relación de con Dios.
Posible costumbre hogareña de José y María en Nazaret aquel desayuno de brevas con pan recién hecho que buscaba Jesús. Él era espléndido fruto Nazareno. Pero acostumbrado también al ayuno, la maldición a la higuera -que se secó de vergüenza, porque nadie comería de ella-, aquí dice mucho más. La escena, unida por Marcos a la expulsión de los vendedores del Templo, es un momento único de arrebato y celo que asombra en el manso Jesús, cuando había visto desde niño aquellos mismos vendedores. En su manejo del tiempo, vio Dios que la maldad había llegado a su cima.
La vid y el trigo, el vino y el pan, los usó el Maestro para su gran milagro de relación profunda y sacramental con el hombre. Pero esta pobre higuera solo fue pararrayos de su maldición a un pueblo que tampoco daba frutos. ¿Es que no sabía Jesús que no era tiempo de higos ni brevas? Bien pudo llenarla de frutos maduros y dulces con solo una palabra. Aquel arrebato de Jesús fue una lección de fe. ¡Hasta un monte plantado en el camino puede arrojarse al mar si lo pedimos con fe! Pero ¡Ay!, ¿pedimos bastante por la paz y la fe de los hermanos?
Entender la ira de Jesús con los mercaderes, es lección magistral del Temor de Dios y sus cosas santas. No parece que tenga nada que ver con la higuera, pero es la misma imagen: un ficus sin fruto y un templo sin oración ni alabanza.
Quizás la verdadera casa de Dios, nuestra alma, tenga más hojarasca y mercado que oración y frutos. La higuera seca y la desocupación traficantes del Templo, dan pie a Jesús para hablar a sus amigos de fe, oración y perdón, aunque pareciera perder la calma.
Maldijo la higuera, y se secó. Hizo un látigo y expulsó a los comerciantes ¿Se impacientó acaso? Es el único milagro de Jesús en el que aborrece y destruye en vez de bendecir y curar. Le llamó la atención el verdor y frondosidad de la higuera, pero no poseía ni los pequeños brotes indicativos de que el árbol era fértil. El hambre de Jesús no era hambre física. Aludía a Israel. Cuando Él llegó, su pueblo estaba lleno de tradiciones, ritos y leyes—como la higuera lo estaba de hojas—, pero sin frutos para gloria de Dios. El domingo lo recibía con “¡Hosanna!” y el jueves lo entregará a los gentiles para matarlo. Aparentar algo no agrada a Dios.
Si la misericordia es la caricia de Dios cuando me perdona, ¿por qué me paro a pensar si los demás son dignos de mi amor y mi perdón? Siempre echando un pulso para que sea el otro el que dé el primer paso. A los demás no los puedo controlar, pero sí mi conducta y reacciones. ¿Por qué no me adelanto yo para librarme de la desazón y el enfado, siquiera por mi propia tranquilidad? Dios dio el primer paso cuando envió a su Hijo antes de que yo pidiera perdón. Cuando hay tensión y encono entre personas, ambas partes sufren. El perdón humano sin la Cruz es adormecer un rencor hasta que llega la revancha y, si hay reconciliación, es por interés.
Enternece que en los últimos momentos de su vida Jesús no pida nada para Él, sino que clama al corazón de Dios, a su amor incondicional y absoluto, pidiendo el perdón para nosotros. Para colmo busca una excusa en descargo de sus agresores, “no saben lo que hacen”, no conocen el alcance del pecado. Solo quien ama así puede captar el dolor del desamor.
Perdonar no es signo de debilidad, es el tique de entrada a la presencia de Dios. De las dos caras del perdón, (pedirlo y darlo), la segunda es la más difícil, exige una categoría humana especial. No es solo soltar un repentino y automático “¡perdona!”, sino “¡a pesar de todo, te quiero!”, imitando el amor gigante de Jesús que perdona y olvida de raíz. Solo así, los mercaderes del alma se irán y nuestra higuera tendrá frutos, esperando que Él venga.
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Gracias hermano!