A los seis meses, el ángel Gabriel fue enviado por Dios a una ciudad de Galilea llamada Nazaret, a una virgen desposada con un hombre llamado José, de la estirpe de David; la virgen se llamaba María.
El ángel, entrando en su presencia, dijo: «Alégrate, llena de gracia, el Señor está contigo.»
Ella se turbó ante estas palabras y se preguntaba qué saludo era aquél.
El ángel le dijo: «No temas, María, porque has encontrado gracia ante Dios. Concebirás en tu vientre y darás a luz un hijo, y le pondrás por nombre Jesús. Será grande, se llamará Hijo del Altísimo, el Señor Dios le dará el trono de David, su padre, reinará sobre la casa de Jacob para siempre, y su reino no tendrá fin.»
Y María dijo al ángel: «¿Cómo será eso, pues no conozco a varón?»
El ángel le contestó: «El Espíritu Santo vendrá sobre ti, y la fuerza del Altísimo te cubrirá con su sombra; por eso el Santo que va a nacer se llamará Hijo de Dios. Ahí tienes a tu pariente Isabel, que, a pesar de su vejez, ha concebido un hijo, y ya está de seis meses la que llamaban estéril, porque para Dios nada hay imposible.»
María contestó: «Aquí está la esclava del Señor; hágase en mí según tu palabra.»
Y la dejó el ángel (San Lucas 1, 26-38).
COMENTARIO
Nunca olvidaré en una de las peregrinaciones a “Tierra Santa” que he tenido la dicha de poder realizar una en la que, según programa, comenzábamos una apretada agenda de visitas a en la basílica de la Anunciación. Nazaret, lo que antaño debió ser una pequeña aldea, de más que probable dudosa reputación (“¿De Nazaret puede salir algo bueno?”) al norte de la también poco afamada “Galilea de los gentiles”. (En la lectura de ayer vemos como a Pilato no le tiembla el pulso para cargarse a unos cuantos galileos que debieron aprovechar la hora del culto para “colgar unos lacitos” en el templo) hoy es una bulliciosa ciudad de unos 80.000 habitantes. Urbanísticamente es un desastre y el tráfico un auténtico caos. El día de nuestra visita no iba a ser menos y encima algún problema añadido (huelga, revueltas callejeras, control policial o todo a la vez), el caso es que el autobús nos dejó a bastante distancia de nuestro destino.
En lo alto de la ciudad reina majestuosa la cúpula de la Anunciación. Nos explicaron que hay bastante “pique” al respecto con los musulmanes (60% de la población) que quieren hacer una mezquita cuya cúpula eclipse la del templo cristiano. Para mí, en ese momento, lo que menos me importaba era la eterna discusión de “a ver quién la tiene más grande” (la cúpula me refiero) y lejos de parecerme el signo de orgullo de la población cristiana minoritaria, lejos lo que se dice lejos, es lo lejos que quedaba y lo cuesta arriba que estaba. Subiendo deprisa por las empinadas calles repletas de mercados y bazares, sorteando como se podía a los comerciantes, con cuidado de no perderse del grupo, al fin, con casi tres horas de retraso llegamos a la pequeña gruta donde, según marca una inscripción “aquí el Verbo se hizo carne”. Casi tres horas de retraso: Hora prevista de llegada, las 9. Hora real, casi las 12. ¡¡Las 12!! ¡La hora del “ángelus”! Todavía no se nos había ralentizado la respiración por la fatiga de la caminata, cuando a las 12 en punto, comienzan a repicar decenas de campanas creando un clima indescriptible. No sería raro que semejante concierto deba su fuerza en parte a ese “pique” al que antes me refería y quiera tapar las voces de los almuecines que a lo largo del día llenan la ciudad desde los megáfonos de los minaretes; pero personalmente a mí, contemplando la serena calma y el sosiego con el que se expresan con la voz inefable del silencio las milenarias piedras de la humilde casa de Nazaret; en contraste con la grandiosidad de la basílica, me sonaba todo a “música celestial”. La perfecta conjunción entre lo inmenso y lo humilde.
Probablemente fue el mayor “regalo” de la peregrinación. El Señor es siempre detallista, y además me ayudó a profundizar como en tres sencillas frases de una sencilla oración se puede contemplarse la totalidad del Misterio: “La Palabra se hizo carne y habitó entre nosotros”. Leemos el prólogo de Juan y vemos que toda la maquinaria de la historia, de la Creación, del cosmos… todo se pone en marcha para este momento. “Al principio existía la Palabra”… “Todo fue creado por Él y para Él”… Y ese infinito se hace pequeño, mientras los hombre nos movemos con nuestras prisas, nuestros agobios, con nuestras voces, con nuestros grandes templos, pensando que somos grandes, mientras… en lo pequeño…
“El ángel del Señor anunció a María”… El Señor ha elegido entrar en la historia por la puerta estrecha, respetuoso, sin invadir, sin imponer. Primero llena de gracia y después pide permiso. Dios no pide nada que no haya dado antes. Ni pide nada en contra de la libertad de nadie. Da los dones para el “sí”, espera el “sí”, pero no impone el “sí”. Es su forma de entrar en la historia. Es la forma en que entra en la vida de María. Es la forma cómo quiere entrar en nuestra vida y en nuestra historia.
“He aquí la esclava del Señor, hágase en mi según tu Palabra”. La apertura a la voluntad de Dios siempre supera la razón: ¿Cómo será esto?… Pero no es un salto al vacío, para Dios no hay nada imposible. ¡Alégrate! Es la primera palabra del ángel. La respuesta no puede ser libre si hay miedo (“No hay temor en el amor” Cf. 1Jn. 4). Pero… ¿me encuentra hoy el Señor abierto a hacer su voluntad?