«En aquel tiempo, Zacarías, padre de Juan, lleno del Espíritu Santo, profetizó diciendo: “Bendito sea el Señor, Dios de Israel, porque ha visitado y redimido a su pueblo, suscitándonos una fuerza de salvación en la casa de David, su siervo, según lo había predicho desde antiguo por boca de sus santos profetas. Es la salvación que nos libra de nuestros enemigos y de la mano de todos los que nos odian; realizando la misericordia que tuvo con nuestros padres, recordando su santa alianza y el juramento que juró a nuestro padre Abrahán. Para concedernos que, libres de temor, arrancados de la mano de los enemigos, le sirvamos con santidad y justicia, en su presencia, todos nuestros días. Y a ti, niño, te llamarán profeta del Altísimo, porque irás delante del Señor a preparar sus caminos, anunciando a su pueblo la salvación, el perdón de sus pecados. Por la entrañable misericordia de Dios, nos visitará el sol que nace de lo alto, para iluminar a los que viven en tinieblas y en la sombra de muerte, para guiar nuestros pasos por el camino de la paz”». (Lc 1,67-79)
La Navidad no es un espectáculo de luz y color que tiene como finalidad remover nuestros sentimientos y esponjarnos el corazón para que de él salgan buenas intenciones y unas ganas de amar a aquel cuñado que tienes que soportar recurrentemente en la noche de Nochebuena. Dios ha decidido encarnarse, hacerse como uno de nosotros pero de una forma de la que nadie esperaba. Para que se dé esta “Natividad” Dios elige una serie de personas: Isabel, Juan, María, José y seguramente otras que no aparecen en los evangelios. Es un hecho histórico; se dan una serie de acontecimientos: el embarazo de una estéril llamada Isabel, la mudez de su marido cuando se encontraba oficiando en el templo, la visitación que recibe María y la actitud de un tal José que rompe con su justicia, con sus proyectos y participa de este “adviento” particular. En todos ellos hay un denominador común: “negación de sí mismo” y disponibilidad.
Yo diría que este evangelio es la profesión de fe de todos aquellos que prepararon con su vida este gran acontecimiento para el hombre. Este es el pregón de la Navidad. Este Jesús es la promesa hecha a Israel y que se extiende a todo ser que habite en la tinieblas, que viva rodeado de las sombras de la muerte (la depresión, la tristeza, la soledad, la esclavitud por cualquier tipo de adición…. hay tantas hoy en día), que no tenga paz en su interior.
Pero, Zacarías nos dice una cosa muy importante de la misión de su hijo —figura de la Iglesia—: va a dar a su pueblo —a ti y a mí— el conocimiento de la salvación. Cuánto nos cuesta descubrir la salvación que Dios quiere para cada uno de nosotros. El Reino de los cielos no está en que encontremos un trabajo, o que te traten con más dignidad en el que tienes. Casarte o tener mejor carácter, ¡qué va! Dice que este conocimiento viene a través del perdón de los pecados. Bueno, pues nada más que recordaros a los que leáis este pobre comentario el “password” para poder celebrar este tiempo tan maravilloso que se actualiza cada vez que alguien acoge la palabra de Dios. Es “hágase”. ¡Feliz Navidad!
Ángel Pérez Martín