En aquellos días, María se puso en camino y fue aprisa a la montaña, a un pueblo de Judá; entró en casa de Zacarías, y saludó a Isabel.
En cuanto Isabel oyó el saludo de María, saltó la criatura en su vientre. Se llenó Isabel del Espíritu Santo, y dijo a voz en grito: -¡Bendita tú entre las mujeres y bendito el fruto de tu vientre!
¿Quién soy yo para que me visite la madre de mi Señor? En cuanto tu saludo llegó a mis oídos, la criatura saltó de alegría en mi vientre.
¡Dichosa tú, que has creído! Porque lo que te ha dicho el Señor se cumplirá (San Lucas 1, 39-45).
COMENTARIO
El pueblo de Judá en el que vivían Zacarías e Isabel hoy día se llama Ain Karem y está próximo a Jerusalén, María salió de Galilea muy poco después de recibir el anuncio, posiblemente tras hablar con José y tardaría en llegar unos días. ¿Y cuál era el objeto de su viaje tan acuciante?: comprobar si lo que le había dicho el ángel era cierto. Isabel, con 6 meses de gestación que había mantenido oculta (Lc 1,24a, 26a), vivía encerrada con su esposo enmudecido llena de temores, con miedo al parto y quizá, hasta con vergüenza por ser una mujer anciana. El texto habla de un saludo cuyo contenido ignoramos pero manifiesta la alegría desbordante que siente al percibir la presencia de “su Señor” en el seno de su prima. No la llama por su nombre, sino “madre de su Señor”. Pero María era portadora del gran mensaje: el primer Kerigma, la buena noticia que cambia el corazón humano y cura todos los miedos.
María se convierte en la primera que anuncia el evangelio con la efusión del Espíritu.
En el Antiguo Testamento hay un texto paralelo a este pasaje de la Visitación: el traslado del arca de la alianza. María es la portadora del Señor, auténtica Arca de Alianza como la nombramos en las letanías del rosario. El Arca fue conducida a Jerusalén, e igual que María se quedó en casa de un sacerdote porque David se planteó atemorizado: “¡Cómo va a venir a mí el Arca de Dios?” (2Sm 6, 9b), Isabel grito: “¿Quién soy yo para que me visite la madre de mi Señor?” El rey David iba saltando de alegría delante del Arca, (2Sm 6, 12ss); Isabel llena de Espíritu sintió como el niño saltó en su seno y gritó y exultó de alegría, Zacarías entonó el Benedictus. Es el comienzo de la era mesiánica (Cfr: GÓMEZ, ALONSO: “María los dos testigos”, Santo Domingo 2020).
En estos tiempos, como en aquellos en los que la mujer no contaba, Dios suscita mujeres creyentes, llenas de Espíritu profético que trasmiten la buena noticia, contagiándonos su alegría con pasión y fidelidad.
En definitiva, María sale rápida de su casa, para visitar a su prima, no para servirla domésticamente, cosa que también haría, sino para confirmar que lo que le había dicho el ángel no era una alucinación ni un sueño y se pone en camino valientemente, en la voluntad de Dios. Se deja conducir por el impulso de la fe que te da consciencia, te pone en la realidad, te confirma la misión, te da sentido a tu obediencia, te da la libertad para proclamar desde tu propia voluntad: “hágase”.
De este modo se convierte en el heraldo del evangelio, arca portadora de la buena noticia, de la alegría de la resurrección y la vida eterna, de Cristo, que también quiere entrar en nosotros y remover nuestras entrañas para que podamos proclamar la grandeza del Señor, y lo dichosos que somos porque “lo que nos ha dicho el Señor se cumplirá”.